«Lo determinante no fueron las tecnologías, sino las personas», explica el activista analizando el uso de las herramientas digitales en los movimientos Wild Strawberries y Sunflower.
Sin cargo político, sigue aspirando a influir en la política internacional para que reconozcan a Taiwán como país independiente.
Existen similitudes entre las movilizaciones de Taiwán y el 15M español, reflexionan entre los asistentes a la charla.
Por Sonsoles Valenzuela
Con discreción saluda, sonríe y se sienta replegando su cuerpo hacia adelante, como si entre sus hombros se pudiese hacer notar menos él y más lo que ha venido a contar. El joven de 29 años Lin Fei-fan destila inteligencia y modestia, siendo una de las figuras públicas más destacadas de Taiwán por su participación al frente de los movimientos sociales como Wild Strawberries, Anti-Media Monopoly y Sunflower. Este último marcó en 2014 todo un hito: la ocupación del Parlamento taiwanés por primera vez en su historia y la retirada del Tratado de Libre Comercio en el Sector Servicios con China, el CSSTA. Además, Lin contribuyó a la campaña de las elecciones de 2016 que otorgaron por primera vez la presidencia a una mujer, Tsai Ing-wen, y ha fundado la Red de Jóvenes Asiáticos por la Democracia, en la que participan activistas de Hong Kong, Korea, Japón, Filipinas, Tailandia, Burma, India, Tibet y Taiwán.
El ciberactivista taiwanés ha estado en la Facultad de Comunicación de la Universidad de Sevilla para contar su experiencia con el uso de las tecnologías en estos movimientos, en el marco del II Congreso Internacional Move.net sobre Movimientos Sociales y TIC.
A sabiendas de que gran parte del público no está familiarizado con la política asiática, Lin Fei-fan abre la conferencia con una breve exposición de la historia de Taiwán, planteando una interesante fisura en la visión eurocentrista de la mayoría de los asistentes. Taiwán funciona hoy como un estado soberano, solo parcialmente reconocido por una veintena de países, ante la constante amenaza de intervención de China en su afán por recuperar la isla. En este sentido, Lin recalca que Taiwán tiene un historia multicultural y propia de la que China continental apenas escribió unas líneas, las de los pocos años que estuvo en el poder.
En su revisión, señala lo complejo que fue construir la democracia en Taiwán, iniciándose en 1987 con el levantamiento de la ley marcial que prohibía formar partidos políticos. Tras décadas de estado militarizado empiezan a dar libertades, llegan las primeras elecciones democráticas en 1996 y la democracia termina de consolidarse en 2000, con dos partidos en alternancia en el Gobierno. Las similitudes con la Transición española no pasan inadvertidas para el público. Tampoco en las siguientes palabras con las que Lin explica la razón de esta metamorfosis del autoritarismo a la democracia: «El Gobierno lo permitió porque la sociedad civil en las calles la reclamó de muchas maneras, durante muchos años».
«Lo determinante fueron las personas»
Lin Fei-fan aborda la segunda parte y eje de la conferencia, el ciberactivismo, comparando el papel que ocuparon las tecnologías en los movimientos estudiantiles Wild Straberries y Sunflower. Ambos nacen para denunciar las políticas del Gobierno que estaban poniendo en peligro la estabilidad y la independencia económica del país respecto a China, erosionado así su autonomía y las condiciones de vida de las personas en Taiwán.
Entre uno y otro momento hubo una importante evolución en el uso de las tecnologías, en función de cómo el propio movimiento entendía la lucha. Los Wild Strawberries surgen en 2008 teniendo como caldo de cultivo las movilizaciones estudiantiles de 1990, las más destacadas después del levantamiento de la Ley Marcial en 1987. Aun con estos precedentes, no tenían una estructura ordenada y sólida como movimiento, improvisando política y tecnológicamente al compás de los acontecimientos. Nada de Facebook. Se comunicaban con Yahoo Live y con un sistema de comunicación 2.0 construido por los propios estudiantes: la plataforma BBS, que fueron perfeccionando y continúan usando. Ahí volcaban las grabaciones de las protestas, las propuestas de las asambleas y llamaban a las votaciones. Aquí llegarían los primeros problemas.
«Todo el mundo podía votar a lo largo de todo el día y el resultado de las votaciones cambiaba constantemente, perjudicando al propio movimiento porque no había una línea coherente de acción. Estábamos siempre discutiendo y votando», explica Lin, concluyendo: «El problema en la evolución y efectividad del movimiento no eran las tecnologías, sino las personas».
De hecho, completa Mar Llera, profesora de la Universidad de Sevilla experta en activismo digital en Asia: «No hubo ninguna meta en los Wild Strawberries. Fue una forma de calentar motores para las protestas que llegarían después en 2014», con el Sunflowers, cuyas protestas acabaron con un grupo de 300 estudiantes ocupando el parlamento de Taiwán 23 días para denunciar un acuerdo comercial con China perjudicial para la autonomía de la isla. Aquí, las tecnologías tuvieron un papel más destacado y organizado. Los estudiantes instalaron cámaras dentro de la sede del parlamento, grabando lo que sucedía para mostrárselo al mundo. Llegaron a reunir en las inmediaciones a más de 500.000 personas en asamblea, con las que se comunicaban a través de las redes sociales. Las manifestaciones fueron etiquetadas como #CongressOccupied en Twitter.
