Dudé. Confieso que he dudado. Porque mi reflexión podía lastimar y no es mi intención. En todo caso debatir, polemizar, poner sobre la mesa de las ideas un tema que me preocupa desde hace rato. Y me acordé de Piero cantando aquello que, según él, pedía la Negra Sosa: «Hay que sacarlo todo afuera». Entonces, me tiro a la pileta sin protector y sin salvavidas en la panza.
La idoneidad es la justificación, la excusa o, en el más inocente de los casos, la explicación.
En la época más negra del siglo pasado, en el país y en el resto del mundo, se los llamó colaboracionistas. Suena duro, durísimo, lo sé.
Son personas que cumplen algún rol por decisión política del Ejecutivo pese a que tienen una historia personal que se da de patadas con el sesgo ideológico del gobierno. Sin embargo, ahí están, en áreas sensibles para la sociedad, cultura, salud, educación, medios de comunicación, justicia.
Ellos mismos, sus parejas, parientes y amigos se esfuerzan en explicar el lugar que ocupan con el sonsonete de su idoneidad para la gestión. Y es probable que sea verdad, pero ¿alcanza?
¿Acaso no fue idóneo Adolf Eichmann para la llamada Solución Final?
¿Quién puede negar la idónea tarea de Leni Riefenstahl como documentalista preferida de Adolf Hitler?
¿No es un ejemplo casi perfecto de idoneidad Domingo Cavallo? ¿José Alfredo Martínez de Hoz no fue un idóneo ejemplar en destruir el aparato industrial y productivo durante el genocidio del 76 al 83?
Que alguien me discuta la idoneidad de Jaime Durán Barba. O de Ramón Camps y Miguel Etchecolatz, el veraneante, el ciudadano ilustre de Mar del Plata por obra y desgracia del aparato judicial federal argentino.
¿Fue menos idónea la maniobra entre Bernardino Rivadavia y la Baring Brothers?
Entonces, la idoneidad y la incompetencia son sólo un dato y no el principal si de de ideología se trata. Este gobierno que supimos conseguir tiene ejemplos. Sergio Bergman, Gabriela Michetti y Laura Alonso, para no abundar, son incompetentes de historieta.
Claro que excluyo de estas críticas a quienes llegaron a una cátedra, un micrófono o un puesto de enfermero luego de haber superado el concurso de antecedentes correspondiente. Sólo me pregunto qué pensará el que o la que conduce un ministerio, el área respectiva de otro, la conducción de un instituto estatal a raíz de haber sido tocado por la varita mágica del dedo político.
Ojo, no digo que sean nazis, genocidas o entreguistas a la violeta, pero son colaboracionistas de un regimen que mata por la espalda o por hambre o por incompetencia, precisamente, como parece ser el caso de los submarinistas.
Desde la dirección de un área cultural o un ministerio de salud se puede ser cómplice del asesinato de Santiago Maldonado o del secuestro de Milagro Sala. Aunque uno haya sucedido en Chubut y el otro en Jujuy y la gestión cómplice ocurra en Mendoza.