Dos figuras antagónicas murieron ayer en Brasil y Argentina. El sociólogo y economista brasileño Theotonio Dos Santos, uno de los fundadores de Clacso y Luciano Benjamín Menéndez, el genocida argentino condenado en más de 12 oportunidades a cadena perpetua.
Dos Santos, con 81 años, dejó su cuerpo, peor tras de sí dejó un legado vibrante, desde la Red Internacional de Intelectuales, Artistas y Movimientos Sociales en Defensa de la Humanidad, que fundó él, pasando por el Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO), hasta teorías científicas decisivas como la de la Dependencia, habiendo escrito libros como Dependencia y Cambio Social, Socialismo o Fascismo: el dilema latinoamericano, Imperialismo y dependencia o Democracia y Socialismo en el Capitalismo Dependiente.
Exiliado en Chile, cuando llegó la dictadura a Brasil en 1964, luego tuvo que escapar de Pinochet, hasta su regreso a Brasil en 1985, con la caída de los militares. Siempre del lado de las causas populares, sus esfuerzos estuvieron siempre en beneficiar desde la Academia a los procesos emancipatorios del continente.
Menéndez, en cambio, vendría a ser lo contrario. Un sádico, dispuesto a las mayores crueldades para erradicar las ideas revolucionarias del norte argentino. Murió a los 90 años condenado por crímenes de toda indignidad: desapariciones, asesinatos, secuestros, torturas, violaciones y robo de bebés.
Su ferocidad lo convirtió en la máxima autoridad de uno de los territorios más extensos de la Argentina, donde fue bautizado por sus subordinados como “Chacal” o “Hiena”. Le gustaba seguir de cerca las operaciones contra la denominada subversión, así que participaba de los interrogatorios bajo torturas y los fusilamientos, defendió en cada uno de los juicios en su contra la violencia ejercida contra el “terrorismo marxista”.
La Argentina es un lugar más sano con su partida. Queda en las generaciones venideras no olvidar lo que son capaces de hacer los seres viles como Menéndez.