La serie Black Mirror supuestamente anuncia un futuro oscuro para la humanidad, con el avance de la tecnología pero no para satisfacer a las personas, sino para lograr un mayor control de la sociedad. El capítulo “Caída en picado”, en el cual la gente se puntúa cada vez que se cruza de acuerdo al tipo de sonrisa, el tono de la voz o cómo va vestida, no se diferencia demasiado a la valoración de la atención de los teleoperadores, las estrellas que le otorgamos a un restaurante en Tripadvisor o a los proveedores de productos por internet como Amazon o Mercado Libre.
En España se ha dado un paso más allá al valorar en tiempo real a los empleados de una de las grandes cadenas de comercialización, El Corte Inglés. Al finalizar la compra, el cliente debe puntuar la atención de la vendedora en una Tablet dispuesta para ello, donde hay cinco caritas que van del verde al rojo.
Los trabajadores aseguran que incluso los clientes se sienten violentados al tener que calificarlos. Si bien la empresa les dijo que no serían tenidas en cuenta las calificaciones, ya hubo reprimendas por parte de los jefes de planta. ¿Es saludable este tipo de relación vendedor-cliente?
El vendedor o representante es quien da la cara en nombre de la empresa y muchas veces debe hacer valer las normativas que la propia empresa le impone y que pueden generar calificaciones de disgusto de los clientes. A su vez, sindicatos de empleados, aseguran que ese tipo de puntuaciones son utilizadas para amedrentar a trabajadores e, incluso, para deshacerse de ellos.
Cada vez son más los comercios y servicios que implementan esta herramienta que otorga un poder tiránico a los clientes, quienes pueden amenazar a los empleados a satisfacer sus caprichos, so riesgo de recibir una mala calificación. El sociólogo de la Universidad Complutense de Madri, Pablo López, considera que “es una perversión de la norma laboral, pues en este tipo de evaluaciones quien evalúa el trabajo, el cliente, no es quien pone los medios para realizarlo ni quien establece las condiciones de trabajo. Y una evaluación del trabajo solo es lícita (cantidad de producción, calidad, horas de trabajo, etc.) cuando se acuerdan dichas condiciones”.
También advierten sobre la falta de discrecionalidad de los “evaluadores” quienes también están condicionados por sus propios prejuicios y pueden emitir juicios donde imperen cuestiones de raza, credo, edad o sexo, por citar algunos ejemplos.
Este tipo de calificaciones añaden nerviosismo y tensión a los trabajadores y favorece que los clientes sientan una superioridad peligrosa y que rompe las normas de igualdad entre las personas. Ni, hablar, por supuesto, del poder que otorga a las patronales para exigir, premiar y sancionar a sus empleados en base a estas categorizaciones caprichosas.
Con información de El Confidencial.