No cabe duda que las contradicciones sociales emergentes de la lógica de los bandos, atraviesan buena parte del mundo; pero quisiera referirme en particular al caso latinoamericano, ya que la fractura social existente en varios de los países de la región, muestran con crudeza la irracionalidad en la que pueden caer las poblaciones cuando se manipula a la opinión pública buscando cohesionar a un sector, azuzando su odio hacia otro.
A comienzos de los años 70 llegó a mis manos un libro escrito por Silo, “La Mirada Interna”; entre otros temas profundos se hablaba de ciertos “Principios”, que no pretendían ser una norma moral, sino más bien recomendaciones a tener en cuenta para sintonizarse con las leyes de la vida y la evolución. Uno de ellos decía así: “No importa en qué bando te hayan puesto los acontecimientos, lo que importa es que comprendas que tú no has elegido ningún bando”. Este principio sería de mucha utilidad en estos días, porque muchas veces, no sólo nos resulta difícil entender cómo la inclusión en bandos limita la libertad intelectual, sino además comprender hasta qué punto dicha elección de bando no es plenamente libre, sino a menudo condicionada en una sociedad en la que los medios de comunicación cobran una influencia cada vez mayor.
En 1929 Ortega y Gasset, en su libro “La rebelión de las masas”, escrito en épocas del ascenso de los fascismos en Europa, analizaba el fenómeno del hombre-masa, no refiriéndose a una clase social, sino a un comportamiento facilista a la hora de emitir opiniones; una combinación entre la holgazanería intelectual y la soberbia de creer que ya se sabe todo. Así decía el autor: “Es intelectualmente masa el que ante un problema cualquiera se contenta con pensar lo que buenamente se encuentra en su cabeza. Es en cambio egregio el que desestima lo que halla sin previo esfuerzo en su mente, y sólo acepta como digno de él lo que aún está por encima de él y exige un nuevo estirón para alcanzarlo”. Claro que en aquellos tiempos, lo que se podía encontrar en las cabezas, eran contenidos incorporados por la educación, la religión y la prensa escrita, ya que era muy incipiente la propagación de información a través de la radio o el cine; pero pocos años más tarde el régimen nazi aprovecharía estos medios para su aparato propagandístico; y a partir de los años 50 la televisión se instalaría en los hogares, aumentando notablemente el volumen de contenidos que penetrarían en la cabeza de las personas, modelando su sentido común, sus valores, opiniones, aspiraciones, y hasta su sentido de pertenencia a un determinado bando.
Hay numerosos ejemplos en el siglo XX de cómo los gobiernos totalitarios de diverso signo manipularon a sus poblaciones a través de estos medios, para lograr la adhesión irreflexiva a un bando, a la vez que demonizaban a los que pensaban distinto incluyéndolos en un bando enemigo con el que había diferencias irreconciliables. Frente a esta posibilidad de manipulación por parte de los gobiernos, la denominada prensa independiente pretendió erigirse siempre como la única garante de la democracia, la libertad y la diversidad de opiniones. Sin embargo, en la medida que la riqueza en el mundo se concentraba cada vez más, el poder económico fue controlando los medios de comunicación de mayor alcance, encontrando en ellos un formidable instrumento de manipulación social para ponerlo a su servicio. Desde luego que esto se fue haciendo con técnicas mucho más sofisticadas que el burdo adoctrinamiento usado por los gobiernos totalitarios, ya que manteniendo el halo de independencia y neutralidad se logró que las poblaciones se convencieran de que a través de los medios se informaban de la realidad, y así podían extraer sus propias conclusiones. Obviamente, tal como describía Ortega y Gasset, tales conclusiones no eran propias, sino el resultado de organizar datos que habían entrado en las cabezas a través de los medios, y en una dirección inducida por los mismos, ya sea por similitud o contraste.
Al poder económico siempre le interesó controlar la política, ya que el Estado era el único que podría ponerle límites. Por lo tanto siempre intentó manipular a la opinión pública para que en cada elección, los principales bandos en pugna fuesen fuerzas políticas aliadas de tal poder, con meras diferencias de matices; a la vez que destinaban un espacio menor, marginal y degradado, a cualquier opción emergente que propusiera un cambio profundo. Esto funcionó durante períodos de cierta estabilidad, pero en los momentos de crisis mucha gente se despabilaba cayendo en cuenta de que los bandos propuestos por el sistema eran lo mismo y que ninguno resolvía sus problemas. Frente a eso, para evitar el crecimiento de opciones políticas fuera de su control, los medios buscaron canalizar y diluir el descontento en un tercer bando, el de los disconformes individualistas. Pese a ello, las tremendas crisis que fue incubando el neoliberalismo en algunos lugares del mundo, y en particular en Latinoamérica, derivaron en fuerzas políticas que llegaron al poder con la intención de realizar cambios más profundos.
