En nuestro mundo occidental, que utiliza (e impone al resto del mundo) un calendario extravagante inventado por los romanos hace dos mil años y «puesto en marcha» por un Papa hace poco más de 400 años, se celebran los deseos clásicos del año nuevo.

 

Echemos un vistazo al juego, quizás tratando de recordar que los seres humanos en este planeta cuentan los años de varias maneras y que sería bueno celebrar todos los años nuevos, los relacionados con civilizaciones poderosas o pequeñas comunidades, sin diferencia y en la perspectiva de una Nación Humana Universal, construida con lo mejor de todo.

 

¿Qué queremos para el 2018? Queremos algo que pueda ser para nosotros y para todos. Porque encontramos insuficiente algo que sea sólo para nosotros. Estamos en los tiempos de «sálvese quien pueda», de la competencia, de la ley del más fuerte. No podemos querer algo para nosotros que funcione en detrimento de los demás. Se están proponiendo demasiadas soluciones en esta dirección, se están levantando demasiadas barreras entre nosotros, perdiendo de vista lo único y común que une a todos los seres humanos y al planeta en el que vivimos.

 

Una cosa que pido para mí y para todos los que siento que quiero, es la esperanza: la esperanza de que las cosas mejoren, que nuestro planeta goce de buena salud y siga siendo nuestro hogar; que las armas nucleares comiencen a desaparecer de este planeta; que las guerras disminuyan; que los pueblos se escuchen, dialoguen y se comprendan entre sí; que haya mucha menos gente que sufra hambre, pobreza o condiciones de vida precarias; y que el amor y la comprensión regulen las relaciones entre las personas.

 

«¡Eres un iluso!», dirá algún «realista» de turno.

 

«¡No, soy un utópico!», y creo en la posibilidad de cambio, creo en la utopía como imagen de un futuro deseado. Como un camino a recorrer hacia la meta necesaria.

 

¡¡Así pues, para cada uno y una, y para todos y todas, un deseo de pasar un 2018 como utópicos, con los ojos puestos en un futuro de todos y para todos!!