La candidatura de Alejandro Guillier emerge como una novedad frente al agotamiento del establishment de la Concertación/Nueva Mayoría. Hombre independiente, regionalista, se entusiasma con ser candidato de la ciudadanía. Pero se queda a mitad de camino. Vacila entre ser el representante de una ciudadanía descontenta con la transición o convertirse en la carta orgánica de los partidos del oficialismo. Optó por esto último, aunque a regañadientes, a medias.
Guillier instala desde un comienzo una relación contradictoria, vacilante, con los partidos de la Nueva Mayoría. Rechaza presentarse bajo el paraguas político de estas formaciones y opta por reunir 33.000 firmas, para así mostrar ante la opinión pública que su candidatura era ciudadana e independiente. El mismo Guillier dijo que ello se llamaba “nueva política”.
Sin embargo, inmediatamente después, nombra a Sergio Bitar como estratega de su campaña. Decisión insólita. Con ello se derrumbaba la tesis ciudadana. Colocaba a un viejo político, un destacado laguista, que había inventado el CAE para la educación universitaria y que había sido hombre clave en la transición en la medida de lo posible.
El candidato de la “centro-izquierda”, al mismo tiempo que incorporaba a Bitar a su campaña mostraba, sin embargo, desplantes críticos con los partidos de la Nueva Mayoría, insistiendo en su independencia, y también cuestionaba la reforma educacional de la presidenta, acusándola que miraba el país desde arriba. No era fácil entender este enredo.
Más evidentes aún fueron las vacilaciones de Guillier en el ámbito programático, y muy especialmente en asuntos económicos. Presionado por la prensa, el senador Guillier, en el mes de marzo, dijo que tenía un contingente de economistas jóvenes, de esos que han estudiado en universidades norteamericanas. El jefe de estos economistas, era un tal Fabián Duarte, profesor del Departamento de Economía de la Universidad de Chile. Repentinamente estas lumbreras desaparecieron del mapa y quedó de manifiesto que Osvaldo Rosales era su coordinador programático, con el apoyo de los economistas Luis Eduardo Escobar y Álvaro Díaz; este último declarado partidario de Lagos.
A la hora de la segunda vuelta, el Frente Amplio presionó la candidatura de Guillier, la eliminación del CAE, de las AFP y un impuesto del 1% a los más ricos de Chile se instalaron en la discusión. Pero Guillier no supo responder a esas demandas. Su jefe programático y sus economistas dijeron que las AFP continuaban, que un impuesto a los ricos era difícil y que el CAE podía ser sólo para el 40% que permaneciera pobre.
Como consecuencia de la insistencia de Mónica Rincón a Guillier en el debate presidencial aceptó, aunque a regañadientes, eliminar, sin condiciones, el CAE para el 40% más pobre de los estudiantes. En cuanto a las AFP no estuvo dispuesto a eliminarlas, pero sí a impulsar una AFP estatal, iniciativa similar a la que impulsa el Ejecutivo.
Las inconsistencias de Guillier y sus contradicciones con los encargados programáticos le daban escasa credibilidad a su candidatura. Pero, en realidad, esta era la culminación de dificultades que arrancaban desde mediados del 2014. La centro-izquierda se había dividido desde el inicio de las reformas Bachelet. Los Walker y Zaldivar, entre otros cuestionaban, cocinaban y morigeraban las propuestas de la presidenta. La derecha y los medios de comunicación avivaban la cueca.
Así las cosas se generaban incertidumbres y confusiones. En ese cuadro había que tener propuestas claras. Y Guillier no las tenía. Por un lado lo empujaba el establishment empresarial y una dirigencia de la Democracia Cristiana que apuntaba al centro. Por otra parte, el Frente Amplio le exigía compromisos con reformas más profundas.
A última hora, se le ocurre al candidato, o a sus asesores, aceptar la presión de la derecha y de los medios de comunicación, los que le exigían la presencia de macroeconomistas destacados. Y, la candidatura, saca debajo de la manga un ramillete de economistas neoliberales para tranquilizar a los empresarios y medios de comunicación. Mala señal para los votantes del Frente Amplio y nueva inconsistencia, dado que esos mismos economistas habían sido previamente renuentes a apoyarlo.
Sebastián Piñera, en cambio, argumentó, con perseverancia, que el crecimiento y el empleo estaban en el centro de sus preocupaciones programáticas. Luego, para la segunda vuelta electoral, le dijo a la ciudadanía que mantendría la gratuidad de la educación y que incorporaría además cambios en el sistema de pensiones, con una AFP estatal. Así las cosas, en el plano económico, su propuesta programática daba tranquilidad a los electores.
Las vacilaciones de Guillier hunden su candidatura. Y, en política, el que vacila pierde. Pero, en realidad, la derrota estaba anunciada desde antes. La dirigencia que lleva a cabo la transición se encontraba política desacreditada por su incapacidad de modificar el sistema económico de desigualdades, las políticas de subsidiaridad social y la constitución de Pinochet.
Y lo más grave: en el plano moral el deterioro se hizo manifiesto. La dirigencia concertacionista fue capturada por los grupos económicos. Varios de sus técnicos y dirigentes fueron instalados en los directorios de sus empresas y sus campañas electorales recibieron financiamiento a cambio de leyes que beneficiaran a sus negocios. Guillier no pudo diferenciarse de esa dirigencia política, desgastada en una transición incierta.