Es integrante del colectivo Historias desobedientes. Participó del programa Oral y Público de Radio La Retaguardia. Los hijos e hijas de genocidas que presentaron un proyecto de ley para poder declarar contra sus progenitores en causas de crímenes de lesa humanidad, contaron sus historias y cómo se conformó el grupo. En el programa también participaron el escritor José Tcherkaski y la cantautora Mariela Milstein, que cantó su canción Hijxs del Horror. La aparición de los agrupamientos de hijos e hijas de genocidas ha generado diferentes sensaciones: entusiasmo, rechazo, desconfianza, alegría. Uno de los objetivos de esta charla es seguir escuchando sus voces y conocer cuáles son sus posiciones grupales y sus historias personales.
Liliana Furio es integrante del grupo Historias Desobedientes y contó acerca del proceso de reflexión para llegar a definirse como hija de un genocida: “Fue un tema que fue conflictivo. Nos hacía ruido todo. Nos hacía ruido en cuanto y en tanto hijos de genocidas. Primero fue una discusión puertas adentro. Dijimos: «somos hijas e hijos de represores». Una compañera dijo: «represores son los que están ahora en las calles, la Prefectura, la Gendarmería, la cana. Nuestros padres son genocidas». Nos tenemos que hacer cargo de eso. A todos nos pareció muy sensata esa reflexión y nos hicimos cargo. Hacerse cargo no implica asumir una culpa que no tenemos, pero sí claramente establecer que nosotros repudiamos absolutamente ese accionar de las fuerzas represivas del Estado, un Estado genocida. Estamos por Memoria, Verdad y Justicia. Son nuestras convicciones más profundas. De alguna manera, estos actos nos parecen reparadores”, señaló Furio y dejó entrever cuál es el motor de acción del colectivo al que pertenece: “Muchos de los padres de estos hijos e hijas que formamos parte de estos colectivos fallecieron impunes. En otros casos, están vivos y han tenido una impunidad absoluta”, expresó.
El caso particular de Liliana
—Liliana Furio: Mi historia es con un padre oficial de Ejército. En la época donde la dictadura militar ejerció su mayor fuerza represiva yo era muy chica, tenía entre 12 y 13 años. A mi padre le tocó estar primero como jefe de operaciones y como jefe del departamento de inteligencia del comando de la brigada de la Ciudad de Mendoza, que dependía de la de Córdoba, de Menéndez, una línea muy dura. Él tiene condenas por una cantidad de causas. Cadena perpetua. Pude leer unos cuantos testimonios, los que me permitió mi cabeza y mi estómago. Hubo un momento en que me quebré. Eso fue un antes y un después
—La Retaguardia: ¿Hubo un momento exacto en el que pudiste definir a tu padre como un genocida?
—Es un proceso. Uno tiene mandatos previos muy poderosos de una cultura muy patriarcal. Fui criada en cuarteles, en lo que se llamaba la familia militar. Hasta muy grande me moví en ese círculo de gente. Mi papá era un tipo muy contradictorio. Muy duro y muy machista, con quien yo tenía serios enfrentamientos desde muy joven. A mi hermano y a mí nos pegaba, era muy duro con nosotros. Con mi mamá era de ejercer una violencia psicológica. Cada caso es un mundo.
—Está la idea de que todos los genocidas eran criminales también en sus casas…
—Exactamente. Eso es una falacia. Hay muchos que eran doctor Jekyll y Mister Hyde. En mi caso no es ni un caso ni la otra. Un tipo absolutamente honesto en cuanto a lo económico, que ha denunciado compañeros porque robaban. Un padre proveedor muy presente que nunca nos dejó tirados a ninguno de los cinco hijos. A la vez, un tipo muy duro, extremadamente duro y machista.
