Por Marcio Gonçalves, militante del Movimiento Humanista en Río de Janeiro
2 de agosto de 2017. En este día, la Cámara de Diputados de Brasil liberó al ocupante del sillón presidencial de investigación criminal. Esto se hizo a pesar de la opinión mayoritaria de que Michel Temer debería ser investigado por los delitos implícitos en las grabaciones que se filtraron dos meses antes, donde un diálogo con Wesley Batista indicaba favorecimiento por entrega de maletas de dinero y compra de silencio del ex-diputado Eduardo Cunha. Curiosamente, para mantenerse libre, Temer también compró la complicidad de los diputados federales con liberación de fondos de enmiendas parlamentarias, que aumentaron aún más el déficit del presupuesto federal.
Algunas semanas antes, el 11 de julio de 2017, el Senado Federal lleno de miembros acusados de corrupción, quitó toda protección a los trabajadores a través de la modificación de la Consolidación de las Leyes del Trabajo (CLT), que eufemísticamente se está llamando «reforma laboral». Ahora Brasil se ha convertido en una oferta de mano de obra barata, disponible a cualquier salario. El trabajador se queda con menos ingresos, de modo que también saldrán perdiendo los empresarios cuya clientela mayoritaria sea de asalariados. El modelo sólo es bueno para las empresas que trabajan el 100% para la exportación; o para el sector financiero, que tiene capital suficiente para inversiones en todo el mundo, independientemente de sus correntistas. En breve deberán surgir en Brasil fábricas con jornadas de 10 a 12 horas de trabajo diario, seis días a la semana, con producción destinada prioritariamente al mercado externo.
En diciembre de 2016 Brasil ya se había convertido en el país que abdicaba de la inversión en salud y educación por 20 años. El presupuesto federal congeló los gastos por dos décadas a través de la «PEC de la muerte» (oficialmente PEC de gastos). Esto hará que la educación y la salud públicas tengan menos dinero para la población en crecimiento. Pero, por otro lado, siempre habrá dinero de la tasa Selic para garantizar una contundente remuneración de títulos de la deuda pública para los bancos. También se quiere dificultar la jubilación social pública, lo que estimulará la previsión privada, servicio mantenido en gran parte por los bancos. Los bancos son la punta más visible del capital financiero, el poder hegemónico actual. Hay otros sectores del capital que están ganando en Brasil post-impeachment, pero sólo el capital financiero fue capaz de hacer que el Supremo Tribunal Federal prestase al papel la voluntad de someterse a Renan Calheiros para tener certeza de la aprobación del PEC de la muerte.
¿Cuál es la reacción de las capas afectadas por este escenario tan anti-humanista? Se intentaron dos huelgas generales en abril y junio de 2017, la primera fue más exitosa que la segunda; la represión fue violenta en Brasilia. Pero no hay un gran movimiento nacional de repudio a las violencias que surgen. Muy diferente de junio de 2013, donde una gran ola humana se tomó las calles. Inicialmente, las «jornadas de junio» comenzaron contra el aumento de precio de los pasajes de autobuses en algunas ciudades. En un momento de desempleo bajo, media salarial alta y pasajes subsidiados por vale-transporte para los trabajadores más humildes, ancianos y estudiantes, la reivindicación podría ser considerada como secundaria. Tal vez por eso el abanico de reivindicaciones fue aumentando. Las redes sociales fueron fundamentales para este aumento. Algunos vídeos de la época, grabados en los Estados Unidos, se viralizaron. Los vídeos cuestionaban que Brasil gastara dinero público en eventos como la Copa del Mundo y las Olimpiadas. En la Copa de las Confederaciones, evento de prueba de la FIFA, el terreno era fértil para esta reivindicación. Otro factor que alimentó el crecimiento de las «jornadas de junio» fue la violencia desproporcionada de la represión a las manifestaciones por parte de la Policía Militar de São Paulo (donde no hubo partidos de la Copa de las Confederaciones), llegando a cegar el ojo de un fotógrafo con una bala de caucho. Implícitamente, se criticaba al gobierno de centro-izquierda petista, por las concesiones que hacía al capital. Los grandes eventos son buenos para los contratistas, el aumento de pasajes es