La votación de Beatriz Sánchez le ha puesto freno al discurso de las clases medias individualistas y al mercado omnipotente. La ciudadanía respalda transformaciones al modelo económico de desigualdades y apoya una política de derechos sociales universales.
Hace bastantes años, Eugenio Tironi, en su libro La Irrupción de las Masas, fue el primero que trató de convencernos que la modernización capitalista en Chile se encuentra asociada al consumo. Destacaba el marcado individualismo centrado en el placer del consumo con “las multitudes ocupando espacios en los malls, cines, balnearios, aeropuertos y cines”. A él le fue bien en sus asesorías a los empresarios, pero a mí no me convenció.
Hoy día, economistas y filósofos de derecha, en los periódicos del establishment, defienden ese diagnóstico. Con esa línea argumental aseguraban un aplastante triunfo de Piñera y, al mismo tiempo, miraban con desdén la propuesta transformadora de Beatriz Sánchez. Para esos analistas, la modernización y el progreso se encuentran asociados al consumismo y al individualismo; en fin, al modelo económico-social en curso.
Según los defensores del modelo, el capitalismo chileno ha generado una inédita ampliación de las capas medias, las que están muy satisfechas con su bienestar material y especialmente felices con su acceso al consumo. No comparto esa tesis, ni antes ni ahora. La realidad dice otra cosa.
El destacado filósofo Carlos Peña, quien había minimizado a la candidata del Frente Amplio (FA), en su artículo “¿Por qué cayo Sánchez?» desplegó sus mejores argumentos sobre la autonomía y el esfuerzo personal de los chilenos, en rechazo a las decisiones colectivas y políticas públicas universales que ha sostenido el programa del FA.
Sin embargo, inmediatamente después del resultado electoral, no tuvo más alternativa que replegarse, obligado a escribir “El Misterio del Frente Amplio” para explicar su sorpresa por la buena votación de Beatriz. Paralelamente, tuvo que encontrar nuevos argumentos para fundamentar la baja votación de Piñera. Y, entonces, se atrevió a acusar a Piñera de hacer gala de conservadurismo cultural, explicando que “…los grupos medios no sólo están satisfechos con el bienestar material; también están satisfechos siendo dueños de sí mismos y no necesitan tutores.”
Sin embargo, la “tutoría” valórica de Piñera sólo parece una justificación a posteriori, ya que fue el candidato extrema derecha y no Piñera el que desplegó el más incisivo discurso conservador de la derecha. Ahora, cuando Kast se incorpora al comando de Piñera, y se compromete a un despliegue a lo largo de todo el país, tendríamos que concluir, siguiendo a Peña, que la derecha está perdida de antemano en el ballotage.
La tesis de la modernización capitalista, fundada en la ampliación del consumo de las capas medias, exigiría una larga discusión. No tenemos espacio para ello. Sólo puedo decir que centrar la modernización en el consumo es muy insuficiente y explica poco.
En primer lugar, la matriz productiva chilena fundamenta su actividad en los recursos naturales, con serios desequilibrios sectoriales, regionales y sociales. Muestra inestables ingresos de exportación, según los ciclos de precios internacionales y no existen mayores esfuerzos de innovación y transformación productiva, como consecuencia de la consolidación de una mentalidad rentista. Y, en realidad, sin diversificación productiva ni avance tecnológico no hay modernización económica.
Ese tipo de matriz productiva entrega cuantiosas rentas a unas pocas familias, pero genera escaso empleo y bajos salarios, sobreexplota la naturaleza y compromete el futuro de las generaciones venideras. Eso no es modernización.
En segundo lugar, la política social que impera en el país no otorga derechos: impuso el lucro y reparte asistencialismo. Cuanto más paga la persona es mejor la atención y la calidad en salud y educación. El lucro es el pilar central, aunque al sistema privado se le ha agregado una prótesis pública, para los pobres, de escasa calidad en salud y educación y de modesto monto en previsión. En tales condiciones, las capas medias son las principales víctimas de las nuevas formas de vulnerabilidad asociadas a la expansión de los mercados, con endeudamiento e inseguridad. Eso amplía la brecha social de ingresos y no es modernización.
Adicionalmente, los abusos del mercado en Chile son cotidianos. Las AFP e ISAPRES estafan, especialmente a los sectores medios Las AFP ofrecen el cielo a los pensionados y los condenan al infierno. Las ISAPRES desprecian a los ancianos y mujeres embarazadas, y sus contratos son engañosos. También, gracias al CAE, los jóvenes universitarios viven un futuro incierto, al contraer deudas de por vida con la banca. Eso no permite mejorar la productividad y no es moderno.
En tercer lugar, el mercado chileno no es transparente. Los precios de los bienes no se rigen por el mercado, sino los fija la colusión empresarial. El libre mercado es una ficción. Conocemos los casos de las farmacias, el papel higiénico, los pañales y pollos. En consecuencia existe un robo sistemático a los consumidores. Y, precisamente, gracias a la “particular modernidad” chilena existe un Estado reducido, que cuenta con limitados mecanismos regulatorios para impedir los abusos que sufren los consumidores. Esto es pre-moderno.
En cuarto lugar, los grupos económicos se han hecho inmensamente poderosos por la inexistencia de controles apropiados del Estado, una política impositiva que los favorece y gracias a la complacencia de la clase política. Así las cosas, los vasos comunicantes entre la política y los negocios se han hecho más fluidos en los últimos años, mediante el dinero que las grandes empresas entregan para las campañas políticas y, también, con el reclutamiento que realizan de ex ministros y ex superintendentes de instituciones reguladoras.
La mentada modernización y el progreso de las capas medias, que defienden algunos analistas, sobre la base del mayor consumo de las capas medias, es una teoría frágil y sólo atribuible al capitalismo neoliberal. Ni la base material de la economía, fundada en los recursos naturales, ni las políticas sociales que avalan el lucro y promueven el asistencialismo para los más pobres, ni menos el despojo de la colusión, han servido para el progreso de las capas medias.
Los bajos ingresos de los asalariados y las dificultades de los pequeños empresarios para potenciar sus emprendimientos son una espada de Damocles permanente para los sectores medios. Los altos costos de la educación y la salud, así como las pensiones miserables y los elevados costos de los créditos bancarios, son expresiones manifiestas que el mayor acceso al consumo no otorga gran felicidad a los sectores medios.
Aunque se haya ampliado el consumo en Chile, en ningún caso podemos decir que existe una verdadera modernización y tampoco que los sectores medios se encuentren satisfechos con el modelo existente. Bien lo destaca Jorge Arrate en carta a El Mercurio (23-11-17), y lo ratifican las recientes cifras de vulnerabilidad social entregadas por la OCDE
La votación de Beatriz Sánchez le ha puesto freno al discurso de las clases medias individualistas y al mercado omnipotente. La ciudadanía respalda transformaciones al modelo económico de desigualdades y apoya una política de derechos sociales universales. Ello explica la potente emergencia del Frente Amplio en el Parlamento. Explica también la derrota parlamentaria de los barones de la Concertación, algunos de los cuales bloquearon incluso las reformas de la Presidenta Bachelet. Independiente de los resultados del 17 de diciembre, ya se ha iniciado un nuevo ciclo político en Chile.