Por Víctor Manuel Sánchez
Ayer en comunidades rurales me identifiqué de nuevo con lo que hace un par de días les leía a mis hijos después de regresar de ayudar a nuestros prójimos más cercanos, leyéndolo con ellos nos conmovíamos y un par de lágrimas resbalaron por nuestras mejillas y muchas en nuestro interior, según avanzaba en la lectura, porque a esos que menciona Juan en su escrito, los hemos visto por todas partes de la ciudad, en zonas conurbanas y también rurales.
Es un poema de Juan Villoro, quien es hoy día parte de las dovelas más importantes del arco pensante en esta región de Latinoamérica y también en este país nuestro.
Juan es hijo de uno de los filósofos más destacados del siglo XX mexicano: Luis Villoro, discípulo éste de José Gaos y éste, a su vez, de Ortega y Gasset. Don Luis, todo un estudioso de Husserl.
Sin duda que Juan tuvo un “paisaje de formación” interesante al lado de sus padres, quienes lo formaron y han hecho crecer por sí mismo, y erigirse como un referente no sólo en el periodismo y la literatura, sino también en lo social.
Juan es como “el ungüento amarillo”, sirve para todo, fan del Barca, formador de opinión, periodista de investigación, defensor de la cultura, voz fidedigna para conocer al famoso “Gabo” y de extraordinaria sensibilidad social, entre otras cosas.
Escritor que conocí a través de uno de sus primeros libros (que vale la pena leer): Palmeras de brisa rápida.
Gracias Juan por tu poema, sin duda inspirador para cualquier brigadista, para cualquier ciudadano que ha vivido esta tragedia y también esta posibilidad de tomar el destino del futuro inmediato entre nuestras manos y no dejarlo a otros que han mostrado su irresponsabilidad.
Comparto el link del vídeo que muestra, a través de las palabras de Villoro, una idea de lo sucedido en el terremoto del 19 de septiembre de 2017.