Lo ocurrido el domingo último en el templo evangélico de Santiago, al cual fue invitada la Presidenta Bachelet para participar en el Te Deum en el que fuera atacada descaradamente su política de gobierno, es resultado de un fundamentalismo que creíamos olvidado en nuestro país.
Hoy por hoy, en Chile y el mundo se asocia la expresión al fundamentalismo islámico, olvidando que puede hacerse extensiva a otros entornos. En el ámbito católico el fundamentalismo se expresa en el integrismo católico que tuvo como su máximo exponente al obispo Lefebre, en la segunda mitad del siglo pasado; en el ámbito judío, se asocia al sionismo.
La expresión propiamente tal nace en un entorno religioso, el protestantismo evangélico, conservador, de derechas, en Estados Unidos de América, que aspira a restaurar la pureza allí donde se ha perdido. Restauración que se preconiza mediante la exigencia intransigente de la aplicación de las Tablas del Corán, de las Sagradas Escrituras o de cualquier libro o documento cuyos seguidores estimen de origen divino.
El fundamentalismo no admite matices. Se da no solo en el ámbito religioso, sino que también en otras esferas, entre ellas la económica. La santificación del mercado por parte del neoliberalismo es una expresión de fundamentalismo económico, así como también lo es la idolatría del Estado. El fundamentalismo no admite medias tintas ni negociaciones.
Las inquisiciones, las guerras santas, las guerras civiles, las imposiciones a sangre y fuego, las dictaduras, suelen ser consecuencia de mentalidades fundamentalistas, donde la moderación, el diálogo ha sido excluido, donde quienes se sienten llamados a tener la verdad no están disponibles para escuchar al otro, ni para debatir o poner en duda su propia opinión, la que presumen que emana de un ser superior.
En esta ocasión se invitó a la Presidenta Michelle Bachelet para abusar de su talante democrático. En vez de ser un espacio de reflexión y unidad, el templo fue aprovechado para dividir, expresar diferencias conocidas, olvidando que ella es la Presidenta de todos los chilenos, de todos los mundos chilenos, no solo del mundo evangélico.
Por su trayectoria de vida, Michelle Bachelet no merecía esto. Ojalá que el derecho por la vida que hoy pregonan lo hubiesen expresado con la misma fuerza en tiempos del innombrable cuando éste era invitado al mismo templo. No recuerdo que lo hayan hecho en su momento cuando bajo su gobierno muchos de nuestros compatriotas fueron asesinados, torturados, desaparecidos y/o exiliados. Ser pastor entraña una responsabilidad y hoy, algunos de ellos no han estado a la altura de dicha responsabilidad.