Al fin fue aprobada en el Senado chileno la ley destinada a despenalizar el aborto por tres causales: la inviabilidad del feto, por estar en riesgo la vida de la madre, y en caso de violación. Costó, pero salió. La derecha se opuso tenazmente, estirando la cuerda, y ahora ha amenazado con recurrir al Tribunal Constitucional, en la esperanza de que éste declare inconstitucional lo recientemente aprobado.
Resulta patético el comportamiento de una derecha que busca torcer la voluntad popular por la vía de un tribunal creado y conformado por quienes se arrogan el derecho para definir qué se puede y no se puede hacer.
Una derecha hipócrita que, para variar, llega atrasada a todas partes. Así como llegó atrasada con el tema del divorcio y los derechos de la mujer, entre tantos otros temas. Al final, cuando no le queda otra, estirando la cuerda hasta donde pueda, se sube al carro.
Para el caso del divorcio, prefirieron la farsa de la nulidad matrimonial, hasta que el agua le llegó al cuello, esto es, cuando entre sus propios personeros y simpatizantes, ya había muchos afectados, que habían constituido familias cuyos hijos quedaban al garete, en pampa, sin derechos, no reconocidos. Chile fue uno de los últimos, si no fue el último de los países, en asumir el divorcio, luego de una férrea resistencia de la derecha. Lo mismo respecto de los derechos de la mujer.
En el tema del aborto, nadie aborta por gusto, por elección, es una última alternativa en circunstancias específicas. Lo mismo ocurre con el divorcio, nadie se divorcia por gusto, sino que una vez que la propia pareja constató que no hay otra salida. Por lo demás, la derecha rasga vestiduras con el tema del derecho a la vida, sabiéndose que el aborto es una realidad que por estar penalizado, se realiza clandestinamente.
Una realidad que se lleva a cabo en clínicas clandestinas, unas excelentemente equipadas, para las élites; otras, en condiciones paupérrimas con riesgo para la vida de las mujeres que abortan. Las primeras, de alto precio; las segundas, a bajo precio.
La clásica división de un modelo de sociedad basado en la cantidad de dinero que cada uno tiene en su cuenta bancaria. Presume que lo que tenemos es fruto del trabajo, como si los de arriba trabajaran mucho y los de abajo trabajaran poco. Si así fuera, el país sería otro, no el que tenemos.
Por eso la verdadera derecha tiende a ser conservadora, resistente al cambio, a extender las libertades, prefiriendo conservar lo existente, para preservar sus indebidos privilegios. También por eso la izquierda tiende a ser progresista, buscando extender las libertades, los límites de lo posible, y que los frutos del trabajo sean pagados como Dios manda. ¿Es mucho pedir?