Por Hugo Novotny
¿En qué mundo vivimos?
Nos ha tocado vivir en un mundo cambiante, aceleradamente cambiante, en todos los campos de la sociedad. Pero ¿en qué dirección va ese cambio? ¿En qué va a terminar esto? ¿Cómo hacer para orientarnos en medio del caos en el que está inmerso nuestro país, Nuestramérica, el mundo?
A veces parece que fuéramos de mal en peor y que no hubiera modo de impedirlo: al ver cómo crecen diariamente los problemas para una simple y digna subsistencia, los increíbles retrocesos en derechos humanos, la violencia creciente, las guerras que se multiplican por el mundo, etc. etc.
Para intentar un análisis y una propuesta, empezaremos por un hecho que se produjo en 2001, pero no en nuestro país, sino en la cabeza misma del imperio neoliberal.
Aquel catastrófico 11 de setiembre de 2001, la destrucción de las Torres Gemelas en Nueva York con los miles de víctimas que arrastró, fue un antes y un después para el mundo en varios sentidos. Por una parte, se iniciaron una serie de invasiones y guerras que aún hoy continúan, llevando ya cientos de miles de caídos y millones de desplazados. Apenas un mes después del atentado se produjo la invasión de EEUU y la OTAN a Afganistán, luego a Irak, luego Libia, Yemen, Siria… y la serie no parece haber terminado. Los argumentos de la guerra contra el terrorismo, de liberar a los países de dictadores – con armas de destrucción masiva o sin ellas-, de llevar la democracia, etc. Se usaron según el caso para arremeter y apropiarse en estos países del poder y de sus recursos; con o sin acuerdo de la ONU e incluso ignorando la oposición masiva en las calles de millones de personas en todo el mundo. Las tragedias que a partir de allí se iniciaron, en cada uno de estos lugares, sólo siguen aumentando; matando, destruyendo, asolando todo sin final a la vista… Y estas tragedias empezaron a volverse, en una especie de boomerang imparable, sobre los mismos países que acompañaron a EEUU en aquellas invasiones; sea como atentados, sea como migraciones masivas de refugiados.
Todo sucedió aun cuando se terminó comprobando que los argumentos utilizados para justificar cada invasión eran ¡falsos! Las supuestas armas de destrucción masiva nunca se encontraron en Irak, el terrorismo solo creció y sigue creciendo en todos esos puntos, la “democracia” nunca llegó… Pero nada, siguieron adelante. Haber usado flagrantes mentiras para provocar semejantes desastres no les provocó ningún remordimiento. Siguieron adelante, utilizando el mismo “armado de falsedades” para invadir, asolar otros países y apropiarse de sus recursos. Esto último sí, en todos los casos, es lo que infaliblemente se concretó.
Es más, hoy está aceptado bastante ampliamente por los analistas internacionales que aquella catástrofe de las Torres Gemelas fue en realidad un autoatentado; o cuanto menos, un complot entre las familias Bush y Bin Laden para justificar las invasiones a Afganistán e Irak. Hay una película documental, “Fahrenheit 9/11”, del conocido director americano Michael Moore, que muestra claramente esta historia. Muestra que los clanes Bush y Bin Laden son socios en grandes empresas multinacionales, petroleras y de fabricación de armas; que estas empresas, así como las del entonces vicepresidente de USA, Dick Cheney, obtuvieron ganancias por cientos de miles de millones de dólares en pocos años, sólo con la guerra de Irak… Y así siguiendo. O sea, se supo la verdad, pero eso no cambió nada. He aquí el origen de ese monstruoso sentimiento de omnipotencia e impunidad que ostentan los poderosos aún hoy. He aquí, a mi ver, el inicio de esta “era de la posverdad”.
De allí en más, no pararon. En el caso de nuestro país, los ejemplos se multiplican. El fraudulento manejo de la causa “dólar futuro” para acusar a la expresidenta Cristina Kirchner por los negociados del propio macrismo apenas asumido el poder, a despecho de las promesas de campaña; las cortinas de humo ante los escándalos de los “Panamá Papers”, Odebrecht y todo lo que pueda comprometer al actual gobierno; el circo interminable, para tapar los desastres económicos y el descontento generalizado, manipulando causas sonadas como la AMIA o Nisman, o fotografiando al ministro de medio ambiente disfrazado de árbol; la demonización del kirchnerismo, de los mapuches, etc. etc. O sea, se trata de inventar “posverdades”, azuzando las emociones más viscerales de la gente para estigmatizar al adversario, montar “shows” mediáticos que entretengan con banalidades y distraigan de los crecientes problemas cotidianos. Y mientras tanto, eso sí, quedarse con todo: desguazar el Estado, endeudarse en el exterior, hipotecar el país hasta límites inimaginables para finalmente, claro, terminar apropiándose de los recursos. Sea por medio de estos entramados político-mediático-judiciales, o de la fuerza militar como mencionamos antes, el objetivo es siempre el mismo: concentrar el poder y los recursos de los países en manos de las corporaciones multinacionales, la banca y el capital financiero internacional.
