Historia y presente de Bayer, la dueña de Monsanto. Aspirinas, nazismo y agrotóxicos son parte del prontuario de la empresa que monopoliza los venenos y sus remedios. Las voces que alertan por la concentración del mercado transgénico y los números que explican una fusión estratégica.
Bayer: ciencia para una vida mejor”. Es uno de los eslóganes de la farmacéutica alemana que luego de la fusión con la multinacional Monsanto se transformó en la mayor compañía de agrotóxicos y transgénicos del mundo. Creadora de la aspirina y muy cuidadosa de su imagen, Bayer también tiene un pasado criminal: complicidad con el nazismo, que incluyó trabajo esclavo, la producción de gas letal para los campos de exterminio y condenas de altos ejecutivos.
La historia oficial
La versión difundida por la empresa relata que Bayer se fundó hace 150 años, en 1863 y en Alemania, en una modesta casa donde el comerciante de colorantes Friedrich Bayer y el maestro tintorero Johann Weskott instalaron una pequeña fábrica para producir colorantes artificiales para teñir textiles. En 1867 ya contaban con una fábrica, tres almacenes de venta en Alemania y uno en Suiza. En 1897, crearon el departamento farmacéutico de Bayer. Dos años después, la empresa registra la patente de la aspirina, su producto estrella hasta la actualidad.
Bayer está presente en los cinco continentes, con sede principal en Leverkusen (Alemania). Según su publicidad corporativa: “Cumple un papel activo y determinante en mejorar la calidad de la vida, la salud y el bienestar de la humanidad”.
Durante 2013 y 2014 celebró sus 150 años en el mundo como una “compañía líder en salud y agricultura”. Con presencia en 77 países, sus ventas anuales llegan a los 46.000 millones de dólares, cuyo 22 por ciento corresponde al sector agro.
La empresa cuenta con tres divisiones. “Pharmaceuticals”, productos de venta bajo receta, especialmente para cardiología y salud de la mujer, y en especialidades terapéuticas en las áreas de oncología, hematología y oftalmología. La división “Consumer Health”, que comercializa productos de venta sin receta en dermatología, suplementos dietéticos, analgésicos, gastrointestinales, alergias, resfriado y gripe, cuidado de los pies y protección solar. “Crop Science” es el sector de Bayer dedicado al agro. Semillas transgénicas y agrotóxicos, aunque la empresa los llama “protección de cultivos y ciencias ambientales”. Según la publicidad corporativa, Bayer “proporciona al cliente un extenso servicio para una agricultura moderna y sostenible”.
A los agrotóxicos los denomina “fitosanitarios” y, a contracorriente de la evidencia científica, promete que actúan “selectivamente en las más pequeñas cantidades posibles y luego descomponerse rápidamente en sustancias neutras”. En el sector agro de Bayer los dos principales cultivos son el trigo y la soja. Cuenta con una facturación anual de 9.494 millones de euros.
En Argentina está presente desde 1911. En Pilar cuenta desde 1999 con la fábrica de comprimidos más grande de Sudamérica, con una capacidad de producción de 3.000 millones de comprimidos al año. Desde allí abastece, además de Argentina, a Bolivia, Chile, Paraguay, Uruguay y Brasil. En la planta de Zárate concentra la producción de agrotóxicos.
Megafusión
La operación se hizo pública el 14 de septiembre de 2016: la multinacional de origen alemán ofertó a la estadounidense Monsanto 62.000 millones de dólares. “Bayer presenta una oferta para adquirir Monsanto y crear un líder mundial en agricultura”, tituló la propia compañía.
Organizaciones sociales y de consumidores de Europa comenzaron a alertar sobre la concentración del mercado de semillas y la violación de leyes de la competencia (que deben regular que las empresas no dominen sectores). Bayer arriesgó como fecha posible de la fusión diciembre de 2017.
La agencia de noticias Reuters informó el 22 de agosto pasado que la Comisión Europea analiza la situación y citó un comunicado oficial de las autoridades encargadas de la regulación de mercado: “La Comisión tiene preocupaciones preliminares de que la adquisición propuesta podría reducir la competencia en varios mercados diferentes, lo que se traduce en precios más altos, menor calidad, menos opciones y menos innovación”.
