Beatriz acertó en un terreno que conoce bien: los medios de comunicación. Decidió no ir a un programa de televisión dónde su interlocutor sería Sergio Melnick, connotado ministro de la dictadura y publicista de ese régimen. La candidata del Frente Amplio (FA) no aceptó que el ministro de Pinochet y amigo de Álvaro Corbalán la interrogara. No corresponde a un país decente. Corrió la cerca.
El establishment se encabritó porque Beatriz Sánchez iba más allá de lo aceptado por la hegemonía ideológica que la transición instaló en el país. Junto a la Constitución del 80, la economía neoliberal y la política social focalizada, existía el silencio complaciente frente a empresarios, economistas y políticos partícipes del gobierno civil-militar de Pinochet. Ese fue el compromiso de la transición, que se impuso con escasos contrapesos.
Ello explica que la decisión de Beatriz incomode no sólo a la derecha, y a sus medios de comunicación, sino también a políticos y analistas opositores a la derecha, pero comprometidos con la transición pactada. Alejandro Guillier, Sergio Muñoz Riveros y Osvaldo Andrade criticaron a Beatriz con el argumento de que la democracia no excluye a nadie. No precisaron, sin embargo, que se trata de una especificidad de la transición chilena, que a muchos disgusta. En la democracia alemana el nazismo no tiene cabida, ni tampoco los traidores en la Francia post-Vichy.
Carlos Peña también cuestionó a Beatriz en El Mercurio dominical. Citó a Orwell para concluir lo que acostumbra: la decencia se encuentra en la democracia liberal porque “somete a todas las ideas a la competencia”. Sin embargo, si Peña hubiese optado por el Orwell del Homenaje a Cataluña se habría encontrado con una cita del autor, que apunta en otra dirección: “Si me preguntaseis por qué razón me había enrolado en las milicias, os habría respondido: ‘…para combatir el fascismo’, y si me hubierais preguntado por qué ideal combatía, os habría respondido: ‘common decency’”. Una decencia colectiva.
La candidata del FA, precisamente, señaló que en un país decente el ministro de un dictador no debería estar en un panel de TV. Orwell la apoyaría, diciendo que es un insulto a la decencia colectiva. En consecuencia, Beatriz tiene el legítimo derecho a rechazar la interpelación de una persona como Melnick que ensucia la democracia.
Por otra parte, Peña también cita el libro Sociedad Decente, del filósofo israelí Avishai Margalit: “Una sociedad decente es aquella cuyas instituciones no humillan a las personas”. Y de allí Peña concluye que ninguna decencia existe sin democracia liberal. Ergo, Beatriz está obligada a ser interpelada por Melnick.
Sin embargo, el mismo Margalit sostiene en su Ética del Recuerdo que en la construcción de la memoria colectiva de una comunidad política debe darse especial prelación a los testigos morales, que son los que “directamente han experimentado el sufrimiento inflingido por un régimen maligno”. Este es un componente insoslayable para convivir en una “sociedad decente”, sin humillaciones. En consecuencia, la decencia no se refiere sólo a la vigencia de la democracia liberal. Tiene que ver también con la memoria y con los derechos humanos.
Max Colodro en cambio, en La Tercera valoró la intervención de Beatriz. No considera su decisión un despropósito, como sostiene el diputado Andrade, y entiende que su actuar tiene mérito. Qué no se trata de un capricho personal, sino que corresponde a una legítima concepción crítica del orden vigente, que pone de manifiesto “el imperativo de una agenda refundacional“.
Beatriz Sánchez, al no participar en el programa de Canal 13, no actúa a nombre propio sino en representación del FA, grupo político que se ha propuesto una agenda de transformación económica, política, social y cultural en el país. Discrepa de la transición pactada y critica la complacencia que ha existido respecto de las responsabilidades políticas que tuvieron destacadas figuras civiles en el gobierno de Pinochet.
Un caso destacado ha sido precisamente el tratamiento con guante blanco que la Concertación ha tenido con El Mercurio, empresa comprometida en el golpe de Estado contra el gobierno de Salvador Allende. No ha habido cuestionamiento al rol de ese periódico y de su director Agustín Edwards. Incluso con el retorno a la democracia, los sucesivos gobiernos han financiado su actividad, con contratos de publicidad asegurados, a pesar de su persistente línea opositora a toda iniciativa progresista.
Como dijo Jorge Arrate, la decisión de Beatriz “guste o no a sus adversarios, propone otro sello, otra forma de enfrentar la verdad, otro ciclo de vida democrática, más auténtica, participativa y digna”.
Es una decisión que apunta a cruzar los límites de la hegemonía cultural que instaló la derecha. Es un primer paso para construir una nueva hegemonía en todos los ámbitos de la sociedad chilena. Se trata de instalar una cosmovisión distinta a la establecida por la derecha en el país y que sólo marginalmente ha sido desafiada por la Concertación. Beatriz acertó: corrió la cerca.