Para las próximas elecciones chilenas que tendrán lugar en noviembre, se presentan 8 candidatos, de los cuales 2 adscriben al pensamiento de derecha y los otros 6 de izquierda o centro izquierda. La información disponible a partir de distintas encuestas expresan que lo más probable es que nadie obtenga la mayoría absoluta en la primera vuelta, por lo que habría una segunda vuelta entre las dos primeras mayorías. Una de ellas representativa de la derecha, Sebastián Piñera, a quien los pronósticos auguran un porcentaje que oscilaría entre un 40% y 45% en esta primera vuelta; la segunda mayoría la obtendría una de las candidaturas de izquierda o centroizquierda, Beatriz Sánchez por el Frente Amplio, Alejandro Guillier por la Nueva Mayoría, coalición que gobierna el país, o Carolina Goic por la Democracia Cristiana, partido que es parte de la Nueva Mayoría pero lleva su candidata por aparte.
En consecuencia, para la segunda vuelta, la derecha correrá con ventaja por partir de un piso más alto al tener una mayor votación y tener al frente a una izquierda y una centroizquierda fraccionadas. Para revertir esta ventaja es necesario un cambio de actitud, partiendo por dejar de golpearse o recriminarse mutuamente por errores cometidos, olvidando que el adversario está al frente, no al lado.
Una nueva actitud que se concrete en un acuerdo muy simple sin imponer ninguna clase de condiciones: respaldar con entusiasmo a quien salga segundo, cualquiera que sea éste. Se trata de reverdecer el espíritu que hace ya casi tres décadas hizo posible el triunfo del NO, contra viento y marea, en el plebiscito de octubre de 1988. Triunfo que solo fue posible con unidad y sin violencia, con un lápiz y un papel.
Lo expuesto debe emprenderse ya, sin esperar quien llega a la segunda vuelta. De lo contrario, lo más probable es que la segunda vuelta sea carrera corrida para la derecha. Pensar que las posibilidades de acuerdo son mayores después de la primera vuelta, sabiendo cuantos votos tiene cada uno sobre la mesa, es militarizar la conversación. Sería equivalente a sentarse poniendo por delante los votos que tiene cada uno para imponer condiciones, propia de la vieja política que tiene hastiado a más de medio país, a los que no votan.