Por Antoni Domènech, Gustavo Buster, Daniel Raventós | Sin permiso
Las primeras maniobras en calientes del Gobierno Rajoy para el 1 de octubre se han saldado con una retirada, que no se ha convertido en desbandada por el rápido reconocimiento de su máximo responsable del alcance de la situación. Que Rajoy haya tenido que reconocer que la manifestación de Barcelona de repulsa a los atentados ha salido bien, después de la pitada colosal con la que fueron recibidos tanto él como el rey Felipe VI, ha debido escocer mucho.
Lo que parecían los flecos del extremismo fascista tras los atentados de Barcelona y Cambrils, -con sus ataques a la mezquita de Granada, pintadas en otros tantos lugares de culto musulmanes y paliza grupal a una mujer con hijab- se convirtieron en una “moderada” campaña de prensa orientada a golpe de argumentarlo desde los servicios de comunicación de La Moncloa. Aníbal Malvar da cuenta de ella y a eso nos atenemos.
Se les atragantó el mensaje impuesto desde la calle: ¡Barcelona, ciudad de paz! y No tenim por! Porque en definitiva la “moderada” estrategia del mal menor que ha desplegado desde hace meses el gobierno Rajoy contra el referéndum de autodeterminación catalán propuesto para el 1 de octubre, se basa en el miedo. En meter mucho miedo, de “manera proporcionada”, como solo sabe hacerlo quién tiene el monopolio de la violencia como última razón de estado.
Los atentados están para ser gestionados desde el miedo, imponiendo la seguridad sobre la democracia, la separación de las comunidades por precaución sobre la fraternidad republicana, y el opaco conocimiento de las cloacas propias y ajenas sobre la transparencia informativa. La aparición en primer plano de la mayoría de la población, imponiendo un mensaje muy distinto, y el sabio y prudente paso atrás haciéndose eco de él, primero del Ayuntamiento de Barcelona y después de la Generalitat de Catalunya, ha creado un escenario completamente imprevisto para el Gobierno Rajoy.
Intentó recuperar el control, manteniendo la campaña de prensa para al menos no sufrir mayor desgaste en su propio electorado fuera de Catalunya, organizando su presencia al más alto nivel institucional en la manifestación y agitando el fantasma de la “unidad”, es decir de la sumisión a su mensaje antiterrorista. Nada de esto, es evidente, sirvió.
A la manifestación de Barcelona del 26 de agosto acudió medio millón de personas. Nadie se ha atrevido a discutir las cifras. El gobierno Rajoy tuvo que aceptar la decisión del ayuntamiento de ceder la cabecera a quienes habían estado en la primera linea de actuación en los atentados: los Mossos d’Esquadra, los servicios de emergencia, el personal de los hospitales. La comitiva institucional tuvo que ser “encapsulada” y situada detrás, a una distancia suficiente, lo que no evitó el abucheo y los pitidos contra quienes se habían desplazado de Madrid en una interesada solidaridad y que no contaron con otro apoyo que el patético contingente organizado por la autoproclamada “sociedad civil catalana”.
Que la denuncia masiva de la venta de armamento, intereses comerciales y corruptelas varias entre la Monarquía borbónica y el gobierno central con los regímenes antidemocráticos de Arabia Saudí, Qatar, Emiratos se hayan convertido en una demoledora respuesta popular frente al discurso islamófobo y antiemigración que se apoya en la manipulación del terrorismo del Estado Islámico, ha desbordado incluso las expectativas más optimistas de la izquierda alternativa. Desde la Guerra de Irak en la que Aznar involucró al Reino de España -a cambio entre otras cosas tangibles de un sistema de escucha y registro masivo de llamadas telefónicas, redes sociales y correos electrónicos- la gente ha aprendido lo suficiente de geopolítica como para que no le den vecino musulmán por terrorista islámico ni confundir a los responsables últimos de la destrucción de Irak, Siria y Libia.
Pero tras los pitidos y los abucheos a unas autoridades a las que no se reconoce autoridad moral, el resto de la manifestación discurrió como un remanso de fraternidad republicana. Rajoy dixit: “un éxito”.
El “éxito” fue especialmente clamoroso en la solidaridad mostrada con los vecinos musulmanes que, como en toda Europa, representan un porcentaje significativo de la población. Efectivamente, son musulmanes, no terroristas. Y no tienen porqué estar justificando su opción religiosa, por mucho que haya un debate pendiente sobre las causas de la aparición de la “célula de Ripoll”. Precisamente en Ripoll se demostró, aun más si cabe que en la manifestación de Barcelona, que el “No tenim por!» es no sólo una consigna, sino una sensibilidad y una estrategia global popular contra el terrorismo. El abrazo del padre de uno de los niños asesinados con el imán de la mezquita de Rubí y la denuncia del terrorismo islámico de la hermana de uno de los terroristas muertos demuestran hasta donde se puede llegar con ella.
Y sí, quedan algunas miserias más para la historia inmediata como los titulares de la prensa de la monarquía. Titular de El Mundo: “Independentismo por encima de las víctimas en la manifestación por los atentados de Barcelona”. Titular de El País: “El independentismo boicotea la manifestación unitaria de Barcelona”. Pura porquería e impotencia política.
Y sí, quedan muchas cosas más que discutir, desde el tema de la descoordinación entre cuerpos policiales, por evidentes motivaciones políticas, a la inspección y evaluación de la explosión del cuartel general de la “célula de Ripoll” en Alcanar, incluso si no hubiera sido posible la captura de alguno de los terroristas muertos. Pero el marco de esa discusión hoy es muy distinto del que se ha querido imponer, y no se ha conseguido, por parte del gobierno Rajoy.
Que este miércoles, volviendo a la rutina, tendrá que declarar ante el pleno del Congreso de los Diputados por las corruptelas del “caso Gürtel” de su partido.
Y después queda la cuesta de septiembre, hasta llegar al pulso del 1 de octubre. Conviene recordar que lo que tendrá enfrente es a la misma gente que se manifestó el 26 de agosto en Barcelona. ¿Que esperaban?