Imposible sustraerse a lo ocurrido recientemente en la frontera chileno-boliviana. Ahora fueron detenidos dos carabineros chilenos por parte de efectivos bolivianos; no hace mucho, en marzo último, hace unos tres meses atrás, las autoridades chilenas habían detenido en el lado chileno de la frontera a 9 bolivianos, dos de ellos militares.
Ahora se temió una represalia y que el asunto escalara. Afortunadamente no fue así, por el contrario, primó la cordura, la sensatez, el equilibrio. Si me apremian, más allá de las eventuales diferencias entre los dos incidentes, y de las explicaciones que podamos enarbolar los chilenos, diría que Bolivia nos dio una lección de madurez, de magnanimidad.
En efecto, Bolivia podía haber judicializado el proceso contra nuestros dos carabineros, haciendo lo que hicimos nosotros. Podemos aducir a nuestro favor que los bolivianos detenidos en nuestro país incurrieron en diversos delitos por los cuales fueron procesados y condenados antes de ser expulsados previo pago de una multa. Y que los carabineros nuestros no habrían cometido delito alguno, sino que por el contrario, estaban persiguiendo un vehículo que eludió un control, internándose por ello en terreno boliviano. Lo concreto es que el gobierno boliviano pudo perfectamente haber hecho lo mismo que nosotros, esto es, someter a proceso a los dos carabineros, dejar que pasara el tiempo, tensando las relaciones. Pudiendo hacerlo, no lo hizo. Optó por la vía diplomática, por no escalar, por poner paños fríos.
Ahora andamos diciendo que el gobierno chileno fue el que realizó gestiones conducentes a la liberación de los carabineros. Las autoridades bolivianas lo niegan, ateniéndose a que tomaron la decisión libremente. Da lo mismo lo que digan unos y otros. Lo importante es rescatar la esencia de lo ocurrido, sacar las lecciones correspondientes. Dejar de mirar con displicencia, con soberbia a Bolivia.
El caso ilustra la estupidez de las fronteras, particularmente en zonas donde no existen límites específicos dados por la naturaleza como pueden ser los ríos, las montañas o cualquier otro accidente geográfico que nos separe. Pero cuando se está en planicies, donde la mirada se pierde en el infinito, donde no se sabe dónde se está parado, si se está a un lado u otro de la frontera, resalta por lo ridículo que dos gobiernos armen todo un incidente.