En la era de la “posverdad” se pone bajo este elegante y filosófico neologismo al conocido mecanismo de manipulación de la opinión pública por parte de los poderosos que apelan a las pasiones de la gente, sobre todo las más bajas, para justificar o camuflar su accionar inmoral y armar “realidades” convenientes a sus intereses materiales.1 Por este camino, el sistema ha logrado extender por gran parte del planeta una concentración inusitada del poder económico, político, mediático y judicial, en manos de los grandes capitales. Una monstruosidad más de este crítico momento histórico, de este final de etapa en la historia humana.
Antonio Gramsci describió muy bien estas encrucijadas, al decir: “En aquellos momentos de crisis, cuando lo nuevo no acaba de nacer y lo viejo no termina de morir, nacen los peores monstruos”. Eso precisamente está sucediendo hoy.
¿Y a qué tipo de emociones apelan para la construcción de posverdades? Básicamente al miedo y al odio. ¿Por qué? Porque el miedo y el odio bloquean la compasión. Temor y compasión son emociones contrapuestas, se anulan entre sí.
Aquí está la clave de la inmoral manipulación del sistema sobre la conciencia colectiva: bloquear la compasión. El miedo lo hace. El odio también. Y los medios concentrados, por supuesto, lo hacen estigmatizando, demonizando todo lo que se les ponga en el camino. Como sabemos, también actúan estupidizando a su público con superficialidades; y esto sirve para bloquear el pensamiento crítico. Pero aquí estamos hablando de un arma más de fondo en la que se basa la guerra psicológica del sistema actual: bloquear la compasión, para construir del otro que no le conviene, un enemigo. Un enemigo que pueda ser destruido, desaparecido, o al menos, silenciado. ¿Cómo hacen sino para que un soldado mate, para que un policía o gendarme reprima salvajemente? Y en la misma dirección, ¿cómo hacen para disciplinar a toda una sociedad? Anestesiando su sensibilidad.
Porque hay una capacidad humana, propia de nuestro psiquismo, que nos viene en la mochila desde que nacemos: la capacidad de sentir el dolor y el sufrimiento del otro como propio. Cuando los neurocientíficos hablan de las neuronas espejo y de la resonancia límbica están refiriéndose a esta conexión interna entre los seres humanos. Cuando alguien se golpea o se accidenta y lo ves, también te duele. Cuando alguien sufre, lo sentís también. Y claro, si es alguien querido, más. En este mecanismo básico, inherente a la conciencia humana, se basa la capacidad de ponerse en el lugar del otro; haciendo posible, por ejemplo, poner en práctica la regla de oro de la moral que dice: “trata a los demás como quieres que te traten”. Todo esto está en nosotros, en todos; quien más, quien menos, pero está en todos. Salvo que estés anestesiado.
Decíamos: temor y compasión son dos sentimientos contrapuestos, uno anula al otro. O sea que también vale la inversa: la compasión vence al temor. Esto lo puede uno comprobar fácilmente en la propia experiencia. Por ejemplo: una cosa es cuando estás solo en una situación difícil y te invade el miedo, y otra si estás con tu hijo pequeño. Todo tu ser se concentra en ocuparte de él, en que no le pase nada a él; y de vos y tus miedos ni te acordás. En una escala más amplia, de pueblo, miremos a los barceloneses: “¡No tengo miedo!” salieron a decir medio millón de personas hace pocos días, después del atentado terrorista en la Rambla… Uniéndose entre sí, pero no en contra de nadie, sino en positivo; poniéndose al lado, solidariamente, de los musulmanes e inmigrantes en general que viven en Cataluña. Mostrando la más alta entereza y salud moral como pueblo. Admirable, realmente. Y muy esperanzador.
