Trabajar para que otros se enriquezcan sin apenas contraprestaciones, incluso en situación de esclavitud, y hacerlo convencidos de que esto es lo normal y que ello nos hace dignos, es un indicador claro de sufrir Síndrome de Estocolmo.
El Síndrome de Estocolmo es una enfermedad que sufren quienes se identifican con quienes les violentan, haciendo suya la causa de aquéllos que les causan el daño y prefiriendo no separarse de ellos cuando podrían hacerlo, al tiempo que se alejan de quienes pueden ayudarles.
El término Síndrome de Estocolmo fue acuñado en 1973 en Estocolmo (Suecia), cuando una de los rehenes durante un atraco a un banco, prefería quedarse al lado de su captor en lugar de ir con la policía. Hoy tal término se utiliza para casos de secuestros, maltrato de género, dentro de las empresas y en unos cuantos casos más.
Dicen los especialistas en el tema que se trata de un fenómeno patológico temporal. En el caso que hoy estudiaremos, desgraciadamente, se trata de un fenómeno que se mantiene a los largo de siglos y cuya raíz y síntomas se trasladan de generación en generación. Ahora bien, hoy estamos ante la posibilidad de curarnos de él, de liberarnos de la maldición bíblica, dadas las circunstancias socioeconómicas del momento histórico que nos ha tocado vivir.
Hablamos de un tipo de Síndrome de Estocolmo que viene sufriendo la Humanidad desde hace largos siglos y que, como en la mayor parte de las enfermedades mentales, no es reconocida por el enfermo. Nos referimos a la valoración que hacemos del empleo como el elemento o medio que nos permite vivir o sobrevivir, que nos da dignidad, que nos libera y que puede hacernos felices, con todas las consecuencias que ello conlleva.
Al hablar de empleo, nos referimos al trabajo remunerado. Y utilizaremos el término ‘empleo’ intencionadamente para diferenciarlo de trabajo, que abarca casi toda actividad del ser humano.
Y ¿Por qué hablamos de Síndrome de Estocolmo cuando hablamos del trabajo remunerado? Ésta es la cuestión que trataremos de explicar en este corto escrito.
Hemos hecho nuestro el discurso de quienes nos esclavizan
Imaginemos por un momento que podemos elevarnos en el espacio y observar nuestro planeta y sus costumbres. ¿Cómo explicamos que unas pocas personas acumulen riqueza y más riqueza y la gran mayoría trabaje voluntariamente para que esos pocos sigan acumulándola gracias a su esfuerzo? ¿Cómo es posible que la gran mayoría de la población asuma que esa riqueza, que es de todos –ya que corresponde a recursos naturales o a la acumulación histórica de miles de generaciones-, se haya convertido en propiedad de esos pocos?
Me dirán que millones de personas van contentas a su trabajo, que otros no tanto pero se ven obligados a hacerlo… Lo cierto es que es pregunta habitual, cuando dos individuos se conocen, “¿Tú qué eres?”, y el otro contesta “soy albañil, periodista, frutero, parado, jubilado…”. Asumimos que nuestra “esencia” viene dada por nuestra profesión. A tal punto ha llegado el valor del empleo.
Esto es un problema cuando menos. No solamente porque en esta sociedad desarrollar una profesión u otra te da poder en función del prestigio y los dineros a los que esté asociada, sino porque es aceptado por una gran mayoría que lo que dignifica al ser humano es el empleo, como apuntáramos más arriba. Claro, este discurso orquestado por quienes detentan el poder -después de habérselo usurpado al todo social- fue y sigue siendo necesario para que el sistema actual se mantenga.
Cómo hemos hecho nuestro el discurso de los poderosos
Para mantenerlo en el tiempo, ha sido necesario algo más que imponerlo por la fuerza, como quizás ocurrió en los primeros momentos de esta forma de relación entre los seres humanos.
Han sido necesarios elementos de mayor calado. Comentaremos algunos que operan hoy:
1.- Un mito que enraíce en las creencias más profundas de los individuos y las sociedades, mito que suele ser religioso. En este caso concreto, nos encontramos con que en el mito de base que está en nuestra cultura occidental, y que se ha ido imponiendo al resto del planeta a la fuerza en muchos casos, queda claro cuando la Biblia dice “ganarás el pan con el sudor de tu frente”.
Les guste o no a los defensores de ciertas ideologías, este mito está en la base de nuestra cultura y en él se apoyan tanto liberales como marxistas, hombres y mujeres que se autodenominan de derechas o izquierdas, creyentes o agnósticos… Todos estamos afectados por el mito y la forma mental que lo acompaña.
2.- Pero también se necesitan políticos al servicio de los intereses de los grandes poderes económicos.
3.- Y medios de comunicación que ayudan a construir, defender y realimentar el discurso que mantiene este estado de cosas.
No habrá más pleno empleo
Pero esto se está convirtiendo en insostenible. Ya no hay empleo para todos y no volverá a haberlo. Millones de puestos de trabajo van desapareciendo sustituidos por máquinas, algo que -como sabemos- genera cada día más riqueza y que nos parece profundamente positivo y alentador, por otro lado.
Pero volviendo al tema, ¿Qué hacen millones y millones de seres humanos cuya valía depende de su empleo, si carecen de él o éste no les da condiciones de vida? Pues ocurre lo que constatamos todos los días: que el malestar se va generalizando, que las tensiones personales y sociales aumentan, que el futuro se cierra para millones de personas y que los afectados desarrollan enfermedades físicas y mentales, llegando al suicidio en no pocos casos, además de un largo etcétera de consecuencias negativas.
