El mazo golpeó en una subasta de Trípoli para anunciar que un migrante había sido vendido por $400 y nos llevó, 300 años atrás, a cuando los mercados de Montgomery y Nueva Orleans separaban a los hombres de las mujeres, a los niños de las madres y vendían seres humanos como bueyes, patos o caballos. Luego, llegó Abraham Lincoln y en 1863 la Constitución Americana introdujo la decimotercera enmienda, que prohibía la esclavitud en los Estados Unidos de América. Cincuenta años después, la prohibición fue extendida globalmente por una convención de las Naciones Unidas firmada en 1926.
La humanidad parecía haber sido liberada para siempre de la barbarie de la esclavitud, sin embargo, una película reciente de la CNN ha documentado que no, la esclavitud todavía existe en el siglo XXI y estamos estrechamente implicados ya que los migrantes que rechazamos son los que se venden como trabajadores esclavos. Si bien no estamos directamente involucrados, ya que no tenemos el estómago para estas acciones, sí lo hacemos posible proporcionando medios y asesores a la Guardia Costera Libia.
En una declaración certificada, escrita el 14 de noviembre por Zeid Ra’ ad Al Hussein, Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, él declaró: “La Unión Europea e Italia están prestando asistencia a la Guardia Costera Libia para interceptar los barcos de migrantes en el Mediterráneo, incluso en aguas internacionales, y devolverlos a Libia a pesar de que las organizaciones de derechos humanos los han denunciado, ya que los expone a penas de prisión arbitrarias e indefinidas, tortura, violaciones, trabajos forzados y extorsión”. Y añadió: «A pesar de las crecientes intervenciones en el área por parte de la Unión Europea y sus estados miembros, hasta ahora no se ha hecho nada para reducir el nivel de abusos sufridos por los migrantes».
Y como lo confirma la película de CNN: ese golpe de martillo demostró que Libia no sigue ninguna norma de derecho aparte de la del dinero, y carece no solo de autoridad moral, sino también de decencia humana básica cuando trata de aprovecharse de la situación vulnerable y desprotegida de los migrantes para transformarlos en bienes subastados.
Ahora Italia está en plena campaña electoral, con todos los partidos compitiendo por reflejar las emociones de sus votantes y decir lo que los votantes quieren oír. Desafortunadamente, los medios de comunicación han pintado a los migrantes como criminales que roban y matan, matones que violan a mujeres y niños, y mendigos que nos empobrecen al recibir beneficios de asistencia social. Inevitablemente, ahora una gran parte de nuestra población tiene un odio ardiente hacia los migrantes, considerándolos como la raíz de todos nuestros males, y los partidos políticos compiten por demostrar quién es mejor para liberarnos de este mal. Los demagogos más groseros se lanzan a repeler a estos migrantes en el mar con sus ametralladoras, mientras que los líderes más educados hacen arreglos con las milicias africanas para que hagan el trabajo sucio.
Los escritores de nuestra Constitución nunca habrían creído que nuestra democracia, sin importar qué tan maltratada estuviese, podría convertirse en una maquinaria tan competitiva, utilizada para pisotear cualquier principio en nombre de la victoria. Pero no es nuestra democracia la que se ha deteriorado: es nuestra sociedad la que no ha sido capaz de acompañar el progreso tecnológico con el progreso humano; que no ha sido capaz de acompañar el crecimiento de la complejidad de nuestro mundo con una educación capaz de comprender cómo manejarlo; que no ha sido capaz de acompañar el crecimiento del mercado con el crecimiento de los valores sociales para impedir que las reglas del mercado gobiernen toda nuestra sociedad; que no ha sido capaz de acompañar el crecimiento del poder económico con el aumento de los centros de información, por lo que ahora solo aquellos pocos más poderosos son capaces de crear una visión distorsionada de la realidad.
Es difícil de decir cómo romper este ciclo perverso, pero si hay una posibilidad, es la de aquellos que han conservado su habilidad para pensar y alzar su voz de desacuerdo a costa de ser marginados y vilipendiados. Mientras estaba en la cárcel en 1963, Martin Luther King escribió: «La mayor tragedia no es la opresión y la crueldad de la gente mala, sino el silencio de la gente buena». Elevar nuestra voz de condena es la única manera de poner fin a la ‘banalidad del mal’, la enfermedad más contagiosa que padece la humanidad.