Veamos el caso de las grandes manifestaciones populares: “Ni una menos”, “Contra el 2 x 1”, “Por la aparición con vida de Santiago Maldonado”… Grandes movilizaciones sociales no-violentas, donde se respira unión, solidaridad, una conmocionante sintonía entre la gente. ¿Y qué hace el sistema? Reprimir. Infiltrar violentos para romper cosas y justificar la represión, llenar sus medios de basura y los corazones de la gente de miedo; para que vuelva a su casa, se encierre y no vuelva a salir. De la experiencia solidaria y no-violenta de la manifestación, y de la posterior intervención violenta del sistema, resultan mundos totalmente diferentes, cardinalmente opuestos.
También nos parece de interés destacar los casos de la militancia juvenil kirchnerista inspirada en la idea de “La Patria es el otro” y de las cooperativas de trabajo de la Tupac Amaru de Milagro Sala con sus barrios de viviendas, fábricas, escuelas, centros de salud y deportivos populares. Claros ejemplos de construcción social solidaria que han sido demonizados y perseguidos por el sistema político-mediático-judicial dominante; y con saña, con la evidente intención no sólo de impedir su avance y desarticularlos, sino de desalentar todo intento similar a futuro.
¿Y qué pasa con las consecuencias, de una u otra acción? El accionar de este sistema neoliberal, antihumanista, provoca que se exprese lo peor en las personas que creen en él, por convicción o por engaño. Por eso, quienes creen el relato del sistema viven desde el miedo, desde el odio; o cuanto menos, desde la indiferencia con el otro, el egoísmo, el sálvese quien pueda. Todas actitudes portadoras de contradicción que inevitablemente llevan a la desintegración interna. Y ahí, en ese vacío existencial, es donde hinca el diente el consumismo, hinca el diente la violencia, hinca el diente la droga. ¿Saben qué país es el mayor consumidor de drogas, ilegales y legales, del mundo? Sí, EEUU. ¿Y saben dónde está uno de los mayores consumos de droga per cápita? No en las villas de Buenos Aires o las favelas de Río de Janeiro, sino en Wall Street, en la cúpula misma del sistema que gobierna el mundo. Sólo así pueden tapar no sólo el estrés, sino el absurdo, la contradicción, la falta total de un sentido verdadero en sus vidas.
Porque tampoco a los creyentes del sistema neoliberal les conviene este armado social, esta visión del mundo, este mito. Ni al pueblo le conviene, ni a los poderosos y sus sirvientes les conviene. Que aparentemente les vaya bien, económicamente, de ninguna manera quiere decir que esto les funcione. Un sistema basado en la monstruosidad de poner al dinero por encima del ser humano, está condenado a la desintegración. Y eso precisamente está sucediendo, aceleradamente, afortunadamente.
Entonces, ¿cómo va a terminar todo esto? No es el ser humano el que se cae. Es el sistema. Se está cayendo en pedazos la cárcel en la que estamos viviendo. Y eso hace mucho ruido. Pero al mismo tiempo, un profundo clamor, una nueva conciencia con un claro trasfondo de rebelión, crece silenciosamente en los corazones de mucha gente común en todas las latitudes.
Silo dijo, en 2004, en Punta de Vacas: “Estamos al final de un obscuro período histórico y ya nada será igual que antes. Poco a poco comenzará a clarear el alba de un nuevo día; las culturas empezarán a entenderse; los pueblos experimentarán un ansia creciente de progreso para todos entendiendo que el progreso de unos pocos termina en progreso de nadie. Sí, habrá paz y por necesidad se comprenderá que se comienza a perfilar una nación humana universal”.
¿Pero cómo se producirá ese cambio? ¿Qué podemos intencionar para avanzar hacia ese querido paisaje futuro? ¿Cómo hacer para orientarnos, para darle a nuestra vida y la de nuestros seres queridos una dirección interesante en medio de la crisis imperante? Y, además, para que esa dirección sirva a la construcción social, política, espiritual de un mundo nuevo, más humano y no violento.
Sí, llegó el momento de hablar de espiritualidad. No de religión. Cada cual tiene total libertad para elegir en qué creer y ojalá la ejerza. No se trata de religión, sino de espiritualidad. De las vivencias y registros verdaderamente constructivos e inspiradores de nuestro mundo interior.
En palabras de Silo: “Para la evolución son necesarios el amor y la compasión. Gracias a ellos es posible la cohesión interna y la cohesión entre los seres que posibilitan la transmisión del espíritu de unos a otros. Toda la especie humana evoluciona hacia el amor y la compasión. Quien trabaja para sí en el amor y la compasión, lo hace también para otros seres.”
