El asesinato de 17 estudiantes en un establecimiento educacional de Florida, en USA, por parte de un exalumno del mismo establecimiento de tan solo 19 años, nos vuelve a estremecer. La receta de su presidente Trump es muy simple: se requiere que la gente tenga más armas, y en este caso particular, que los profesores vayan con pistolas. Si los maestros estuviesen armados muy probablemente se habría podido evitar la matanza.
Así de simple es el raciocinio del presidente de los Estados Unidos de Norteamérica. Para defendernos, necesariamente debemos usar armas en virtud de nuestra libertad y del derecho a la autodefensa. Es el pensamiento de la derecha y de los conservadores, tanto de allá como de todo el mundo.
Para matizar lo señalado, Trump afirmó que los profesores debieran entrenarse para ir armados a sus establecimientos, elevar la edad de quienes pueden adquirir una pistola, de los 18 a los 21 años, junto con exigirles un certificado que acredite que están en condiciones mentales de portala.
La receta de Trump, de la derecha, de los conservadores, es siempre la misma: la del llanero solitario, la del cowboy, la del pájaro loco. Es una de las tantas contradicciones del sistema de vida norteamericano capaz de producir, al mismo tiempo, admiración y repulsión. La sociedad del self made man, la del que se forja por sí mismo, donde uno se puede abrir camino solo. La Meca dorada para los inmigrantes que han construido esa nación.
La receta de Trump es la clásica de la represión antes que la prevención, la que busca atacar las consecuencias sin abordar las causas. Hay que armarse hasta los dientes. Es la política del ojo por ojo, diente por diente, de la ley de la selva ante la incapacidad de la institucionalidad para enfrentar y resolver las causas que están tras estos hechos. Curiosamente, el desarrollo de la humanidad, el progreso, se asume que está asociado a la construcción de un modus vivendis, de una sociedad que supere esta política del ajuste de cuentas a nivel individual.
Dado el nivel de desarrollo de la sociedad norteamericana y que es la nación más armada del planeta Tierra, con la mayor tasa de personas portadoras, podría suponerse que debiera ser la más segura. Lamentablemente la sucesión de tragedias a las que de tiempo en tiempo nos tiene acostumbrados, revela el alto nivel de inseguridad que se vive.
En estas circunstancias, no debiera extrañar que en un país donde prácticamente cada persona duerme con un arma bajo la almohada, mueran diariamente casi 100 personas como consecuencia de disparos. Y eso que su ingreso per cápita está sobre los 50 mil dólares anuales.
Ya el año pasado, a raíz de la matanza en Las Vegas, se había reactivado el debate en torno al control de armas. Sin embargo, más allá de la efervescencia del momento, hasta la fecha, sin mayor reflexión, sigue primando el derecho a la libertad de portar armas para la defensa.
Quienes creemos en que otro mundo es posible, no debemos bajar los brazos ni esfuerzo alguno en proclamar a los cuatro vientos que la solución no pasa por el armamentismo, sino que por el desarme total. Meta lejana, pero irrenunciable para los que creemos en el ser humano.