Por estos días todos rasgamos vestiduras por las muertes y abusos que han vivido y están viviendo los niños que se asume están bajo la responsabilidad de SENAME (Servicio Nacional del Menor). Han saltado por los aires toda clase de realidades que parecieran tener a toda una sociedad en estado de shock. Desafortunadamente, así como llegó el shock, lo más probable que se vaya sin que nada haya cambiado y volvamos a mirar al techo. Esto se arrastra por años, por décadas, por más que nos enjuaguemos con dosis de “los niños primero” o “los niños son el futuro de Chile”.
Un reciente estudio del Instituto Nacional de Derechos Humanos (INDH) reveló que uno de cada cinco niños en los centros bajo la responsabilidad del SENAME denunció maltrato físico, esto es, apremios ilegítimos, torturas y agresiones; uno de cada siete denunció maltrato; y uno cada quince denunció abuso o explotación sexual.
Es una vergüenza que un servicio creado para proteger a los menores vulnerables, termine abusando de ellos, y sus escasos recursos dilapidados en el pago de favores políticos a algunas supuestas organizaciones “colaboradoras”. Se ha llegado demasiado lejos.
Se trata de una tragedia de marca mayor en la que unos y otros se enrostran responsabilidades sin percatarse que en la práctica la han estado eludiendo una y otra vez. Por más vueltas de carnero que nos demos, el drama en vez de disminuir, se acrecienta a ojos y paciencia de todos sin que nadie tome el toro por las astas.
Sin mayor reflexión, por estos días se levantan alternativas de solución como para levantar cortinas de humo que no resuelven nada y que tienden a ser meros analgésicos para capear la tormenta.
La oposición quiere aprovecharse del pánico responsabilizando al gobierno y eludiendo la suya. El gobierno tiene responsabilidades, sin duda alguna, al igual que cada uno de nosotros.
Estamos inmersos en un modelo de sociedad con una tremenda capacidad para producir niños y familias vulnerables -sin oportunidades o sin capacidad para aprovecharlas-, mucho mayor que la de sacarlos de este estado. Lo mismo que ocurre con la delincuencia. Olvidamos que estamos en una sociedad con una capacidad para producir delincuentes a una velocidad muy superior a la que tenemos para producir cárceles y rehabilitarlos. Por eso enarco las cejas cuando autoridades inauguran nuevas cárceles para superar el hacinamiento. Las cárceles que hagamos se hacen agua en una sociedad como la que tenemos. Esto vale para cualquiera de nuestros países subdesarrollados, donde de tiempo en tiempo vemos amotinamientos y muertos producto de la violencia.
Mientras no cambiemos este modelo de sociedad basado en la competencia, en la mercantilización de todo lo que nos rodea, en una desigualdad que nos degrada, difícilmente veremos luz al final del túnel. Bajo este paradigma no hay modelo de gestión capaz de superar el drama que significan los niños sin futuro.
Los países que lo han resuelto, cuyas cárceles se están vaciando y habilitando para otros usos, son sociedades basadas en la solidaridad, la cooperación y la integración. En tanto no entendamos esto, seguiremos hipotecando un futuro más decente.