Si bien para extender las protestas fueron vitales las tecnologías, para organizar el movimiento, la experiencia del Wild Straberries había dejado mella en los activistas. Siguieron utilizando la plataforma BBS para la organización interna y de las acciones, pero en relación al movimiento anterior sacrificaron horizontalidad y democracia. «Era inviable tomar decisiones de forma tan horizontal», argumenta Lin. Si en 2008 no sabían con quién hablaban a través de la plataforma, cualquiera podía votar en cualquier momento y huían de jerarquías, en 2014 el movimiento abogó por que fuesen los líderes quienes marcasen la agenda, más centralización, más jerarquización. Entendieron que solo así podrían marcar una línea de acción eficaz y llegar a conseguir objetivos concretos.
Aquí Lin, ferviente creyente de la democracia participativa, cambia al gesto hacia la duda. Muestra su lado más autocrítico y humano, dejándose ver de nuevo en los tintes de humildad que le caracterizan: «Sentí que estaba haciendo lo mismo contra lo que estaba luchando, creando la estructura de poder que criticaba» a favor de la efectividad del movimiento. Para concluir su intervención en tono abierto, dispuesto a escuchar en el público respuestas a preguntas para las que no ha encontrado la suya: «¿Cómo utilizamos las tecnologías para combinar democracia participativa y liderazgo?».
El fruto de los Girasoles y las similitudes entre el caso de Taiwan y el 15M español
La primera pregunta del público llega en forma de reflexión: «La misma paradoja que cuentas de las dificultades con las que os encontrasteis para organizar un movimiento en base a una democracia participativa, nos ocurrió también a nosotros aquí con el 15M».
Salvando las distancias, son interesantes las similitudes entre el caso taiwanés y el español. Las más evidentes, además de la dificultad organizativa: la sociedad civil en las calles, una generación que buscaba sentirse representada, la exigencia de reformas y cambios legislativos y políticos que implicasen más participación ciudadana en la toma de decisiones de las instituciones, el uso de las tecnologías para presionar a las instituciones, repercutir mediáticamente y organizar el movimiento, la derivación de las protestas en consecuencias políticas, traducidas en la creación de nuevas formas de pensar la política y nuevos partidos que pusieran en jaque el bipartidismo. En el caso español, con Podemos y en el taiwanés con el The New Power Party, el más representativo del sentir general por el que un día eclosionaron los Girasoles, y que de hecho ha roto con el bipartidismo en la isla. En ambos casos, como señaló Lin Fei-fan, las tecnologías tienen un papel destacado pero por sí mismas no son suficientes, en la medida en que entran en juego las personas.
Llegados a este punto, a todos sorprende una cuestión: ¿Lin no ha ocupado ningún cargo político? El joven explica sus razones: «No pertenezco a ningún partido político porque siento un compromiso con la sociedad. Quiero seguir siendo un puente entre la sociedad civil y las distintas representaciones políticas de izquierda. Si asumiese un cargo, no podría hacerlo. Siento la responsabilidad también de ir más allá de la política doméstica para seguir incidiendo en la internacional, y que se reconozca a Taiwan como país». Mar Llera añade: «Tiene aspiraciones políticas, pero no tiene prisa. Me sorprende que no haya formado parte del poder. Es admirable y dice mucho del tipo de líder que es».
La persecución política y la desobediencia civil
En relación a la complejidad que supone construir democracia y respetar valores democráticos, Lin y Mar Llera recuerdan que, mientras hablamos, el activista Lee Ming-cheh, miembro de una ONG taiwanesa que trabaja por la democracia en China, está en la cárcel. Hoy. Desapareció el pasado marzo tras reunirse con otros líderes de Hong Kong y Taiwan, entre ellos Lin Fei-fan. Tras más de 170 días en paradero desconocido, reapareció en la cárcel. Actualmente espera la sentencia tras haber sido «obligado a confesar su culpabilidad, admitiendo que era su voluntad subvertir el poder del Estado chino».
A la pregunta a Lin Fei-fan sobre si se ha visto en situación de riesgo por su acción política, cuenta que recibió amenazas estando en los Sunflowers y ha sido testigo de cómo «gangsters» enviados por China intentaron crear caos dentro del movimiento y han atacado a los líderes de la revolución de los paraguas de Hong Kong, en visitas a Taiwán para reunirse con él y otros líderes.
Como contrapartida, relatan que tras la ocupación del Parlamento parte de los jóvenes implicados fueron voluntariamente a explicar a las autoridades las razones por las que se habían movilizado. Aun así, el ministro de justicia inició un proceso judicial contra ellos que, poco después, el mismo poder judicial disolvería argumentando que era un caso de «desobediencia civil justificada», para sorpresa de toda la isla.