No estamos diciendo que tales gobiernos hayan realizado todos los cambios que pretendían o declamaban. Pero lo que sí ocurrió, fue que en menor o mayor medida se afectaron algunos intereses del poder económico, lo cual fue suficiente para que se les declarara una guerra mediática. Cualquiera que haya tenido oportunidad de recorrer Latinoamérica en la última década, ha podido observar cómo la estrategia de los medios de comunicación privados, fue similar en todos los países. Información sacada de contexto, medias verdades, énfasis tendenciosos, minimización de lo positivo y dramatización de lo negativo; burdas mentiras adjudicadas a fuentes incomprobables, denuncias e investigaciones dirigidas exclusivamente hacia los enemigos, y protección mediática de los amigos. Se convenció a una parte importante de la población de que estaban en presencia del peor gobierno de toda la historia, y que se avanzaba velozmente hacia un infierno, y así modelaron un bando opositor sumamente irritable, impregnado de odio y predispuesto a apoyar iniciativas golpistas, o al menos destituyentes.
Frente a esta arremetida del poder económico a través de sus medios de comunicación, los gobiernos tuvieron diversas reacciones, pero en ocasiones cayeron en el mismo juego y por contraste buscaron fortalecer el bando de sus simpatizantes radicalizando su discurso, con lo cual la línea divisoria entre bandos se profundizó. Se utilizaron los medios de comunicación públicos o privados afines para convencer a su audiencia de que estaban frente al mejor gobierno de toda la historia, ocultando o minimizando los errores, y sobredimensionando los aciertos. La evidencia de un ataque real y concreto de parte del poder económico y mediático, se utilizó como pretexto para explicar todo a partir de allí, cayendo en un estado de paranoia desde el cual podían tejerse teorías conspirativas que explicaran todos y cada uno de los problemas existentes, incluyendo los ocasionados por errores propios.
La lógica de los bandos se impuso empantanando todo. El atrincheramiento de cada bando cercenó cada vez más la capacidad reflexiva, y para un miembro de cualquiera de ellos significaba una traición inadmisible tan siquiera considerar, que alguno de los argumentos del otro bando, pudiera tener algo de razonable o bien intencionado. Y así se fueron fragmentando las sociedades, generando rupturas entre familiares, grupos de amigos, y compañeros de trabajo. Y desde ya que cada bando siempre acusó al otro de ser el promotor de tal grieta. Con frecuencia se llegó a la violencia física, y en algunos casos como el de Venezuela el fantasma de una guerra civil se insinúa amenazante. Pero aún en casos que no lleguen a tal extremo, el hostigamiento de los medios de comunicación instaló en varios países una suerte de “guerra civil sicológica”, al punto tal de que mucha gente que no se ubicaba plenamente en ninguno de los bandos, terminaba deseando el final del gobierno para que cesara la violencia sicológica desatada en la sociedad, lo cual obviamente jugaba a favor del bando destituyente.
Podríamos afirmar entonces que la operación mediática impulsada desde el poder económico tuvo éxito, no solamente por lograr manipular a parte de la población a favor de sus intereses, sino sobre todo por lograr imponer la lógica de los bandos, poniendo a los gobernantes a la defensiva, más preocupados por resistir los embates y mantenerse en el poder, que por gobernar adecuadamente, con lo cual comenzaron a perder apoyo de sus propias filas. Desde ya que en aquellos países en los que el poder económico logró desplazar a los gobernantes díscolos, no por ello mejoró la situación de la gente de ninguno de los bandos, sino que empeoraron todos, excepto las minorías ligadas a ese poder. Joseph Stiglitz, premio nobel de economía, ya hace algunos años explicaba cómo mediante la manipulación en los medios de comunicación, el 1 % de la población de USA que concentra la mayor parte de la riqueza, lograba convencer a una parte importante de la población de que compartían sus mismos intereses, y así inducirlos a elegir gobernantes que favorecían aún más esa concentración de la riqueza.