Es paradójico –por cierto- que, cuando la riqueza que hay en el planeta permitiría que toda la población viviera en condiciones dignas, aparece una “crisis” y ello justifica que más y más personas se queden sin empleo o que el que tenían sea peor valorado y pagado, al tiempo que una minoría se enriquece exponencialmente.
Respuestas al momento actual
Ante este escenario en el que no se ve futuro a medio y largo plazo por mucho que digan y se quiera creer lo contrario, se están dando distintas respuestas.
Algunos gobiernos europeos, por ejemplo, han apostado por legislar más descaradamente para para las grandes corporaciones bajándoles impuestos, al tiempo que se los suben al resto de la población, eliminando de paso derechos fundamentales referidos a la libertad de expresión o reunión, al tiempo que recortan derechos básicos como la educación, la salud, las pensiones… privatizando estos servicios o recortando los presupuestos destinados a ellos.
Por otro lado, la izquierda tradicional sigue defendiendo como única solución el pleno empleo. Algo que no va a darse más, pero probablemente no ven otra salida porque sufren también de este tipo de Síndrome de Estocolmo o, si se dan cuenta, prefieren no expresarlo porque su modo de operar caería.
Ahora bien, desde hace unas décadas (aunque viene de más lejos) y especialmente en los últimos años un buen número de personas y colectivos defienden -entre otras medidas- una renta básica universal e incondicional para cada persona.
Tomaremos esta propuesta como un ejemplo para salir de la situación insostenible en la que nos encontramos, porque hoy está en el candelero y porque sería una medida que podría dar respuesta a la situación de pobreza sistémica, al tiempo que supondría un primer paso en la dirección de redistribuir la riqueza que, como decíamos al comienzo, es de todos.
Pero, ¡oh sorpresa! La mayoría de la población no está de acuerdo con la implantación de esta medida, seguramente porque únicamente cuenta con información manipulada, pero el hecho es la disconformidad actual con su aplicación. Es importante aclarar que buena parte de esta población es al mismo tiempo víctima del desarrollo tecnológico, de la cacareada crisis, del robo a manos llenas de sus recursos, etc.
“¡Estaría bueno que se le entregue dinero a alguien por no hacer nada; que alimentemos vagos! –argumentan-, ¿de dónde va a salir el dinero?” –Se preguntan-, repitiendo el discurso de los poderosos, de los que acumulan riqueza sin emplearse en otra cosa que no sea esto, de quienes los explotan y violentan.
Insistimos en que estamos poniendo este ejemplo porque nos permite observar claramente cómo una mayoría importante de la población ha hecho suyo el discurso de su “maltratador o explotador” y ve a otras víctimas como ellos como sus enemigos (por ejemplo, a los inmigrantes).
No entraremos en todo el proceso de cómo hemos llegado aquí, de cómo se fue privatizando la propiedad que era de todos o de nadie. Queríamos únicamente hablar de esta enfermedad que afecta todavía a la mayoría de la población y de la importancia del mito, que sigue alimentándose de la mano de políticos, legisladores, opinólogos… que trabajan para mantener este sistema vertical y violento, junto a medios de comunicación, que cumplen cada día mejor con el papel de medios de propaganda a favor de los poderosos.
Hoy más que nunca, se hace vital reclamar la visión humanista acerca del ser humano, una visión que explica que un ser humano es digno por haber nacido tal, sin más, y que no puede ponerse valor alguno por encima de su vida y su libertad.
Conclusiones: estamos ante posibilidad real de que el ser humano se libere
“Todavía no comprenden que la máquina es la redentora de la humanidad, el Dios que liberará al hombre de las sordidae artes y el trabajo asalariado, el Dios que les dará el ocio y la libertad”, escribía Paul Lafargue en 1883.
Porque no habrá más pleno empleo, por un lado, y porque estamos ante la posibilidad histórica de liberarnos del trabajo como elemento de control y esclavitud, por otro, es fundamental que cuestionemos nuestras creencias acerca del tema, la mirada que tenemos hacia nosotros mismos y hacia los otros, y el temor a la pobreza, exigiendo que la riqueza que es de todos se redistribuya, lo que permitiría que la humanidad entera viva en condiciones de vida digna.
Dejemos de hacer nuestro el discurso de los poderosos, de que no hay riqueza y de que es normal que ellos nos roben y nos esclavicen. Curémonos de esta enfermedad que hemos alimentado durante siglos sin darnos cuenta. Hoy existe la posibilidad real de liberarnos.
Para ello, podemos empezar por reclamar una renta básica universal e incondicional, entre muchas otras medidas.
Referencias bibliográficas:
Sobre síndrome de Estocolmo:
https://es.oxforddictionaries.com/definicion/sindrome_de_estocolmo?locale=es
https://es.wikipedia.org/wiki/S%C3%ADndrome_de_Estocolmo
http://www.guiasalud.es/GPC/GPC_470_maltratadas_compl.pdf pag. 48 a 51
http://www.degerencia.com/articulo/el_sindrome_de_estocolmo_en_la_empresa
http://www.aperturas.org/articulos.php?id=0000093
Sobre renta básica universal:
http://ilprentabasica.org/900/
https://nuevohumanismorbu.wordpress.com/
Sobre el cuestionamiento del empleo:
El derecho a la pereza. Paul Lafargue. 1882. https://www.marxists.org/espanol/lafargue/1880s/1883.htm