bueno para los plutócratas del sector del transporte, los acuerdos con los zorros de centro-derecha generan el abandono de algunas luchas históricas. Estos son problemas reales que la izquierda ya ha levantado históricamente en Brasil contra los gobiernos de centro-izquierda (laborales) de Getúlio Vargas, João Goulart y los gobiernos petistas. Pero esta crítica olvida que Brasil es un país tan carente de inclusión social, con una cotidianidad tan ardua para la mayoría de las personas, que cualquier política pública que disminuya este dolor será recordada con nostalgia por los brasileños. Por eso estos gobiernos son recordados. Por eso la gente pedía el regreso del ex dictador Vargas en 1950. Por eso la aprobación de João Goulart era alta cuando fue derribado por el golpe del 64. Por eso la encuesta del diario Valor Económico en febrero de 2017 indica una «saudade de Lula» en algunos electores de bajos ingresos. Mientras las similitudes de las críticas de centro-izquierda con las de la derecha deben hacerse, las diferencias que las personas sienten en la práctica pueden ser usadas como punto de partida para políticas públicas de un programa de gobierno más izquierdista.
Las jornadas de junio se enfriaron a fines de ese mes, pero dejaron cuestionamientos y manifestaciones que se extendieron hasta el año siguiente, protestas contra la realización de la Copa del Mundo. También dejaron la polémica del Black Block. Grupos con rostros cubiertos, ropa oscura y tácticas de bloqueo y confrontación en manifestaciones. De forma un tanto dramática, actuaban como si estuvieran en una guerrilla urbana frente a la reunión del G8. Antes de que surgiera este grupo que alegaba ser antirrepresentación y anticapitalismo, las manifestaciones tenían un comportamiento extraño. En el centro de Río de Janeiro, un pequeño grupo de policías fue asaltado cerca de la Asamblea Legislativa, por manifestantes que se movían hacia el edificio, donde ya no había nadie más trabajando. En la manifestación enorme del 20 de junio del 2013 en la Avenida Presidente Vargas, relatos de la prensa informaron que un grupo de manifestantes provocó a los policías, que reaccionaron con una represión monstruosa que, a partir de ahí, pasaría a ser el estándar también fuera de São Paulo. El mismo día, con transmisión en vivo de la maquiavélica Red Globo de televisión, el Palacio de Itamaraty fue rodeado por manifestantes con palos y piedras, sin provocación por parte de la seguridad. Este tipo de escenas y todas las protagonizadas por los Black Block tenían toda la coreografía de un país en conflicto, cuestionando al sistema y, por ende, al gobierno de turno.
En un primer momento hubo protagonismo de fuerzas progresistas en las manifestaciones, anhelando mayor bienestar social, menos discriminación, etc. Pero las fuerzas retrógradas y conservadoras detectaron la oportunidad creada por el clima exacerbado y «anti-todo» de las manifestaciones para gradualmente ir incluyendo su agenda. El símbolo de este momento es el cambio de opinión del comentarista político conservador Arnaldo Jabor, que el viernes consideraba las manifestaciones una tontería para, el lunes siguiente, evaluar que estaba equivocado y que todo lo que sucedía era muy importante.
Así, a un cacareado «apartidarismo» le fue siguiendo un antipetismo y anti-izquierdismo. Los acontecimientos críticos privilegiaron al gran capital y fue creciendo el discurso genérico anticorrupción. Y el uso del problema de la corrupción, se convirtió en excusa para que los primeros apologistas de la «intervención militar» se manifestaran.
Y las calles no eran el único lugar donde el conservadurismo afloraba. Dilma Roussef intentó dar respuesta institucional a lo que se vio en las calles con dos iniciativas. Una fue la reforma política constituyente, que fue desalentada por el ministro de Justicia José Eduardo Cardozo, confirmando cuán burocratizado el PT se encontraba. La otra fue la votación de los «consejos populares», rechazada por la Cámara de Diputados como «intento de los comunistas del PT de tomar el poder». Recientemente se ha sabido que el entonces líder del PMDB, Eduardo Cunha, ya conspiraba como oposición, hasta el punto de que en el 2014 él y Michel Temer pidieron dinero a Odebrecht para financiar 140 diputados que serían fieles a Cunha.
