“Quien fuerza algo hacia un fin, produce lo contrario”. Esta es una idea que se puede verificar con frecuencia. Este fin de semana, una vez más, la hemos podido constatar.
El gobierno de Rajoy lleva 6 años menospreciando a los catalanes y sus anhelos, y más recientemente, ante el desafío del referéndum del 1 de octubre, decidió dar un paso más y apelar a la fuerza más brutal contra la población catalana.
Primero fueron los policías y guardias civiles, venidos de toda España, buscando urnas, incautando papeletas, sobres y carteles. De poco les sirvió, porque el día de la consulta había urnas, papeletas y sobres.
Luego la escalada continuó con el registro de dependencias oficiales de la Generalitat, incluyendo la detención de 14 altos cargos. Si hasta ese momento la población había reaccionado sobre todo con burla, en buena parte a cuenta del ridículo crucero pintando con Piolín y el pato Lucas donde se alojaban las fuerzas represoras, a partir de las detenciones la movilización aumentó enormemente. Muchas personas que no pensaban ir a votar comenzaron a contemplar esa posibilidad seriamente.
Pocos días antes del referéndum se amenazó a todas las autoridades de mesa, y a los síndicos que debían validar la votación. Frente a esto se liberó a todo el mundo de responsabilidades. Ante la amenaza de precintar las sedes electorales, se organizaron actividades lúdicas familiares todo el fin de semana para impedir que estas sedes quedaran vacías.
El domingo, finalmente, desde primera hora de la mañana se vió que tanto la guardia civil como la policía iba a hacer uso de la fuerza más bestial, contra personas de todas las edades que no hacían más que intentar votar. Fue la peor oferta que podía hacer el gobierno de España a los catalanes. Quienes no iban a votar fueron; quienes iban a votar No votaron en blanco o Sí, y quienes tenían dudas acabaron votando Sí también. Fue la última demostración de la ley que señalamos al principio del artículo: mientras el gobierno de España (¿o ya deberíamos llamarlo “regimen”?) fuerza a los catalanes a permanecer en España contra su voluntad, más crece el independentismo. Hace 7 años apenas representaba al 15% de la población, hace 2 años rozaba el 50%; hoy seguramente ese límite se ha superado. Como leí hoy en eldiario.es, cuando Cataluña se independice tendrá que levantar un momento a Rajoy, sin cuya inestimable ayuda esto nunca se hubiera conseguido.
Quedan para la memoria de la ignominia o el esperpento las imágenes, que cualquiera puede ver, en que se ve la brutalidad policial contra personas totalmente pacíficas, o las ridículas escenas de un guardia civil pegándole un porrazo a otro por error, o mientras uno patea una puerta (sin conseguir abrirla) su compañero abre la puerta de al lado usando el picaporte, o las imágenes de la Escuela Industrial, con jóvenes sacando urnas por la ventana para esconderla de los “sabuesos”, o Puigdemont cambiando de coche bajo un puente para despistar a quienes, desde un helicóptero, lo seguían para impedirle votar (cosa que no consiguieron, claro), o las urnas pegadas con cemento o encadenadas para intentar evitar que se las llevaran, o las autoridades de mesa escondiendo las urnas en un colegio y poniéndose a jugar al dominó cuando entraban los represores por la puerta… Imágenes que la mayoría de catalanes nunca olvidará.
Seguramente, si Cataluña termina independizándose de España (y esto nunca ha estado tan cerca de conseguirse como hoy), habrá multitud de dificultades que sobrepasar. Pero si este fin de semana se han puesto las primeras piedras del futuro Estado catalán, creo que es una excelente condición de origen para construir una república tolerante, alegre y pacífica, integrada en el mundo del siglo XXI.