En estos tiempos se suele hablar de la crisis de la política en general y de los partidos políticos en particular. El creciente desinterés de los jóvenes, el aumento de la abstención en los comicios, el desprestigio de los profesionales de la política, son algunos claros síntomas. A la hora de buscar las causas, es común hallarlas en la desilusión que las poblaciones tienen por el contraste entre las promesas electorales y la realidad de la gestión. Pero esta conclusión tan obvia poco contribuye a salir de la encrucijada, ya que son mucho más profundas y estructurales las causas que han transformado a las democracias en meras formalidades, y ya no basta esperanzarse en hipotéticas virtudes de nuevos gobernantes para resolver la raíz del problema.
La gente no percibe que con su participación ciudadana construya un poder propio que le permita transformar su realidad; lo que siente es que sólo tiene derecho a optar entre poderes preexistentes, forjados entre la concentración económica y los maquiavelismos partidarios. Casi siempre los gobernantes gestionan bajo las condiciones impuestas por esos poderes; en raras ocasiones intentan cuestionarlos, y cuando eso ocurre se suele desatar la furia del poder real, que entonces los ataca despiadadamente con todas sus fuerzas, dificultando la gobernabilidad. En cualquier caso la gente siente que está frente a una lucha entre gigantes en la que no tiene cómo incidir. Y si ya existe una predisposición cultural a la no-participación, los pocos entusiastas que pudieran quedar se desilusionan y se suman a la apatía generalizada.
El descrédito de la política en general, y el rechazo a las manipulaciones dentro de las internas partidarias, hacen menguar la militancia y los partidos buscan su fortaleza en el posicionamiento mediático, para lo cual es necesario negociar con el poder económico. La valorización de lo mediático es tan fuerte que el ascenso dentro de la organización partidaria depende de quién tiene más prensa. Las estructuras terminan siendo un soporte territorial para los liderazgos construidos desde el poder mediático y económico, o simples sellos legales vacíos que se ofrecen al mejor postor, perdiéndose todo resto de coherencia ideológica.
Pero, no obstante el descrédito de la política, siguen siendo los canales institucionales de la democracia formal los que cuentan a la hora de llegar al poder, por lo cual aunque crezca la abstención, o se vote a regañadientes por el mal menor, mucha gente sigue depositando sus esperanzas en las urnas porque no existen alternativas a esa democracia formal y mentirosa, como no sean los gobiernos totalitarios. La salida de esta trampa pasa por habilitar canales de democracia directa y participativa que permitan desconcentrar la toma de decisiones e independizar a la política del poder económico; claro que esto deberá realizarse de modo eficaz para que constituya una verdadera transformación sistémica, y no se quede un mero entretenimiento del “progresismo light”.
Si un partido político quisiera transformar la realidad en beneficio de las poblaciones, no bastará con elaborar propuestas atractivas para el electorado; habrá que explicar muy bien cuáles serán los pasos para llegar a tales objetivos, pero fundamentalmente tendrá que poner en práctica la democracia real en el seno de la organización partidaria, y llevarla como bandera entre las principales propuestas electorales. En estos tiempos son precisamente los nuevos movimientos políticos emergentes que promueven este tipo de prácticas de democracia real, los que están logrando entusiasmar a un sector importante de la población, y en particular a los jóvenes. Esa es la dirección que debe llevar la política del futuro, aunque seguramente mucho será lo que habrá que aprender y ajustar para que funcione adecuadamente, tanto en la vida interna de los partidos y movimientos políticos, como en el seno de la sociedad. Actualmente se cuenta con tecnologías que facilitan la posibilidad de consultar con frecuencia la opinión de la gente, pero será menester procesar adecuadamente la diversidad de opiniones y propuestas para que se canalicen en la toma de decisiones, y no se transforme todo en un vano ejercicio de opinión. A su vez, es claro que un partido político no puede conducirse como un simple reflejo de las opiniones, sino que debe tener bases, principios y propuestas muy definidas que den el marco referencial a la construcción de consensos mayoritarios; pero serán los mecanismos de democracia real los que enriquecerán esa construcción, los que neutralizarán cualquier concentración de poder, y los que mantendrán a los representantes conectados con los representados. Mecanismos tales como la consulta vinculante, la revocatoria de mandato, la elección directa, los foros participativos, y la transparencia informativa, serán los que, en las frecuencias adecuadas y con la capacitación correspondiente, abrirán el camino de una democracia real en las organizaciones políticas y en la sociedad en su conjunto.
Muchos voluntarios que rehúyen de la participación política tradicional, vuelcan su energía en movimientos y organizaciones sociales de diverso tipo, que trabajan por temáticas y conflictos específicos. Entre esas organizaciones podemos encontrarnos a veces con ONG financiadas por el poder económico, y en otras ocasiones con pantallas de partidos políticos tradicionales. Pero también existen numerosos movimientos y organizaciones que trabajan genuinamente, y debieran formar parte del basamento para la construcción de una democracia real. Es en el seno de las organizaciones que trabajan por transformaciones específicas donde se pueden procesar adecuadamente las opiniones, propuestas y proyectos de los voluntarios, en la medida que tales organizaciones practiquen la democracia real. Y es en la convergencia de esas organizaciones en un proyecto político mayor, que se podrá construir un nuevo poder, enraizado en la base social, e independiente del poder económico; y será en ese proceso articulador que se podrán compatibilizar, complementar y canalizar los diversos objetivos sectoriales.