El hecho es que la derecha brasileña apenas toleraba al gobierno del PT y quería ver su caída, incluso con todas las concesiones que los petistas hacían al capital. Decidieron apostar por un desgaste extremo a partir de noticieros siempre negativos y usando las manifestaciones callejeras como prueba de la «insatisfacción popular».
La novedad del noticiero negativo en el 2014 fue la Operación Lava-Jato, que develaba la corrupción en Petrobras. El periodista Luís Nassif, que no se presta a teorías conspiratorias, cree que la Lava-Jato comenzó con las informaciones propias del espionaje estadounidense en Petrobras, denunciada por Edward Snowden. Con las revelaciones de la prensa y el manejo de la post-verdad en las redes sociales, la Lava-Jato generó la narrativa de que «la corrupción del PT quebró a Petrobras».
Con tanto noticiero negativo sobre corrupción y obras inacabadas de la Copa 2014, es hasta sorprendente que Dilma haya logrado reelegirse. El diferencial que llevó a su victoria fue la defensa de los derechos laborales durante la campaña y el apoyo, en la segunda vuelta, de sectores a la izquierda del PT, como el PSOL. Estos sectores sintieron en la propia piel que el discurso antipetista de los medios (que les interesaba hasta algún tiempo previo…) fácilmente se convertía en anti-izquierdista. El punto de quiebre fue la lamentable muerte del camarógrafo Santiago Andrade, golpeado por un mortero dejado en el suelo durante una manifestación en el centro de Río. Los medios salieron a culpar a la izquierda y a sus «radicalismos».
La victoria de Dilma en el 2014 fue un raro momento de unión de un gobierno del PT con los sectores más a la izquierda, mientras que los medios de difusión corporativos y las redes sociales tenían hegemonía derechista y ultraderechista. Fue una victoria que simbolizaba que, a pesar de los medios y el odio, la mayoría quería un gobierno progresista.
Pero después de la victoria, Dilma cometió un error fatal. Las primeras medidas de su nuevo mandato contradecían el discurso de la elección. En vez del mantenimiento de derechos y «continuar en la dirección, mejorando», lo que se vio fue el recorte del subsidio a la cuenta de luz, restricciones en el seguro de desempleo, en las pensiones de las viudas y el mal llamado «ajuste fiscal». Dilma perdió el apoyo de los sectores más de izquierda y ganó la desconfianza de los sectores populares.
La sensación de traición se sumó a los ataques a la corrupción del PT y allí los movimientos de derecha dominaron las calles en el 2015, con convocatorias a manifestaciones dominicales difundidas por los medios corporativos y con el apoyo de la Federación de las Industrias del Estado de São Paulo (FIESP). En las redes sociales, el protagonismo de las convocatorias estaba en organizaciones como el Movimiento Brasil Libre (MBL), Revoltados en Línea, Vemprarua y otros menores. En el MBL, los militantes vienen de familias de la política del interior de São Paulo o de la organización de Estudiantes por la Libertad, financiada por las organizaciones derechistas Atlas Network y Students for Liberty; Además, después del impeachment se supo que el MBL tuvo apoyo y financiamiento del PMDB y del PSDB por lo menos para algunas actividades puntuales. Los Revoltados Online perdió un poco de protagonismo después de la prohibición temporal de su página en facebook y se caracterizó por un discurso de extrema derecha e intentos de intimidación física. El fundador del Vemprarua aparece en una planilla de regalos de una empresa considerada fachada de la CIA; este movimiento suele apoyar los discursos de políticos del PSDB en la Avenida Paulista … El discurso pro-golpe militar y de odio a la izquierda aparecía en grupos cada vez más desinhibidos.
(continúa en la parte 2 de 2)