Más hijas que hijos
Durante la charla, Furio dio su opinión de por qué en el colectivo hay mayoría de mujeres e hizo hincapié en los delitos implícitos dentro del Terrorismo de Estado: “Somos una mayoría abrumadora de mujeres. Hay muchas conjeturas y yo tengo una: las mujeres, en esta cultura, sufrimos doble o triple opresión. No es casual que seamos quienes levantamos las voces en contra de este horror. A las violencias instaladas en los cuerpos se les suman violencias infinitamente atroces como son las violaciones, que eran parte del arsenal sistemático; las apropiaciones de los bebés, robados de esos cuerpos. Me parece que no es un tema menor. Nosotras, cada una de las hijas que hemos podido sacarnos las vendas de los ojos de ese mandato de silencio, de esa veneración hacia al padre, pudimos salir de eso, empezar a leer, a buscar información y encontrarnos con alegatos atroces. Es un antes y un después. Probablemente los varones tengan tristísimamente más normalizadas algunas prácticas con la excusa de que se usan en las guerras. A las mujeres nos parece de una atrocidad y un horror que no podemos naturalizar de ninguna manera”, expresó Furio en el diálogo con La Retaguardia.
La mirada del movimiento de Derechos Humanos
Furio se refirió al impacto que generó la conformación de su grupo de hijas e hijos de genocidas dentro de los organismos de derechos humanos: “Tengo que admitir que nosotras somos personas que no teníamos una trayectoria hecha al lado de los organismos. Siempre apoyamos y nos inspiraban las luchas de las Madres, respetábamos muchísimos a los HIJOS, pero la gran mayoría de nosotros y nosotras teníamos una gran sensación de culpa. Muchos no se daban a conocer, incluso militando. No conocemos las internas o los códigos. Nos sorprendieron la calidez con la que nos recibieron y un agradecimiento que nos llenó de orgullo y de emoción. Sin embargo, sé que hay organismos que nos denostan o que nos cuestionan. En algunos casos, nos han puesto en un lugar incómodo. Podemos entenderlo porque son gente que viene militando las causas hace más de 40 años, con toda la historia que para ellos implicó este horror”, manifestó.
—José Tcherkaski: ¿Hace cuánto que se formó este colectivo?
—Hace 9 meses. Lo que pasa es que cada una de esas hijas e hijos no salimos ayer de esa familia. Fuimos rompiendo lazos paulatinamente. Cada uno militaba en distintos lugares. Yo no tenía militancia partidaria, pero sí en barrios y en villas. Lo mío fue muy paulatino. Hace muchos años que a mí se me rompió esa ilusión de la familia ideal. Para mí lo importante es hacer hincapié en lo colectivo, en lo importante que fue para nosotros y nosotras poder encontrarnos y empezar a construir desde lo colectivo.
—¿Cómo fue tu integración a ese colectivo?
—La historia comenzó para mí cuando yo la encontré a Analía Kalinec y me vi reflejada en gran medida. La contacté por las redes sociales. Eso fue hace un año y pico y desde ahí nos hicimos inseparables. Una nota a Mariana Dopazo (ex hija del genocida Miguel Etchecolatz) en la revista Anfibia tomó tanta repercusión que muchísimos otras hijas e hijas empezaron a poner posteos en las redes. Ahí, inmediatamente, nos pusimos a contactar a esas personas. Nosotras salimos a buscarlas. La primer reunión éramos 3, la siguiente éramos 6, la tercera más de 25 y así.
Esto fue a consecuencia de que un gobierno quiso venir a instalar la mentira de la reconciliación. ¿La reconciliación de quién? Si estos tipos están diciendo que no se arrepienten de nada. No hay posibilidad alguna de reconciliación. Hablan de reconciliación y perdón. Eso podría suceder si esta gente que cometió esos actos atroces dijera que hicieron mal, dónde están enterrados los desaparecidos y la identidad de los nietos. Entonces quizás podríamos hablar de reconciliación.
—¿Cómo les juega ese pacto de silencio de los genocidas de no entregar ninguna información?
—Hay gente que tiene un poco más de información que otras. Ese silencio es una frustración y un dolor tremendo. En su mayoría no nos resignamos. Nos ilusiona que ese silencio pueda ser roto.