El amor y la compasión hacia otros, hasta donde te alcance el corazón, lleva a romper la burbuja del egoísmo, a vencer el miedo, a superar la violencia y el sufrimiento en la propia vida y a ayudar a otros a superarlos. O sea: lleva a actuar coherentemente. Y esto tiene un registro indudable en la propia conciencia: se llama unidad interna. La certeza de la unidad interna surge cuando uno hace en la misma dirección que piensa y siente, cuando actúa en dirección a superar el sufrimiento en uno mismo y en otros. Y esto se experimenta como verdad, como verdad interna. Y a esa unidad interna, a esa verdad interna nada la puede ensombrecer, nada la puede detener.
Esta es la llave para salir de la oscuridad del temor y la desesperanza que nos insufla el sistema día a día; esta es la luz que disuelve los fantasmas de la posverdad: conectar con lo humano del otro, actuar con compasión, obrar con unidad. Aprender a reconocer el sabor de verdad interna que esto deja y tomarle el gusto. Y hacer esto con otros. Aprender a construir, social, política, existencialmente con otros, de tal manera que esto sea lo que crezca: la coherencia, la verdad interna en nuestras vidas.
Uno sabe muy bien cuándo está hablando con verdad interna, cuándo está actuando con verdad interna. Y como lo sabe en uno mismo, lo puede reconocer en el otro. Esta es una referencia real, duradera, indudable, para toda construcción. La verdad interna abre el futuro, construye futuro, más allá de los resultados inmediatos de cualquier acción. Y esto lo intuyen las nuevas generaciones, que parecen venir crecientemente con esta sensibilidad. No les importan las palabras que les digas, les importa lo que hacés; les importa la coherencia entre lo que decís y hacés.
Esta coherencia no se logra de un día para el otro. Es una dirección en la vida, es un aprendizaje. El mundo nuevo que ya está naciendo, requiere de nosotros nuevos aprendizajes.
En este sentido, Silo nos propone en su Mensaje: “Aprende a resistir la violencia que hay en ti y fuera de ti. Aprende a tratar a los demás del modo en que quieres ser tratado. Aprende a superar el dolor y el sufrimiento en ti, en tu prójimo y en la sociedad humana. Aprende a reconocer los signos de lo sagrado en ti y fuera de ti”.
No son fáciles estos aprendizajes, pero el intento mismo en el día a día, va llenando de sentido el alma. Doy fe.
Para terminar, amigos, quisiera proponerles compartir una breve meditación, una breve experiencia que nos conecte, entre nosotros y con los mejores sentimientos en nuestro interior: un pedido de bienestar profundo.
Comenzamos observando si el cuerpo está tenso. Donde encuentre tensión, la trato de aflojar. Ahora observo si mis emociones están suaves dentro de mí… Si estoy como en un lago… Suave por dentro, sin grandes expectativas… Sin inquietudes… Trato de estar calmo en mis emociones…
Pienso ahora en gente muy querida para mí que tiene algunas dificultades… Yo quisiera sentir a esa gente querida saliendo de esas dificultades… Yo quisiera lo mejor para esa gente muy querida para mí… No me preocupo porque se vaya a cumplir mi buen deseo. No es el tema ahora si se va a cumplir o no mi buen deseo, sino el poder sentir ese buen deseo hacia esa persona…
Ojalá, me digo, ojalá pueda esa persona realizar lo que desea… Hacia esa persona me oriento con mi mejor buena voluntad… Confío en que lo que estoy sintiendo llegue hasta esa persona… Trato de sentir claramente a esa otra persona… Y a esa persona me dirijo con lo mejor que tengo…
Quisiera que esta experiencia de bienestar llegara a esa o a esas personas a las que yo deseo lo mejor… Siento, desde el fondo de mi corazón, una ola de bondad que llega hasta esas personas…
Siento desde el fondo de mi corazón una gran fuerza. Suave, suave fuerza… Siento esa fuerza, que va creciendo… Siento que la fuerza llega al fondo de mi corazón… Que se expande desde el fondo de mi corazón…
Queridos amigos, buenos amigos, lo mejor para todos nosotros.
¡Paz, Fuerza y Alegría para todos!
Hugo Novotny en el Concejo Deliberante de Santa Rosa (La Pampa) – 15.09.2017
1 https://www.pagina12.com.ar/58466-la-posverdad-una-nueva-mentira