Todo pueblo y cultura tiene sus relatos, narraciones que describen sus anhelos y sus angustias, sus orígenes y su futuro, a sus héroes y a sus villanos. Estos relatos tienen características mitológicas en el sentido que explicara Silo en su obra “Mitos raíces universales”: dan respuesta a las tensiones y climas presentes en el seno de ese colectivo social, es decir, a los conflictos y a las emociones asociadas a ellos.
Tales narraciones tienen, por tanto, cualidades oníricas y cumplen con funciones similares a las secuencias de los sueños nocturnos, que buscan descargar y resolver los conflictos cotidianos y re-colocar los sentimientos vividos. Tenemos que evitar entender esos hilos oníricos como irreales, ya que, desde el punto de vista de la experiencia y la vivencia personal, son absolutamente reales. Es más, tienen el sabor de la verdad y dejan sensación de certeza para quien los vive.
Ocurre algo parecido con los relatos sociales, salvando las diferencias, ya que éstos se elaboran en vigilia, son interpersonales o van pasando entre generaciones, entre otras muchas. En cada colectivo social hay distintos relatos compartidos que están funcionando en cada uno de sus participantes de la misma forma en que funcionan las secuencias oníricas en el plano personal: tratando de resolver tensiones sociales, emociones compartidas o conflictos de grupo; explicando el pasado y elaborando imágenes de futuro; perfilando a los personajes de esa narrativa y dibujando la función con la que cumplen. No va a importar si esos relatos se ajustan a la realidad externa o no, si realmente sucedieron así o si sus personajes han sido deformados o no. La narración se ha ido construyendo social e históricamente y si ha sido aceptada y transmitida en las generaciones es porque “encaja”, da respuesta, a tensiones y climas conjuntos que también se han ido transmitiendo en el tiempo. El relato se ha independizado de las condiciones de origen y ha cobrado realidad social, como una especie de epifenómeno colectivo, un ente ilusorio visto desde fuera, pero real e intenso vivido desde dentro.
Aparece entonces, y debido a esto último, una pequeña dificultad: para alguien alejado (internamente) de cierto relato social éste no pasa de ser un cuento o una ilusión imaginaria, pero para quien vive el relato desde dentro éste describe la realidad más absoluta, ya que implica a sus creencias y a sus emociones más profundas. Por esto, quienes pretenden combatir o modificar ciertas narrativas sociales desde una posición externa o alejada a ellas, tiene la batalla perdida de antemano. Quienes pretender exponer argumentos racionales que “demuestran objetivamente” la falacia y la ilusión “evidente” de esos relatos, pierde el tiempo. No se puede manipular a ningún grupo social desde una narrativa ajena a ese grupo, desde elaboraciones que no responden a las tensiones y climas emocionales de ese colectivo. Sencillamente, no funcionará. Toda manipulación, o modificación, necesita encontrar “encaje” interno en el destinatario, sobre todo encaje emocional, porque si no, no entrará, no actuará, no será posible. No existe ningún argumento racional que pueda siquiera hacer mella en un relato social bien asentado, con fuertes raíces emocionales colectivas.
Por si el lector aún no ha hecho el ejercicio, coloque la crisis catalana en el esquema comentado. Observe los relatos de unos y otros, las pasiones que despiertan, los futuros y pasados que describen, sus héroes y villanos, los “argumentos” de cada uno y los intentos, inútiles, de “convencer” a la otra parte sin salirse del propio relato, sin entrar en la narrativa en la que está inmerso el otro colectivo social. Puede también el lector observar cualquier otro conflicto, aunque no sea identitario, desde esta perspectiva del mito o la narración que está actuando en él y tal vez se comprendan mejor muchas de las situaciones actuales y de las perspectivas de futuro.