Por Sabine Rubin
Han pasado más de tres meses desde que asumí el nuevo rol de Diputada. Tres meses durante los cuales no he dejado de querer compartir con ustedes mis primeras observaciones, impresiones y pensamientos que esta nueva experiencia me inspiran.
El breve descanso del verano me permitió hacer un borrador basado en las notas que tomé a diario. Pero llegué tarde con la avalancha de eventos de la temporada que también merecen algunos comentarios. Al abrir este blog, encontrarán de todo al mismo tiempo: mis primeras impresiones sobre el trabajo parlamentario; mi interpretación de la actualidad.
El Palacio Bourbon: primeros pasos, primeras impresiones, primeros trabajos legislativos.
En junio pasado, tuve oportunidad de contar mis impresiones sobre mis primeros pasos en el Palais Bourbon: esa ansiosa bienvenida por parte de los veinte o más agentes disfrazados; la consideración repentina, casi demasiado celosa, aunque benévola, hacia mí. ¿Por qué de repente tanta importancia? ¡Por qué tanta preocupación por la «persona política» en la que me convertí! ¿Por qué no tratamos así a todos los ciudadanos, me dije a mí misma entonces, en nuestros servicios públicos, especialmente en los servicios sociales?
Dicho esto, uno se acostumbra rápido: desde el mes de julio, el palacio Bourbon ya no fue ese prestigioso «lugar alto» de los primeros días, sino un espacio diario de trabajo.
Y de trabajo, no nos lo hemos perdido desde esa primera sesión verdaderamente extraordinaria y, en particular, por dos grandes proyectos de ley: el proyecto de habilitación por ordenanza sobre el diálogo social; la ley de la confianza en la vida política. Horas y horas de debate, muchas de ellas hasta tarde en la noche (lo que, dicho sea de paso, le costaría a los contribuyentes 50.000 euros por noche).
Aunque sea una minoría, nuestro grupo de 17 parlamentarios de France Insoumise fue el que animó el debate con más de 300 enmiendas. Incluso los medios mencionaron esta participación.
En cuanto a mi contribución a este gran proyecto, fue reflejo de mi compromiso con las campañas presidenciales y legislativas: ser solidaria con France Insoumise, lo que significó contribuir con mi voto, y algunas veces con mi intervención, aún inexperta, para defender las enmiendas, a menudo colocadas durante la sesión, diez minutos antes de tomar la palabra. Fue muy inquietante, pero uno se acostumbra, tal como se acostumbra al lugar.
La vanidad del debate legislativo: de la caja de pago a la caja de resonancia
Una cosa que no estoy segura de poder hacer o a la que quiera acostumbrarme es la vanidad del debate parlamentario que, a menudo, solo aviva una polémica partidista más que un enfoque constructivo de la discusión.
Pero, ¿cómo podría ser de otra manera considerando la organización del debate parlamentario, donde se cuenta el tiempo de las intervenciones? ¿Cómo podría ser de otra manera cuando estas intervenciones se reducen a opiniones, en la mayoría de los casos en conformidad con una postura partidista cuyos fundamentos, valores e ideologías, nunca se aclaran o profundizan? ¿Cómo podría ser de otra manera cuando nuestros ministros, cuyo arte de las evasivas conocemos, no responden a nuestras preguntas?
De hecho, el debate parlamentario no es lugar para la reflexión, sino para las opiniones; es el lugar donde predominan los estallidos verbales, las repeticiones y las discusiones estériles.
De ahí la sensación de que estos debates son influenciados en vano por nuestras enmiendas, sistemáticamente rechazadas, a ciertos aspectos de los proyectos de ley; de ahí la sensación de que el hemiciclo es solo la cámara de registro para los proyectos gubernamentales.
Se me dirá que nuestros «adversarios» políticos probablemente también sienten la vanidad del debate. Excepto que por ser una minoría, este sentimiento se exacerba en nosotros.
Por otro lado, tengo la sensación de que nuestros prejuicios y argumentos no son el resultado de un «partidismo» ciego, como a veces puede ser el caso de nuestros colegas de la République En Marche. Fui testigo de una anécdota en la que restablecieron su propia enmienda porque fuera apoyada por uno de los camaradas de nuestro grupo! No quiero ser cínica a nombre de todos los colegas de la mayoría, lo pondré a cuenta de la fatiga.
Sofismos y Novelang: la vacuidad!
A la vanidad de los debates, se agrega su vacuidad que me resulta insoportable. Esto en parte es por lo que mencioné anteriormente, es decir, por la imposibilidad de cuestionar, de especificar, de profundizar en lo que se basan los argumentos de uno u otro.
