Uno de los candidatos presidenciales chilenos, José Antonio Kast, sostuvo que había que despolitizar la política, expresión que no dejó de llamar la atención respecto de su significado. Si nos atenemos a lo que ocurre no solo a nivel nacional, sino que internacional, en un escenario donde lo económico parece dominarlo todo, no cabe duda que en la actualidad a la política se le ha despojado de todo su significado. En este plano, ya no habría nada que despolitizar, dado que se encuentra completamente despolitizada.
Sumergidos en un individualismo extremo, donde cada uno debe arreglárselas con sus propias uñas, la política parece haber perdido todo su sentido, toda su razón de ser. Con organizaciones sociales empresariales empoderadas y organizaciones sociales laborales, léanse sindicatos, sin poder de negociación alguna, y actores políticos temerosos de generar reformas laborales, dan cuenta de una realidad donde el factor trabajo se encuentra subordinado al factor capital, desequilibrio que la política ha sido incapaz de corregir.
Esta incapacidad se explica porque el poder de la política se ha reducido la mínima expresión, subordinada al poder económico de los grandes intereses financieros que se reservan para sí las grandes decisiones que involucran los destinos de cada uno de nosotros. Es así como la política parece haber sido transformada en una suerte de instrumento para que juguemos a la democracia, con actores capturados por los grandes poderes económico-financieros. Instrumento orientado a hacernos creer el cuento de que en cada contienda electoral nos jugamos el destino de nuestro futuro.
De aquellos tiempos en los que creíamos que la política era la instancia para soñar en torno a un mundo mejor, pareciera que estamos pasando hacia tiempos en los que la política es la instancia para subir/bajar candidatos o cambiarlos de una región a otra sin escrúpulo alguno.
La política no requiere ser despolitizada porque ya lo está; lo que se requiere ahora es todo lo contrario, politizarla, dotarla de significado, recuperar su esencia, su razón de ser, para que nos devuelva la capacidad para soñar y concretar un mundo mejor mediante el sutil arte de negociar, de conversar, de ponernos de acuerdo sin tener que poner sobre la mesa pistolas, ni metralletas, ni billetes. Esto es, sin la imposición de poder militar o económico alguno.
En un contexto donde cada uno está preocupado de su metro cuadrado, se ve como una tarea difícil, aunque no imposible si levantamos la mirada más allá de dicho metro cuadrado.