La ideología e inconsecuencia de Camus no es el punto en discusión. Él es Presidente de la Bolsa de Santiago. Sus desafortunadas declaraciones sobre el eventual colapso accionario tienen implicaciones delicadas: sobre las inversiones, el movimiento de las AFP y el propio movimiento accionario. Eso es lo cuestionable. Sus afirmaciones irresponsables son desestabilizadoras.
En días recientes, el Presidente de la Bolsa de Santiago, Juan Camus, anunció el colapso accionario de no triunfar Piñera en las próximas elecciones presidenciales. Por su parte, el empresario, admirador de Pinochet, Nicolás Ibañez, atacó violentamente al alcalde de Valparaíso, Jorge Sharp, por el rechazo del municipio a su proyecto inversionista. Son malos empresarios.
El Presidente de la Bolsa ha aprovechado su tribuna para agitar en favor del candidato Piñera y para criticar el desempeño del actual gobierno. Según Camus, la actual alza accionaria obedecería a razones complejas, que trascienden al gobierno; y, sin embargo, la disminución del crecimiento económico no reconocería similares complejidades, ni siquiera la caída del precio del cobre. Sólo atribuye responsabilidad a las reformas gubernamentales.
El sesgo argumental de Camus se explica por su biografía personal y política. Nacido en la clase dominante, con estudios en el Verbo Divino y en la Universidad Católica, aprendió el catecismo económico neoliberal en este centro de estudios y, junto a Jaime Guzmán y Allamand, fue formador del Movimiento Unión Nacional, antecedente de la UDI y de RN.
Con esa historia personal Camus se movió como pez en el agua durante el régimen de Pinochet, y acumuló capitales en Celfin Capital y luego con BTG Pascual. Sus coincidencias con Piñera son claras. No están dispuestos a modificar el modelo rentista. Ambos han construido sus fortunas en el sector financiero, sin necesidad de producir. No son empresarios innovadores, que generen riqueza. Son malos empresarios.
Camus, en un rapto autocrítico, en la revista Que Pasa, desnuda a la elite chilena: “la elite está conformada por un grupo extremadamente homogéneo. Su círculo de vida es demasiado estrecho. Nos vemos los mismos con los mismos… y eso transforma a Chile en una sociedad pueblerina respecto a las personas que piensan distinto”. Camus se sincera en estas declaraciones, pero a la hora que una modesta reforma tributaria le toca el bolsillo se olvida de lo dicho, renuncia a la diversidad, y se convierte en publicista de su amigo Piñera.
La ideología e inconsecuencia de Camus no es el punto en discusión. Él es Presidente de la Bolsa de Santiago. Sus desafortunadas declaraciones sobre el eventual colapso accionario tienen implicaciones delicadas: sobre las inversiones, el movimiento de las AFP y el propio movimiento accionario. Eso es lo cuestionable. Sus afirmaciones irresponsables son desestabilizadoras.
Camus estudió economía y sabe perfectamente lo que es el colapso de una bolsa. El crack de 1929 y también la crisis 2007-2008 fueron colapsos en las bolsas. Fenómenos traumáticos con explicación en una variedad de factores y no en una o dos iniciativas de política pública. En ambos casos, se produjo una burbuja especulativa, cuya responsabilidad principal estuvo en el sector financiero y en la debilidad regulatoria del Estado. Nada de eso está presente en nuestro país.
En consecuencia, los anuncios catastróficos del presidente de la Bolsa engañan a los agentes económicos, nacionales y extranjeros. Además, ponen de manifiesto el escaso respeto del presidente de la Bolsa por las instituciones democráticas, así como su indebida intromisión en asuntos políticos.
El caso de Ibáñez no es distinto, aunque su trascendencia es menor. El empresario pinochetista descalificó la decisión del municipio de Valparaíso, responsabilizando al alcalde Sharp. Aunque el rechazo a la inversión de Ibáñez fue adoptada por el consejo municipal, el empresario las emprende contra Sharp señalando que se trata de una decisión “claramente política e ideológica”. Ello es propio de su obsesión contra toda iniciativa de progreso; más aún, si afecta a sus negocios.
El empresario Ibáñez se hizo rico con los supermercados Líder, los que hace pocos años vendió a la cadena Walmart. Financia a la Fundación para el Progreso, que encabeza el analista conservador Axel Kaiser. Ésta institución se dice promotora de la libertad, el estado de derecho y la democracia.
Sin embargo, la disposición democrática de Ibáñez es sui generis. Ha sido acérrimo defensor de Pinochet, al punto de colocar en el edificio corporativo de sus empresas Líder una placa en homenaje del dictador. Por otra parte, su disposición libertaria es muy discutible ya que no aceptó las decisiones del municipio de Valparaíso y las ha calificado de “políticas e ideológicas”. El bolsillo está primero.
Los empresarios fácticos han sido especialmente agresivos con la presidenta Michelle Bachelet. Han tenido comportamientos delirantes ante las reformas del actual gobierno. Sus reacciones respecto de la moderada reforma tributaria y de los cambios educacionales revelan su escasa modernidad. También, esos mismos empresarios muestran nerviosismo frente al surgimiento de los nuevos liderazgos políticos en el país. Cualquier cambio los asusta porque son incapaces de innovar. Están aferrados al rentismo extractivista. Camus e Ibáñez son el mejor ejemplo.