Los presidentes norteamericano y norcoreano, Donald Trump y Kim Jong-un, están protagonizando un intercambio de amenazas bélicas –disparando desde Twitter, la nueva moda de impedir matices y de imponer titulares- con un tono que claramente busca aumentar la tensión y reduce las posibilidades de diálogo. A pesar de que el ruido del enfrentamiento entre Washington y Pyongyang no parece interpretarse como un riesgo inmediato y evidente de conflicto bélico nuclear, la espiral de amenazas comienza a experimentarse con preocupación.
La Alta Representante de Política Exterior y Seguridad Común de la Unión Europea, Federica Mogherini, ha convocado a embajadores de los Gobiernos europeos el 14 de agosto a una reunión extraordinaria para discutir los “posibles siguientes pasos sobre la situación” de Corea del Norte. Y representantes de potencias como Alemania o Rusia han expresado su inquietud.
Desde el Partido Humanista reiteramos nuestra oposición a toda forma de violencia y alertamos sobre la urgencia de trabajar para promover el desarme a nivel internacional.
En este conflicto “puntual” que se ha agudizado en los últimos días, subyacen entre otros factores, intereses económicos. Por un lado, Corea acaba de recibir unas duras sanciones económicas por parte de la ONU debido a su carrera en armamento nuclear que quiere atenuar y, para ello, necesita provocar las negociaciones utilizando amenazas. Por otro, la situación económica de Estados Unidos no es precisamente alentadora y la imagen con la que Trump llegó a la Casa Blanca dista mucho de la realidad a la que se enfrenta en el interior de su país: por ello, necesita el negocio de la guerra.
Las principales empresas fabricantes de armas de mundo han visto como sus acciones se disparaban al alza. Donald Trump viene apostando por esta dirección violenta desde hace tiempo. En mayo firmó un contrato por el que EEUU vendió 100.000 millones en armas a Arabia Saudí, la monarquía absolutista que desde 2011 ha intervenido militarmente o a través de servicios secretos en Siria, Bahrein, Yemen y Egipto para entregar armas y apoyo a grupos fundamentalistas, disparar a manifestantes, bombardear a civiles y apoyar golpes de Estado. Poco después, en la cumbre de la OTAN que se celebró en Bruselas, exigió más gasto militar, más armas, incluso más despliegues eventuales. Nadie pareció alarmarse y no tuvo especial resistencia. No hubo reacciones de advertencia en prensa, ni gestos de preocupación en las tertulias, ni críticas en las páginas de opinión de los principales diarios. Trump ya había advertido de la dirección que iban a tomar sus políticas cuando en febrero declaró que Estados Unidos tenía que “volver a ganar guerras”. Argumento que utilizó cuando pidió al Congreso de su país aumentar un 9% el dinero destinado a la carrera armamentística.
Con este aumento, Estados Unidos se consolida como el país con mayor gasto en armamento con más de 60.000 millones de euros anuales por delante de países como China, Rusia o Arabia Saudí. En la lista de los diez estados que más invierten en el negocio de la guerra se encuentran también Japón, India o Corea del Sur, todos ellos en el ámbito de influencia geopolítica del conflicto armado que hoy están alentando Trump y Kim Jong-un.
La guerra un gran negocio
El crecimiento de la industria bélica, del armamentismo y de la guerra se levanta como respuesta frente a una crisis económica provocada por la concentración del capital, los recursos y beneficios en pocas manos. Esta tendencia ya fue advertida hace años -1993- en el Documento Humanista: “Hoy no se trata de economías feudales, ni de industrias nacionales, ni siquiera de intereses de grupos regionales. Hoy se trata de que aquellos supervivientes históricos acomodan su parcela a los dictados del capital financiero internacional. Un capital especulador que se va concentrando mundialmente. De esta suerte, hasta el Estado nacional requiere para sobrevivir del crédito y el préstamo. Todos mendigan la inversión y dan garantías para que la banca se haga cargo de las decisiones finales. Está llegando el tiempo en que las mismas compañías, así como los campos y las ciudades, serán propiedad indiscutible de la banca. Está llegando el tiempo del Paraestado, un tiempo en el que el antiguo orden debe ser aniquilado”.
Ese Paraestado nacido a la luz de la concentración financiera, ha llevado a la crisis económica y social en todos los países –también los que se definen como desarrollados- y al aumento de la desigualdad. En esa situación, la industria bélica ingresa miles de millones y saca pecho en medio de un contexto geopolítico marcado por la inestabilidad y los nuevos conflictos armados.
Un dato: la estadounidense Lockheed Martin, el mayor fabricante mundial de armamento, ingresa cada año más de 34.000 millones de euros, cifra superior al PIB de 97 países y cinco veces el presupuesto de Naciones Unidas para misiones de paz.
Las principales empresas fabricantes de armas de mundo han visto cómo sus acciones se disparaban al alza en las bolsas desde el aumento de la tensión en Oriente Medio y la posibilidad de una guerra entre Estados Unidos y Corea del Norte, haciendo que sus beneficios aumentaran en varios miles de millones de dólares. Todos los analistas económicos recomiendan mantener o comprar más acciones de las principales compañías armamentísticas, ya que sus predicciones indican que su valor continuará subiendo durante el próximo año. Mientras unos señores juegan a la bolsa para continuar multiplicando su dinero con la complicidad de los políticos, la vida de cientos de miles de personas en la península de Corea a ambos lados de la frontera está amenazada por la codicia de unos pocos que parecen no tener nunca suficiente. Y aunque pareciera que esta posibilidad de guerra pueda quedarse en una “serpiente de verano”, si los poderes militares y económicos siguen presionando para aumentar sus beneficios, la situación se les puede ir de las manos y explotar.
Hacia un mundo No-Violento
El episodio reciente que tiene como protagonistas a Trump y Kim Jong-un, no debiera entenderse solo desde su aspecto más anecdótico y digamos “estético”, sino como indicador de una dirección violenta que es estructural y que se expresa cada vez con más fuerza. Citando de nuevo el Documento Humanista advertimos que nos encontramos en una nueva etapa en la que el gran capital “comienza a disciplinar a la sociedad para afrontar el caos que él mismo ha producido. Frente a esta irracionalidad, no se levantan dialécticamente las voces de la razón sino los más oscuros racismos, fundamentalismos y fanatismos”.
Los Humanistas aspiramos a una nación humana universal, en la que convergerá creativamente la enorme diversidad humana de etnias, lenguas y costumbres; de localidades, regiones y autonomías; de ideas y aspiraciones; de creencias, ateísmo y religiosidad. Dentro de nuestras propuestas reiteramos por su urgencia la tarea de alertar, generar conciencia en toda la humanidad y reclamar el desarme nuclear total, el retiro inmediato de las tropas invasoras de los territorios ocupados, la reducción progresiva y proporcional del armamento convencional, la firma de tratados de no agresión entre países y la renuncia de los gobiernos a utilizar las guerras como medio para resolver conflictos.
Frente a los violentos acontecimientos que parecen teñir el hoy y el mañana, el Partido Humanista exalta la capacidad constructiva del ser humano para abocarse a transformar las relaciones económicas, modificar las instituciones y luchar sin descanso para desarmar a todos los factores que están provocando una involución sin retorno.