Pero también porque a algunos parlamentarios les gusta reducir este debate a una batalla verbal hecha en base a «buenas palabras» (para mi gusto, a menudo, malas) y todo tipo de sofismos. Estos parlamentarios, profundamente cínicos, hacen gárgaras con más efectos de estilo que contenido en sus comentarios; se relamen cuando provocan risas y aplausos, lo que transforma el hemiciclo en una especie de arena histérica y decadente. Ello nos proyecta muy lejos de las preocupaciones de los millones de personas que se supone que debemos representar y para quienes adoptamos estas leyes. Y voluntariamente me incluyo en este «nos», sin miedo a que este ir a la deriva me convierta también a mí en algo que se ubique «fuera de la realidad», sino que explique cómo la atmósfera política lleva a los que quieren hacer carrera allí.
Finalmente, el famoso Novelang, tan criticado por nuestro grupo, no deja de participar de este sentimiento de vacío.
Para aquellos que no saben, Novelang se refiere al nuevo lenguaje que, en el libro de George Orwell “1984”, el partido único busca imponer para satisfacer sus necesidades ideológicas.
Para favorecer la palabra oficial y evitar la expresión de pensamientos críticos, este novelang tiene algunos procedimientos que incluyen la reducción del vocabulario, la distorción del significado de las palabras, su eliminación o su doble significado para que entren en profunda disonancia con las realidades, pensadas como experiencias vividas y sentidas.
Al igual que Emmanuel Macron, algunos medios también han evocado el vacío y la vaguedad de las palabras, los ministros y parlamentarios de la République en Marche usan y abusan de este idioma.
Así, una reforma brutal del código laboral se llama «proyecto por ordenanzas para reforzar el diálogo social»; los mismos medios admiten sin titubear que esta reforma favorece a las empresas; así como el sistema de contribuciones sociales se transforma en cargas sociales; ¡que una ley se llame «ley de confianza en la vida política» sin tomar medidas para moralizarla!
Dado que todavía se nos permite pensar críticamente, permitámonos cuestionar estos mensajes: ¿cómo a las empresas con menos de 20 empleados se les concede negociar directamente con sus empleados, por fuera de los sindicatos, argumentando que ello fortalece el diálogo social? ¿basado en cuáles cuerpos representativos? ¿De qué manera la fusión de los órganos representativos del personal refuerza este diálogo? ¿Desde cuándo se ha elaborado el Código del Trabajo para favorecer a las empresas, incluso a las pequeñas y medianas empresas (que, además, tienen, al igual que los empleados, también que estar protegidas de la voracidad de las empresas de CAC 40)? ¿Desde cuándo los empleados que hacen fructificar el capital son una carga para las empresas? ¿Por qué deberíamos confiar en una ley que no fuerza ningún comportamiento moral por parte del Ejecutivo o los soplones?
Ni hablar de las palabras que se han convertido en las principales consignas, como «libertad», «energía creativa», «eficiencia», «confianza» que repiten todos los ministros que he podido escuchar (Jean-Michel Blanquer, Frédérique Vidal, Françoise Nyssen, Laura Fessel) sin descanso, como mantras.
Entonces, hago una serie de preguntas: ¿son libres los cientos de miles de trabajadores y los desempleados? ¿En qué «energía creativa» apoyarse cuando más y más empleados comienzan a ser desvinculados? ¿Cuál es su efectividad? ¿Qué confianza puede uno tener en la vida política cuando la propia ministra de justicia -explicando el cambio al título de su ley, primero llamada de moralización- dice: «lo que es moral, la moralidad, es muy relativa; es de acuerdo a cada uno»? Sin tratar de ser una censora de ningún tipo, tengo una fórmula ancestral que puede servir como punto de referencia para nuestros líderes en materia de moralidad: «tratar a los demás como queremos ser tratados». De acuerdo a esto, ¿a Madame Pénicaud le hubiera gustado formar parte de los 230 despedidos por Danone France, mientras que el HRD, autor de estos despidos, recibía «al mismo tiempo» (para usar el pensamiento complejo de la jerga presidencial) 1.3 millones euros de ganancia de capital en sus acciones? No, a ella no le hubiera gustado.
Así es que tenemos un diálogo de sordos. Esto resulta insoportable cuando pasas hasta quince horas en el hemiciclo.
A veces se me ocurrió que Platón, que está al lado de Aristóteles y de Sócrates al centro de la pintura que domina la sala, debe revolcarse en su tumba ante la vanidad de las intervenciones y la vacuidad de los mensajes. ¡Más de 3.000 años después, su Gorgias sigue siendo muy actual!
Dicho esto, si me han embargado el sin-sentido de los debates parlamentarios que siempre me han hecho odiar a la política y su lenguaje de la madera, comparto con mis compañeros de bancada su verdadera necesidad. Porque nuestras intervenciones escapan a este lenguaje de madera. Recopilo muchos testimonios que me hacen pensar que el sonido de una caja de pago se convierte a veces en una caja de resonancia.
Por lo tanto, durante estos cinco años, aspiro a que mi trabajo en el hemiciclo, que es solo una parte, aunque importante, de mi actividad como diputada, aporte con decisión mi piedra a este edificio.