Noviembre de 2007. Estado de Zulia, Venezuela. Estamos cubriendo el Tercer Encuentro Internacional de Filosofía «Humanismo, Cristianismo y Revolución». La invitación llegó por la generosidad de Carmen Bohórquez, historiadora y querida compañera bolivariana. Su biografía de Miranda es de una maravillosa lectura. Allí conocimos a Gianni Vatimmo, Martín Almada, Marta Harnecker, Rafael Plá León, Franz Hinkelammert y tantas y tantos pensadores lúcidos y sensibles.
Nos llevan a conocer un Centro de Salud a una hora y media de Maracaibo. Zona rural, ruralísima, casi una ciénaga, con las casas sobre pilotes, población pobre y numerosa. Muy próxima a la frontera con Colombia. Llegamos. El edificio es una maravilla, equipado con lo último y mejor de la infraestructura sanitaria. Internación, Maternidad, Ecografía. En fin, completito e impoluto. Con un anexo para casos de rehabilitación motriz. Fracturados, esguinzados, con discapacidades varias tienen allí un bálsamo de recuperación similar a cualquier instituto del mal llamado primer mundo.
Nos atiende el director, médico cubano, secundado por 25 venezolanas y venezolanos. Se me ocurre preguntarle a qué hora debe venir un paciente para obtener un turno. Le digo que en mi provincia funciona así. Me responde que el Centro está abierto las 24 horas de los 365 días del año. La atención empieza cuando el enfermo llega. Y no termina cuando se va. El seguimiento (el service poscura, si se me permite el exabrupto comercial), así como la consulta, la medicación y el tratamiento es gratis. TODO, absolutamente gratis.
Entonces, le consulto, teniendo en cuenta la proximidad fronteriza (se puede llegar a pie desde el otro lado) ¿si viene una o un colombiano a hacerse tratar se lo recibe igual o tiene que hacer algún trámite especial o cumplir algún requisito o pagar? Con la tranquilidad que da la conciencia humanista el médico me dice, nos dice, que quien llega a pedir auxilio es un ser humano y no importa su nacionalidad ni cualquier otro atributo de cara, sexo, religión o condición social.
Lo recuerdo a raíz del infame proyecto del diputado mendocino Luis Petri (ario, rubio, de ojos celestes, radicaloide) para arancelar la atención médica para extranjeros no residentes en nuestro país.
Su asesor, Joseph Goebbels, debe estar feliz por el cachorro de nazi que perpetúa el horror.