La concepción y la dirección de un proyecto político mayor, es algo que se puede ir gestando en el seno de alguno de los movimientos sociales, y también en agrupaciones políticas desencantadas de los partidos tradicionales. Porque así como la convergencia de voluntarios en una organización social no surge por generación espontánea, sino que requiere de algunas intenciones que lideren y convoquen; también la articulación de movimientos y organizaciones en un proyecto político mayor, requiere de la iniciativa de quienes logren concebirlo, plantearlo, difundirlo, y entusiasmar a otros. No estamos diciendo nada nuevo con esto, pero el punto precisamente estará en saber desde qué motivación se plantea un proyecto que convoque a otros; podría ser desde el genuino interés por la transformación social, o podría ser desde la ambición por concentrar poder. Las pésimas experiencias con la vieja política han dejado un enorme abismo de desconfianza que sólo podrá cruzarse mediante los puentes de la democracia real.
Por lo tanto, un gran proyecto político en sintonía con el objetivo mayor de una futura Nación Humana Universal, debiera tener muy claro el “qué”, el “cómo” y el “quiénes” (ya que el “cuándo” y el “dónde” debieran ser: pronto y en todas partes).
Con respecto al “qué”, se trata de objetivos relacionados con principios fundamentales, y por lo tanto no pueden relativizarse ni negociarse. Superar el dolor y el sufrimiento en todos los seres humanos; erradicar la violencia en todas sus manifestaciones; garantizar la igualdad de derechos y oportunidades. Todo esto significa: trabajar por la equitativa distribución de la riqueza, el fin de las guerras y el armamentismo, la democracia real, la no-discriminación, la sustentabilidad del medio ambiente, el respeto irrestricto de todos los derechos humanos. Pero significa fundamentalmente desmantelar toda concentración de poder, político, económico, militar, o de cualquier índole, que impida avanzar en los objetivos anteriores. Porque no es tan complicado ponerse de acuerdo sobre cuáles son las aspiraciones de la mayoría; lo difícil es asumir que no se lograrán peticionando a los poderosos sino desarticulando su poder, porque ello implica levantar la cabeza y hacerse cargo del propio destino.
Con respecto al “cómo”; se trata de definir los principales pasos que hay que dar para lograr los objetivos enunciados en el “qué”. No entraremos en detalles aquí, porque implican un amplio desarrollo de las principales propuestas concretas para convertir los ideales en realidad. Pero deberán estar claramente expuestos para tener credibilidad, ya que limitarse a la simple enumeración de objetivos generales no tendría mayor diferencia con la política tradicional y mentirosa. Además, el diseño de tales pasos, aunque surja por iniciativa de los promotores del proyecto político, deberá completarse con la amplia participación de todos los voluntarios y organizaciones que se articulen en torno a dicho proyecto, dando así una clara señal de coherencia con los principios de la democracia real. Porque además, ese “cómo” tiene dos aspectos: el “cómo” realizar las transformaciones paso por paso, pero también el “cómo” llegar a tener el poder para hacerlo. En ese sentido, sería un gran error limitarse al posicionamiento testimonial, sin desarrollar estrategias para llegar al gobierno, pero también lo sería creer que llegar al gobierno será condición suficiente para realizar las transformaciones. Y tanto la estrategia para llegar al poder, como la estrategia para realizar las transformaciones desde ese poder, deben tener un denominador común en la organización de dicho poder basado en una democracia real.
Con respecto al “quiénes”, serán como ya hemos dicho, los voluntarios, las organizaciones, los movimientos sociales y los frentes de acción que quieran trabajar por algunos de los objetivos específicos enunciados; pero además, con predisposición para converger y articularse con otros, conscientes de la necesidad de construir un proyecto mayor. Aunque haya una gran mayoría de la población que no se involucre activamente en un proyecto político, será suficiente con que exista en cada lugar un porcentaje de gente que se active en torno al mismo; porque con las posibilidades comunicacionales actuales, ese porcentaje de voluntarios podrá llegar velozmente a conectar con el resto impulsando y coordinando consultas. Se trata de la construcción de una inteligencia conjunta en torno a un ideal, a un proyecto; una construcción que seguramente necesitará de liderazgos positivos que la dinamicen y le den contenido, pero sin personalismos que tengan la posibilidad de concentrar el poder en desmedro de la soberanía del pueblo.
La Política del Futuro entonces debiera ser una construcción paulatina, sobre los cimientos firmes de la democracia real, utilizando cada palmo de terreno ganado en lo electoral para fortalecerla, porque a la hora de arremeter contra los poderes concentrados que se interponen en el camino de las aspiraciones humanas, las poblaciones deberán estar fuertemente articuladas y decididas para ese salto evolutivo en la organización social.