Sobre el tema de la reconciliación también opinó José Tcherkaski y apuntó, en especial, contra el diputado Nicolás Massot quien la pidió abiertamente: “No es casual que ellos hablen de la reconciliación porque es lo que piensan. Es novedosa la aparición de estos grupos de hijos. Es como una contraoferta muy fuerte a este planteo absolutamente reaccionario de la conciliación. Esta idea está instalada en los medios y en todos lados. Yo lo he escuchado al señor Lanata decir que no hay que seguir viviendo con el pasado. No sé cómo vive él ni tampoco me importa, pero es la idea de un hijo de puta». Allí Furio lo corrige, feminista: «un hijo de yuta». Tcherkaski sigue: «La aparición de ustedes en distintas variables me parece que es importante porque abre otra discusión. Esta discusión hay que sacarla para afuera. Por algo funciona como una especie de cosa clandestina. No por ellos, sino que el medio lo maneja de esa manera. Tiene que haber un acceso más directo a ellos. Este ocultamiento es interesante romperlo porque abre una nueva discusión. Son los hijos de los genocidas que hablan de sus padres genocidas. Son los hijos de los protagonistas de la gran barbarie. Esta idea de la conciliación, que no es una idea caprichosa de este imbécil, que además es un Massot. Massot significa negocios, torturas, robos del diario de Bahía Blanca. No es un apellido cualquiera. Esta aparición de ustedes hay que vivirla en dos partes: por una parte la lucha ideológica y por otra parte la humana. Lo humano es lo que va a permitir entender más esta situación que han vivido. Son cosas que hay que sacarlas para afuera. Esto va a golpear muy fuerte en la comunidad”, aseguró el escritor.
Crecer con mentiras
En la época de la dictadura militar, Liliana Furio estaba en los primeros años del colegio. La información que recibían de ese ambiente escolar, sumado a las doctrinas familiares, generaron mecanismos que buscaban aceptar y apoyar el accionar de los genocidas: “Cuando pasó todo esto yo estaba en 6º, 7º y luego 1º y 2º año del colegio. A nosotros nos decían que tuviéramos cuidado porque ponían bombas los terroristas, que eran unos seres monstruosos y venían por todo nuestro mundo. Yo tenía eso en la cabeza. No lo decían solo mis padres, sino los amigos de mis padres, los hijos de los amigos de mis padres, todos creíamos en eso. La Iglesia nos decía eso”, admitió Furio y agregó: “Me hago cargo de que soy hija de ese genocida. Es tremendamente doloroso, pero es un camino que tenemos que hacer como hijos e hijas para reparar”, aseguró.
El recorrido de la charla fue interrumpido por un corte de luz siempre inoportuno. A pesar de eso, casi a oscuras y empapados/as por el calor, la charla no se termina. Vuelve el tema de la mayoría de mujeres en el grupo de Historias desobedientes. En el caso particular de Liliana, el feminismo es una marca importante en su vida: “Yo tuve varias salidas del closet. Yo soy lesbiana. Pude romper ese cerco. Luego salté el cerco ideológico. Pude empezar a leer y estudiar lo que me gusta, a enterarme la verdad en general. Todos estos años milité en un feminismo que fue teniendo un crecimiento exponencial. Lamentablemente, en gran medida por esta embestida brutal de un capitalismo absolutamente falocéntrico, misógino y machista. Esta es la reacción de un feminismo que se pone de pie y empodera a las mujeres, que decimos basta a este horror”, expresó.
Intervenciones del colectivo
Liliana habló acerca del proyecto de ley presentado ante la Justicia para que les permitan a los hijos e hijas de genocidas poder declarar contra ellos en causas de delitos de lesa humanidad: “Hubo una difusión en un canal de aire, en Telefé, cuando estábamos por presentar la ley que preparó Pablo (Verna). Nuestro código penal impide a los familiares directos poder declarar contra sus padres. Nosotros, a través de Pablo, que es abogado, presentamos un proyecto de ley para que esto pueda ser modificado, solo en casos de delitos de lesa humanidad”, explicó Furio. Además, contó acerca de la juntada de firmas para pedir la revocatoria a la prisión domiciliaria que mantiene a Etchecolatz en su casa de Mar del Plata: «Yo llevé todas las firmas del colectivo para sumarlas a otro montón de firmas de un montón de colectivos, asociaciones y organismos de derechos humanos”, cerró Liliana Furio, entusiasmada con poder contar su historia demolida y su presente en construcción.