Nos llamó la atención un artículo publicado en la sección de Ciencia, Educación y Tecnología por El País, cuyo texto es de José L. Álvarez Cedena y que destaca la iniciativa del Instituto Tecnológico de Massachusetts, más conocido como MIT, y específicamente de su Media Lab, de establecer el Premio a la Desobediencia.
Álvarez nos da el contexto haciéndonos recordar cuando Mahatma Gandhi, en 1930, se llevó un puñado de sal a la boca en Dandi, gritando “con esta sal haré que se tambaleen los cimientos del imperio”. Sigue con John Ford, que en 1950, al intervenir brevemente en una reunión del sindicato de directores convocada por Cecil B. De Mille para expulsar Joseph Leo Mankiewicz por comunista, dijo: “Me llamo John Ford. Hago westerns. No hay nadie en esta sala que sepa como Cecil B. De Mille lo que quiere el público americano y cómo dárselo. Pero no me gusta usted Cecil, no me gusta lo que representa y no me gusta lo que está diciendo esta noche”. También el caso de Rosa Parks en Alabama, sentándose en el lado del autobús reservado a los blancos en 1955; un gesto que convirtió a una mujer humilde en un símbolo. Y también Henry David Thoreau, y Leon Tolstoi, y Nelson Mandela. Hay en la historia ejemplos de rebeldes que con su actitud y sus acciones han conseguido cambiar las cosas. Mujeres y hombres que se negaron a obedecer lo establecido y, con la no violencia, pudieron modificar leyes, organizar movimientos e incluso enfrentarse a países enteros. Muchos de ellos -incluso saliendo airosos de sus batallas- han sido reprimidos, ignorados, aislados o castigados por su actitud. Pero ahora el MIT, uno de los centros educativos más prestigiosos del mundo, quiere reconocer sus aportes con un premio.
El Premio a la Desobediencia, cuya primera edición se ha celebrado este año, quiere reconocer a los audaces, a quienes impulsan un cambio positivo en la historia humana enfrentándose a cualquier institución (ya sean gobiernos, tribunales, laboratorios, universidades o negocios). Joi Ito, director del MIT Media Lab, cree que “las instituciones pueden ser muy jerárquicas y basarse en la obediencia. Pero algunos sistemas se hacen más fuertes cuanto más los atacas. El premio que hemos creado trata de amplificar el mensaje de esas personas que desobedecen, que se arriesgan”. En un artículo publicado por el MIT, el propio Ito relató que, cuando abrieron el plazo de inscripción para el premio (dotado con la nada despreciable cantidad de 250.000 dólares) no sabían qué esperar. Pero, en muy pocas semanas, recibieron casi 8.000 propuestas de candidatos de todo el mundo.
Los ganadores de esta primera edición han sido Mona Hanna-Attisha y Marc Edwards, científicos y activistas que se enfrentaron a las autoridades en la crisis del agua de Flint, Michigan. Durante años, el agua que consumieron los habitantes de la zona estuvo contaminada por niveles de plomo que podían llegar a ser mortales. Hanna-Attisha y Edwars arriesgaron su prestigio académico, fueron ridiculizados y sancionados por ponerse del lado de los vecinos de Flint, hasta que consiguieron demostrar que ellos tenían razón y obligaron a rectificar a los gobernantes. “Cuando te enfrentas al poder tiene consecuencias. Voy a pagar un precio por esto durante el resto de mi carrera”, aseguraba Edwards que, sin embargo, no se arrepiente de las decisiones tomadas. No lo hace porque, como asegura Joi Ito, estos desobedientes que pelean por cambiar las cosas merecen ser reconocidos por una tarea que –y esa es una recompensa mayor que cualquier premio económico- está orientada por un “propósito y una ética más elevadas”.
Sabemos de tantos rebeldes no-violentos, a quienes en Pressenza entrevistamos y cuyas luchas seguimos, dándoles difusión con nuestro periodismo. Conocemos el esfuerzo de tantas personas de buen corazón por modificar favorablemente las condiciones de vida de la gente, de comunidades enteras, de países y del eco-sistema, según hasta donde alcance el radio de influencia de cada cual. Estos premios sin duda estimulan, al ir otorgando valor y reconocimiento a esa rebelión frente a las condiciones impuestas y la opción de no recurrir a la violencia sino a formas más coherentes para superarlas.