El diario La Nación, invitado a Alemania por la misma empresa, señaló el 19 de septiembre que la aprobación de la fusión estaría recién en 2018, según lo detalló Liam Condon, presidente de la división Crop Science de Bayer.
Los riesgos
Son escasos los espacios que difunden información crítica sobre el accionar de la multinacional alemana. Una excepción es la “Coordinación contra los peligros de Bayer”, una red de organizaciones y activistas que publican denuncias sobre el accionar de la compañía. “El modelo de negocio de Bayer y Monsanto carece de escrúpulos. Ambos obtienen sus beneficios con pesticidas y técnicas de manipulación genética, dañan la salud de agricultores y consumidores, alteran el clima, destruyen la biodiversidad y ponen en peligro las bases de la alimentación y subsistencia de las generaciones futuras. Ahora Bayer quiere absorber a Monsanto para potenciar este amenazador modelo de negocio y aumentar así los beneficios de sus grandes accionistas a costa de la gente y la naturaleza”, destaca la página de inicio de la organización.
Carlos Vicente, de la organización internacional Grain, investiga lo referido a las consecuencias del modelo transgénico. “Lo central de esta fusión es el incremento de la concentración del poder corporativo del agronegocio en lo que son sus principales ejes: el control del mercado mundial de las semillas, de transgénicos y de los agrotóxicos. Esta concentración extrema pone a la alimentación de toda la humanidad en manos de un puñado de empresas que no buscan producir alimentos, sino que han convertido a los mismos en mercancías y cuyo único objetivo es incrementar sus ganancias”, afirma.
Vicente destacó que tanto Monsanto como Bayer tienen gran responsabilidad en el impacto negativo de los agrotóxicos, la devastación de los territorios con millones de hectáreas deforestadas, campesinos expulsados y la malnutrición de más de la mitad de la humanidad.
Monsanto es una de las multinacionales con peor imagen y reputación. En su currículum se incluye la producción del agente naranja (químico utilizado por Estados Unidos en la Guerra de Vietnam, con amplios impactos en la población civil), la producción de PCB (refrigerante de transformadores eléctricos, retirado del mercado luego de confirmarse su efecto cancerígeno) y la producción de agrotóxicos, como el famoso herbicida glifosato.
En abril pasado se desarrolló en La Haya un juicio popular contra Monsanto. Se aportaron pruebas de diversos lugares del mundo sobre su accionar y se la condenó por violación de derechos humanos, contaminación y afectaciones en la salud.
Bayer reconoció que dejará de lado el nombre Monsanto (aún no definió si creará una nueva denominación o todo pasará a llamarse como la empresa alemana). “La condena social por ecocidio del Tribunal de La Haya deja claro el camino que los pueblos seguirán, más allá de que el nombre ‘maldito’ desparezca”, advirtió Carlos Vicente, y llamó a desenmascarar también a la multinacional alemana.
El 28 de abril pasado se realizó la asamblea general de Bayer, en la que participaron accionistas minoritarios, incluso de la sociedad civil, que plantearon críticas. El tema principal fue la fusión con Monsanto. Estuvieron presentes la ONG Amigos de la Tierra, asociaciones de apicultores y Misereor (sector de la iglesia católica alemana que trabaja en proyectos sociales).
La Junta de Accionistas reconoció que se esperan mayores ganancias luego de la fusión y definió a Monsanto como “una empresa moderna, muy innovadora, con una gestión empresarial excelente”.
Los directivos de Bayer exhibieron un video donde presentan un agricultor “exitoso”: se trata de un productor de soja de Brasil. Remarcan las ventajas del país para ubicarse como el segundo productor mundial de soja. Informaron que en sus próximas líneas de acción está la “digitalización” de la agricultura, con mayor uso de drones e imágenes de satélite para “ayudar a los productores a descubrir enfermedades y plagas más temprano”.
Sarah Schneider, de Misereor, explicó que la compra debe ser examinada por treinta comisiones de defensa de la competencia (entre ellas, la de Argentina). Ante los accionistas mayoritarios, Schneider recordó que Bayer está involucrada en violaciones de derechos humanos por la comercialización de pesticidas altamente peligrosos y les recordó la mala reputación de Monsanto, “un modelo de negocio inescrupuloso, con daños ambientales, a la salud y violaciones de derechos humanos”. Y ante la Junta de Accionistas hizo la pregunta clave: “Con la fusión, Bayer asumiría la responsabilidad por violaciones de derechos humanos de Monsanto y sería en el futuro la destinataria de las denuncias existentes contra esa empresa. ¿Cómo Bayer se va a preparar para asumir esta responsabilidad?”.