En definitiva, la conformación de bandos es impulsada siempre por los poderosos, para manipular a la sociedad; ya se trate del poder económico, del poder político, o de ambos. Si los pueblos caemos en ese juego, veremos muy limitada nuestra capacidad de discernir, y sólo seremos funcionales a quienes concentran el poder.
No hay que equivocarse, no se trata de no tener convicciones claras, principios e ideales. No se trata de caer en los relativismos, ni en los planteos salomónicos, o en el conformismo por temor a la discusión o al conflicto de intereses. No se trata de caer en los neutralismos descomprometidos. Por el contrario, hay que tener convicciones y principios, y hay que organizarse con otros para actuar como un conjunto si se quieren cambiar las cosas. Pero organizarse con otros detrás de ideales y proyectos, no es sinónimo de bando. El bando es una construcción ficticia y maniquea impuesta desde el poder para manipular y uniformar la opinión. El bando establece límites infranqueables que impiden ampliar los puntos de vista, y se va gestando la censura social y la autocensura como barreras a cualquier opción de razonamiento que no signifique la autoafirmación del propio bando y la negación del opuesto.
No hablaremos de derechas e izquierdas, porque ya en otro artículo analizamos la pérdida de significado de tales categorías. Podríamos hablar sí de que en América Latina la puja de bandos ha sido entre aquellos partidarios de un rol más activo del estado para una mejor distribución de la riqueza, y los partidarios de que sean los mercados los que asignen los recursos. Y hasta ahí podríamos hablar de diferentes concepciones, ambas con una base argumental, a partir de las cuales se podría iniciar un interesante debate social que nos permita construir alternativas superadoras. Pero ocurre que detrás de la enunciación formal de esas bases argumentales, existen poderes interesados en que triunfe una postura sobre otra, no para el bien general, sino para la concentración de poder. Por una parte, quienes concentran el poder económico están interesados en la opción neoliberal, porque saben que los mercados pueden manejarse a su antojo y así favorecer la concentración económica y financiera. Mientras que por otra parte hay algunos líderes de la política que ven en la propuesta de un estado benefactor, la posibilidad de sumar votantes y con ello acumular poder, y luego urgidos por mantenerse en el poder, no reparan en la falta de sustentabilidad que pudieran tener sus modelos económicos, ni en la calidad democrática de sus modelos políticos. En esa lucha de poderes e intereses la prioridad es vencer a cualquier precio al bando contrario, por lo cual todas las argumentaciones que se bajan a la ciudadanía tienen un fuerte sesgo manipulador, agudizando la polarización de los bandos en la población.
Se va generando una verdadera esquizofrenia, pues según sea el bando que transmite o comenta una información, se vive en el peor de los infiernos o en el mejor de los paraísos. Cuando hay violencia, las víctimas, según sean de un bando u otro, serán relevantes o no, y los victimarios serán considerados héroes o villanos según corresponda. La represión policial de una manifestación, puede ser relatada como una violación al derecho a manifestar, o como un razonable cuidado del orden público, según de qué lado se lo mire. Los actos de corrupción tendrán una mayor o menor mediatización, según sea el interés que haya en denostar al corrupto y a su bando, o en disimularlo. Los malos resultados de políticas gubernamentales, según el bando que las interprete, se deberán a la ineptitud de los funcionarios o al boicot de poderes ocultos. Las políticas redistributivas serán vistas como justas por unos, o como un desvío hacia el comunismo por otros; a la vez que cualquier tibia crítica sobre la corrupción o mala gestión de los funcionarios, podrá ser considerada como una maniobra apátrida.
Y de ese modo mucha gente está predispuesta a creer ciegamente los argumentos de su bando, y a considerar como mentiras a priori los del bando contrario, por lo cual resultará imposible reflexionar en busca de verdades superadoras. Son como ciegos dándose palos, a veces atinando, a veces lanzándolos al aire, y a veces pegándose a sí mismos; pero cualquiera que se acerque a separarlos, correrá el riesgo de recibir golpes de ambos lados. En lugar de intentar separarlos, habría que avisarles que no son ciegos, sólo tienen una venda en los ojos colocada por los poderosos. Tal vez al quitarse la venda, comprendan que frente a sí no tienen a un enemigo, sino a un hermano con el que pueden reconciliarse, para luego organizarse y trabajar juntos en el desmantelamiento de toda concentración de poder económico y político, que son los verdaderos enemigos de las poblaciones.