Una tarde regresaba a mi oficina en el Instituto Juan Marinello. Había acabado de llover. En las esquinas nacían unos charcos de agua sucia con basura venida de algún lugar. Sobre las ho-jas podridas de los framboyanes flotaba una lata de Coca-Cola, vacía, magullada.
Doblé izquierda en el charco siguiente y me acordé del amigo que, cuando nadie había sa-lido de viaje al extranjero, él ya visitaba Santo Domingo. Aquello es Cuba con Coca-Cola, me decía. Y en una lata de refresco cabía toda la semiótica del capital.
Por un tiempo la Coca-Cola se relegó a los ho-teles exclusivos, las tiendas de los diplomáti-cos y a ciertas compras que hacían las tías de la comunidad. Esas viejas cubanas -que se fue-ron de la isla en los años sesenta y volvían más de veinte años después- tomaban aquello co-mo agua.
El Che decía que el refresco nuestro que susti-tuyó al de los gringos sabía a cucarachas. Cam-bios mediante, terminó siendo el refresquito prieto que se repartía a partes iguales con el masarreal de las meriendas mañaneras en la escuela primaria. Existe incluso un dibujo ani-mado de la historieta Matojo donde su crea-dor Manuel Lamar –Lillo- se detiene en aque-llas botellas de cristal que después dieron pa-so, en el mismo envase, a los sábado corto. Más tarde nos inventamos la Tropicola, y des-pués el TuKola con toda la campaña mediática de una marca registrada.
Durante el Mundial de Fútbol de Estados Uni-dos en 1994, la Coca-Cola emitió una serie con las banderas de los equipos. La chiquillada se dedicó a coleccionarla y como no teníamos di-nero para eso, merodeábamos -con una timi-dez digna- los flamantes Rápidos recién estre-nados, donde unas trabajadoras con saya corta y patines llevaban a la mesa el pedido.
Recogíamos las latas como si encontrarlas en el piso fuese una casualidad, porque a ninguno de nosotros se nos hubiera ocurrido revisar en el basurero o pedirle a alguien que nos regala-ra el envase vacío. La ética nos aplastaba y la mendicidad era cosa del pasado. Aunque ese fue el año del Maleconazo, en el Período Espe-cial más crudo no había tantos mendigos co-mo ahora. Quizá nos querían más.
Ahora, abundan esas latas rojiblancas en las esquinas, como algo natural. Sin traumas apa-rentes. Yo no sé a quién ni cómo el sector pri-vado compra esos refrescos, pero sí sé que la Coca-Cola ya aparece hasta en las cafeterías perdidas en medio de la autopista de alguna provincia.
Primero fue el empuje del turismo y después el creciente consumo del novorriquis-mo que quiere vivir en Cuba como si fuera Miami, pero con las gratuidades socialistas. Hasta que, o el sistema les moleste para au-mentar sus riquezas, o el sistema se adapte a sus necesidades. O suceda la mejor y más lin-da de las variables: hasta que nos demos cuen-ta que el socialismo de mercado no es el socia-lismo que conduce a la sociedad comunista. Que esa versión a ellos no les debe gustar.