No hubo respuesta.
Pasado nazi
ernando Bejarano González es una investigador mexicano que para los 150 años de Bayer (2013) resumió en un solo y conciso documento el accionar silenciado de la empresa. “El pasado oscuro de las transnacionales alemanas”, es el título y enumera la contaminación del medio ambiente, la intoxicación por plaguicidas, su contribución económica para que se derrotara la propuesta del etiquetado de los cultivos genéticamente modificados en California, las denuncias de muertes por ensayos clínicos de productos en la India, las víctimas de píldoras anticonceptivas en Estados Unidos, deformidades por pruebas hormonales en Alemania y Reino Unido.
Pero sin dudas el hecho más silenciado de Bayer es su colaboración activa con el nazismo, cuando formaba parte de un conglomerado mayor llamado I.G. Farben (también integrado, entre otras, por Basf y Agfa). Destaca el acuerdo de la empresa con el nazismo para “desarrollar experimentos con prisioneros del campo de concentración de Auschwitz” y puntualiza que I.G. Farben tuvo el campo de trabajo esclavo de Buna/Monowitz.
Bejarano retoma la investigación de Diarmuid Jeffreys (autor de Historia de la I.G. Farben) y explica que la compañía estableció alianza con Herman Göring, brazo derecho de Adolf Hitler, y fue contribuyente del Partido Nacional Socialista en las elecciones de 1933. “Aunque su principal motivación era económica, seguir creciendo y maximizar sus ganancias, más que por afinidad ideológica, la I.G. Farben fue un aliado estratégico del régimen nacionalsocialista”, afirma.
Detalla que la compañía pagaba al nazismo por trabajadores esclavos y estuvo a cargo del campo de concentración de caucho sintético llamado “Buna/Monowitz”, que llegó a tener 10.000 prisioneros. Otro elemento silenciado por la I.G. Farben es que producía (mediante subsidiaria Degesch) el gas con el que asesinaban en el campo de exterminio de Birkenau-Auschwitz (el “skylon B”, un plaguicida).
En el juicio de Núremberg (que juzgó los crímenes del nazismo) fueron declarados culpables trece altos directivos de la I.G. Farben por los cargos de “esclavización por participar en el programa de trabajos forzados” y en la política genocida del nazismo; y por el cargo de saqueo y despojo de empresas químicas en los territorios ocupados.
La Coordinación contra los peligros de Bayer lo resume: “Productos como la aspirina no son las únicas cosas relacionadas con Bayer a través de su historia. La compañía solo piensa en su propio beneficio y trabaja continuamente con dictadores y criminales de guerra, desde Hitler hasta Pinochet. El director de Bayer, Carl Duisberg, propagó personalmente el concepto de trabajo forzado durante la Primera Guerra Mundial. La idea derivó después al asesinato masivo en el campo de concentración Auschwitz-Monowitz, de I.G. Farben (integrada por Bayer)”.
Mercado concentrado
Silvia Ribeiro, investigadora del Grupo ETC (Grupo de Acción sobre Erosión, Tecnología y Concentración) estudia la concentración corporativa del agro desde hace treinta años. “Hace veinte años Monsanto no tenía semillas y hoy es la más grande del mundo. Había más de 7.000 empresas de semillas y ahora Monsanto tiene el 25 por ciento del mercado de todo tipo de semillas (no solo transgénicas). Lo que ha pasado es que en 20 años se han dado más de 200 fusiones que terminan en lo que llamamos las seis grandes, los gigantes genéticos. Son Monsanto, Syngenta, Dupont, Dow, Basf y Bayer. Estas empresas dominan el 63 por ciento del mercado mundial de semillas. Y todas son productoras de venenos. Cifras descabelladas. Ninguna oficina antimonopolio debiera aprobar esas fusiones”, afirma Ribeiro.
Se trata de concentraciones extremas.
Y el riesgo es mayor cuando se trata de un sector tan esencial como el agroalimentario: quien controla las semillas, contra la alimentación y la vida.