El ex Presidente, en vez de insistir en el crecimiento en abstracto y decir que el resto es música, podría haber propuesto lo siguiente: es preciso modificar radicalmente la forma de producción que tenemos en Chile desde hace décadas. Porque es precisamente el crecimiento sobre la base de los recursos naturales lo que impide generar nuevos negocios, además de tener empleo de mala calidad y bajos salarios, afectar las fuentes de agua, debilitar el medio ambiente e impedir los equilibrios sociales.
El ex Presidente Ricardo Lagos, nuevamente obtiene aplausos del mundo empresarial y los economistas del establishment. En un seminario de fondos de inversión, Moneda Asset Management, con el énfasis que lo caracteriza, señala: “La tarea número uno es crecer y todo lo demás es música”. O sea, persevera en su renuncia al “crecimiento con igualdad”, compromiso que adquirió en su campaña presidencial y que no cumplió durante su gobierno.
Ricardo Lagos coincide con los empresarios, pero se separa de la ciudadanía. En efecto, el crecimiento del PIB solo tiene significación cuando genera empleo de calidad, disminuye las desigualdades y entrega derechos sociales básicos a la población. Entonces, el discurso tiene que aprender a trasladarse desde el crecimiento del PIB hacia la mejora de las condiciones de vida de las personas, la equidad como fuente de bienestar y la sostenibilidad medioambiental.
Pero la fragilidad de Lagos no es solamente su renuncia a la igualdad. En realidad, cuando se habla de crecimiento, es imprescindible valorar selectivamente las actividades económicas en las que un país debe crecer. En el caso de Chile, crecer con el cobre, la madera, los recursos del mar y una agricultura de escasa transformación es de una inmensa debilidad.
Según el economista de Cambridge, Ha Joon Chang, entre 1995 y 2010 el país cuyo PIB más creció en el mundo fue Guinea Ecuatorial, casi 20% al año, el doble de lo que ha crecido China en las últimas dos décadas (Ciper). Pero ese crecimiento se debió al descubrimiento de petróleo y nada cambió en su economía, como tampoco sus trabajadores mejoraron sus habilidades para producir.
No puede olvidar, Ricardo Lagos, conocedor de la historia de Chile, que a comienzos del siglo XX nuestra economía se hundió cuando se produjo el salitre sintético. Todavía nos acompaña la suerte, porque no se ha inventado el cobre sintético o algún sucedáneo significativo que lo reemplace. Pero sí tenemos evidencia preocupante de que los ciclos agresivos del precio internacional del cobre hacen remecer el presupuesto fiscal, el superávit estructural y debilitan la macroeconomía chilena.
El ex Presidente, en vez de insistir en el crecimiento en abstracto y decir que el resto es música, podría haber propuesto lo siguiente: es preciso modificar radicalmente la forma de producción que tenemos en Chile desde hace décadas. Porque es precisamente el crecimiento sobre la base de los recursos naturales lo que impide generar nuevos negocios, además de tener empleo de mala calidad y bajos salarios, afectar las fuentes de agua, debilitar el medio ambiente e impedir los equilibrios sociales.
Ricardo Hausmann, economista de la Universidad de Harvard, lo ha dicho con claridad: “Nuestro crecimiento (el de Chile) ha estado sostenido por el alto precio del cobre y ahora que el precio baja, no hay nada que lo sostenga”. Y, el precio del cobre no depende de nosotros, tampoco el del resto de los recursos naturales que exportamos. En consecuencia, ¿por dónde vamos a crecer?
En suma, no da lo mismo lo qué producen los países. La evidencia internacional muestra que el desarrollo económico requiere una estructura productiva con actividades que agreguen valor sustantivo a los bienes y servicios. Ello, al mismo tiempo, es lo que ayuda a que los trabajadores mejoren sus habilidades, aumenten su productividad y consecuentemente los salarios.
El elevado crecimiento de los países de América Latina en los años 2003-2010, gracias a la exportación de productos primarios, no ayudó al desarrollo; más bien, sirvió para concentrar aún más la riqueza en las clases altas, con la excepción de aquellos países que tuvieron políticas sociales universales
Según dice el economista Chang, la baja formación de los trabajadores no es un problema con el que las empresas se encuentran, sino que, en gran medida, ellas mismas lo generan. La explotación de recursos naturales ofrece escasos trabajos de calidad. Al mismo tiempo, los jóvenes pobres que han sido obligados a pagar sus estudios no encuentran empleos acordes a su preparación con una matriz productiva de escasa sofisticación.
El INE nos ha informado que el 50% de los asalariados chilenos recibe menos de 350 mil pesos. Ellos y sus familias no deben considerar música el tener trabajos de mejor calidad. Tampoco consideran música una educación pagada para sus hijos, una mala salud y una pensión indigna en su vejez.
Para superar esas condiciones vergonzantes se requiere otra estructura productiva, junto a una concepción de crecimiento ligado a la protección social y a la reducción de las desigualdades. Para ello hay que pensar en las mayorías nacionales y no solo en las cúpulas empresariales. Preocuparse del desarrollo antes que del crecimiento. Impulsar una economía con equilibrios productivos, sociales y medioambientales. Por tanto, necesitamos líderes políticos que no consideren prescindible la música sino, al contrario, que la promuevan y que incluso nos hagan bailar.