El equipo de Pressenza en Ecuador continúa con una serie de entrevistas a la que ha denominado Vidas Dedicadas. El objetivo de este esfuerzo es recuperar y difundir la experiencia de 12 personas que, en nuestro país, han dedicado su vida a una lucha, una iniciativa, un quehacer que aporta a la construcción de un Ecuador no violento. Doce testimonios, doce ejemplos, doce señales de que el futuro está entre nosotros. 

Entrevista realizada por: Rossana A. Cedeño y Mishell Monar. Fotos: Carlos Noriega

Pavel Égüez nos recibe en medio de su reciente obra “Náufragos” que consta de 200 dibujos y 50 piezas sobre tela y es una continuación de su serie anterior “El grito de los excluidos”; el autor la define como una mirada desde el arte a un problema que es universal y que además es un derecho básico: la libre movilidad humana, con su obra quiere reflejar la tragedia de pueblos enteros perdiéndose en el mar.

Pavel Égüez pinta desde los quince años y en el Colegio de Artes de la Universidad Central del Ecuador, de la mano del gran maestro, poeta, cineasta y colaborador de la Federación de Trabajadores de Pichincha, Ulises Estrella, aprendió que el arte, desde la teoría hasta la vinculación de situaciones aisladas de la sociedad, está ligado a los movimientos sociales, creando, desde el comienzo de su formación, una relación política donde considera que “la sociología es importante para entender el arte y el arte es fundamental para entender a la sociedad”.

En su camino de formación, asiste al estudio de Oswaldo Guayasamín, donde se despierta su interés por la pintura mural; su aprendizaje también está ligado a Eduardo Kingman y al surgimiento del arte latinoamericano, desde la Revolución Mexicana, en cuyo gran movimiento social los artistas empiezan a preocuparse por la historia y los personajes de su entorno, marcando una independencia estética que conserva las técnicas europeas pero basada en una raíz conceptual comprometida con la sociedad, la política y el indigenismo culturalmente rico en todo el continente, que cuenta con vasto material para el desarrollo del muralismo.

Su obra refleja la estrecha relación que tiene con los movimientos sociales y la nueva revolución indígena de las décadas del 80 y el 90, esta vez por la cultura, la identidad y la interculturalidad; dichas movilizaciones surgen como actores fundamentales en el desarrollo de esta nueva corriente. “El grito de los excluidos” es una obra que Pavel pinta junto a estos grupos, así que para él, el artista siendo un actor social vinculado a las demandas de su entorno y su tiempo, crea un sentido de identidad, sin importar donde se desarrollen las luchas, “construimos, de alguna manera, un lenguaje que busca visibilizar los temas que en América Latina aún no se han resuelto, el arte acompaña los procesos” y con la llegada de la tecnología, incluso de manera virtual, aunque a su parecer, “la materialidad en el arte sigue siendo importante”.

Desde su perspectiva, el arte latinoamericano debe tener otras temáticas, Égüez señala que “hay mucho de nuestra historia y cultura que aún no se ha explorado”, considera que el artista tiene la responsabilidad de profundizar en su arte, tiene que “hacerse ver” a través de nuevos compromisos; cita como ejemplo a Pablo Picasso con su gran obra Guernica, con la que hizo un fuerte activismo a favor de las víctimas de la Guerra Civil Española, convirtiéndose la obra en un símbolo mundial de la paz.

Égüez en Casa Égüez Centro Cultural

Egüez en Casa Égüez Centro Cultural

Como muralista, Pavel Égüez, cree que el arte no debe enclaustrarse, que debe dejar de ser visto como un privilegio de coleccionistas o una exclusividad de los museos, el “muralismo es la conquista del espacio público”, los temas deben ser de interés social y no simplemente decorativos, por esa razón sus obras conviven con las personas y crean una identidad a la arquitectura donde se plasman; “en un sistema donde todo se privatiza y se pierde la convivencia comunitaria, promover y apoyar a los artistas es parte de la identidad de la cultura”.

Égüez cree que es de suma importancia dar educación y capacitación a los jóvenes, porque no todo lo que se pinta en una pared, es mural; algunos jóvenes “se expresan pero no crean un imaginario artístico, sino más bien destructivo”, he ahí la importancia de tener escuelas de arte que acompañen en los procesos de perfeccionamiento y les ayude a entender que “el arte no es solo hacer, sino formarse para desarrollar un estilo propio en base al conocimiento y el cultivo de la paciencia”.

Añade que si las autoridades u organismos oficiales, no explotan el potencial que se encuentra entre los jóvenes grafiteros por una cuestión de “colonialismo institucionalizado”, debe ser la inquietud natural del artista la que les motive a autoconvocarse, para crear redes de grafiteros que investiguen tendencias y organicen talleres que les ayuden a pulir su talento, “el trabajo colectivo trae maravillosos resultados y el Estado debe empezar a garantizar los espacios de formación y divulgación de las obras para así crear una convivencia e interculturalidad que respete el trabajo de todos los artistas, promoviendo la riqueza multicultural”, punto clave para teminar con esa costumbre de “copiar y mal copiar” estilos europeos, cuando a ese público le interesa ver obras con fuerza identitaria.

Una de las obras de Egüez

Una de las obras de {
Égüez

Al terminar el recorrido en la Casa Égüez, el artista nos recuerda que “solo el arte puede construir valores para alcanzar la no violencia”, ya que éste va al origen profundo  de las cosas, dando una percepción distinta para hacernos entender lo que sucede, tiene la capacidad de sensibilizar, algo de lo que carece el discurso politico y la difusión de los medios; “el arte en cualquiera de sus expresiones, no solo transmite ideas, sino sentimientos que motivan a construir la paz y la no violencia a través de la convivencia de los seres humanos”.