La continuación de la distópica película de ciencia ficción Blade Runner de 1982 dirigida por Ridley Scott y ambientada en Los Ángeles en 2019 (ahora tan cerca), ha alcanzado un gran éxito en las salas cinematográficas. Tiene lugar 30 años después de la primera entrega y los que lo ven en 3D pueden conseguir el horror distópico casi como si fuera parte de sus propias vidas. Curioso, ya que uno de los temas es la tecnología capaz de crear memorias implantadas.
Teniendo en cuenta la publicidad creada en torno a su lanzamiento, puede que se convierta en una de esas películas vistas por una gran parte de la población, es decir, podría convertirse en un objeto cultural. Por lo tanto, es interesante mirar con ojo crítico su posible influencia.
Como su predecesora los temas son la degradación ambiental, la contaminación, el éxodo de todos los seres humanos a otros planetas a excepción de los menos acomodados, la toma del mundo por las Grandes Corporaciones (esta última encarnación comienza con Sony primero entre sus créditos iniciales, la ironía parece haberse perdido para los productores) y los androides o replicantes cazados y asesinados, en la anterior película por desarrollar sus propias ideas, en ésta por ser modelos obsoletos.
Como tantas películas de ciencia ficción distópicas, no se trata de discutir el futuro, sino de una crítica del presente. El holocausto nuclear está implícito pero silenciado, sucedió, estamos en una situación post-apocalíptica pero la gente sobrevivió.
La toma de control empresarial, el desempleo provocado por la automatización, los robots asesinos de IA, todos ellos se están convirtiendo en algo demasiado real, provocando un sentimiento paranoico en la población que la película describe (o explota) a la perfección.
La nueva película ha sido dirigida por Denis Villeneuve que también nos ha dado Arrival (al tipo le gusta la niebla). En ambas películas de Blade Runner, la capacidad de los replicantes de volverse verdaderamente humanos (Pinocchio está sutilmente presente cuando se le dice al replicante que podría convertirse en «un niño de verdad») es el recurso utilizado por las películas para discutir cuál es el significado de ser verdaderamente humano, el punto filosófico central de la novela de Phillip K Dick «Do Androids Dream of Electric Sheep», en la que ambas películas están vagamente basadas.
En la versión de 1982 el replicante logra humanidad en el momento de su muerte desarrollando compasión. Se niega a matar a su ahora impotente enemigo y una paloma blanca se aleja volando, como una especie de alma que llega a las alturas. Tal vez ese fue el punto que lentamente penetró en la conciencia del público a medida que la película evolucionó de no ser grandiosa en la taquilla a una película de culto de todos los tiempos.
La versión 2017 postula que lo que nos hace humanos es el sacrificio. Esto está más en línea con las películas tradicionales de héroes de guerra de Hollywood diseñadas para convencer a los jóvenes de que los distantes políticos psicópatas tienen el derecho de enviarlos a guerras innecesarias y poco éticas porque morir por su país es un gran honor. También forma parte del lavado de cerebro de los terroristas. El sacrificio presupone que hay cosas más valiosas que la vida humana, y si algunas personas están preparadas para morir por ellas seguramente también estarán preparadas para matar por ellas. A menos que esto suceda en el contexto de una fuerte posición moral no violenta como la de Gandhi: «Hay muchas causas por las que moriría. No hay una sola causa por la que yo mataría.» Nada de esto es para nuestro héroe replicante, que da tantos golpes como recibe, y no hay palomas blancas para él.
La sabiduría de las propuestas humanistas como «nada por encima del ser humano y ningún ser humano por encima de otro» y la Regla de Oro de «tratar a los demás como quisiéramos ser tratados» [1] es que no se basan en el sacrificio, sino en la solidaridad y que ésta tiene la capacidad de crear una realidad mejor. Porque lo que nos hace verdaderamente humanos es la intencionalidad, nuestra conciencia crea nuestra realidad y le da una dirección. Recuerdos de afecto de madres y padres, comprensión de maestros, modelos positivos, ayuda inesperada de extraños, sonrisas compasivas, la calidez en la mirada de los amantes, todo ello se suma a una dirección hacia el bienestar de todos. Las malas experiencias hacen lo contrario y sin embargo tenemos la capacidad de rebelarnos contra los deseos mecánicos de venganza.
Si nos quedamos puramente con el mensaje de esta película, archivándolo sin críticas en nuestros archivos de memoria, entonces es sólo otra noche más, hemos sido «entretenidos». Pero si la película despierta el deseo de discutir con otros el significado de ser verdaderamente humano y cómo se puede lograr eso en un sistema deshumanizador, entonces puede contribuir a que los vientos de cambio empiecen a soplar con más fuerza.
[1] Los principios de la acción válida, Cap. XIII, La mirada interna, de Silo.