Transcribimos aquí las palabras con las que la reconocida historiadora y periodista boliviana, Lupe Cajías, comentara el libro «Encrucijada y futuro del ser humano, 120 pasos hacia la Nación Humana Universal», del humanista argentino Guillermo Sullings en la Universidad Católica de La Paz, Bolivia:
«Mientras leía el texto en la campiña amable de Sud Cinti, en uno de los últimos pueblos sin vendedores ambulantes y sin puertas con candado, Villa Abecia, mi primera reacción era el recuerdo de la música, no de la política, menos de la economía.
Pensaba en un estribillo de la juventud: “que la guerra no te sea indiferente”, que resumía entonces nuestro horizonte para evitar que la represión, la corrupción y la televisión nos aleje de los dolores de la Humanidad.
Como un gran concierto de fondo, junto a las calandrias de esa tarde otoñal, oía las notas de la Novena Sinfonía del amado Ludwig y me interrogaba; cómo era posible que aquel joven malhumorado y sordo concibiese en su cabeza- o en su corazón- las perfectas armonías para acompañar al poeta en su sueño por una fraternidad universal. Sin la amada, sin la manita del hijo soñado, solo, Beethoven creó el himno a la alegría, el himno al hermano.
¿Imaginaría el estropicio de las guerras mundiales, de la bomba en Hiroshima, de las batallas interminables en la cuna de las grandes religiones, el método de desaparecer bebés recién nacidos, las tumbas sin nombre, los nombres sin tumba?
Hace años que repito que la Revolución Francesa y los libertadores de la América repitieron igualdad, libertad- aun cuando la sangre teñía sus banderas- pero, ¿dónde quedó la fraternidad? ¿Acaso es posible esa condición en el ser humano del Siglo XXI?
Mucho se habla de los bicentenarios republicanos, de las reformas agrarias inconclusas, de las mujeres en puestos de poder, de los indígenas en listas electorales. ¡Ah, cuánta ilusión!
La Libertad, lo apuntaba un historiador anarquista inglés, es un punto en el horizonte que se aleja siempre y hacia el cual se va aunque se sepa que es tan incansable como el arcoíris.
La Igualdad no existe si al mismo tiempo no se garantiza la misma oportunidad para todas las personas en todo el orbe, para que los sueños de unos y otros sean parecidos y no tan distantes como soñar con que papá me compre el último celular o soñar con una sopa caliente.
La Fraternidad está tan oculta que a veces nos parece que no existirá en esta Tierra. ¡Queremos otro planeta!
Todo se derrumba y no me detendré en ello porque cada uno sabe lo que ve y lo que oye dentro y fuera de su casa, desde su ventana o desde el vidrio del minibús.
Y he aquí que un grupo de personas y un contador profesional, un nacido en Argentina con alma universal dice: Paren un poco, quizá podamos vencer esta encrucijada y el ser humano tenga un futuro en sus manos. Quizá podamos avanzar, paso a paso, algo lentos, sin pausas largas, hacia la Nación Humana Universal.
El libro de Guillermo Sullings es un intento de ese juego infantil que tanto emocionaba cuando alguien decía: stop, y sólo podía moverse después de tomar consciencia del propio ser, de la propia inmovilidad, del cuerpo, de la risa, del tiempo y del espacio.
Stop.
El libro está concebido bajo el orden de Rudyard Kipling- por cierto un pacifista y parte de la logia de la esperanza- que siguen muchos periodistas, las cinco preguntas para entender el qué de un asunto, quiénes son sus protagonistas/ antagonistas, dónde, se desarrollan los hechos, cuándo, cómo y- al final- entender el porqué de todo ello.
Sullings propone un desafío, una dialéctica dirán los estudiosos, a partir de mirar a los demás y las acciones de esos otros, yo me miro a mí mismo. Yo cambio. Miro al mundo, a mi país, a mi ciudad, a mi barrio y sigo con la familia. Yo cambio.
¿Yo cambié? ¿Qué cambié? ¿Cómo cambié? ¿Mejoré?
Soy un yo, soy un nosotros, tengo un sentido en mi vida, estoy amparada, estamos amparados.
Yo me hago cargo, nosotros nos hacemos cargo. Prefiero la palabra “humanidad” al concepto “especie humana” que aparece en el prólogo. Yo/nosotros no necesitamos culpables porque me hago/nos hacemos responsables del cada día, de la cada ahora, minuto y segundo del paso por esta tierra, de la única oportunidad que tengo/tenemos sobre ella.
Entonces yo/nosotros miramos hacia las estrellas, hacia el macrocosmos para notar el microcosmos. No en el proceso de mundialización- de glo-ba-li-za-ción- que nos presentan como estar “in”, ser modernos, ser iguales, usar las mismas marcas, ver los mismos canales, comprar las mismas hamburguesas, sino como el hacedor de mi libre albedrío y de mi destino.
El libro está lleno de desafíos porque no permite el refugio de culpar al otro, a la mala suerte, al destino perverso, a los malos, sino que interroga al lector, a la colectividad, a la organización, a la propia civilización, de qué tareas estamos orgullosos.
Somos o no somos autores del abismo al que parece caer sin freno el mundo que conocemos.
No nos impulsa a actuar como ejércitos enceguecidos detrás del máximo líder ni tampoco como mecanismos que se usan para esconder la soledad, el extravío, el miedo al futuro, como un pretexto para llenar las horas vacías. Es tan peligroso dejarse manejar por las campañas de publicidad como por los “endemoniados” que hace un siglo ya describía Fedor Dostoyevski.
El libro detalla un método con 120 pasos para avanzar en la construcción de la nación humana universal, sobre los cuales no insistiré pues seguramente lo hará el autor.
En cambio, repetiré algunas palabras que creo claves para esa construcción, las pronuncio sin detallarlas para que cada uno las reflexione:
Sobriedad – Humildad – Desconcentración – Intento – Tránsito – Distracción – Brújula – Regla, reglas – Participación – Coherencia – Voluntad – Humanismo – Distancia – Recorrido – Democracia (real) – Amenaza – Destrucción – Minoría – Mayoría – Fracasos – Pilares – Propiedad – Decisión – Complicidad – Jóvenes – Mujeres – Persona
La gran interrogante que está en todo el texto es si aún estamos a tiempo. Cuando el autor se detiene en algunos datos sobre el cambio climático, los efectos en la naturaleza, las armas- el poder nuclear- la violencia, la intolerancia y los enredos de la economía mundial, parecería que no hay futuro posible.
Sin embargo, él rescata pensamientos humanistas, no sólo del maestro Silo, sino de principios bíblicos, como puntales para el cambio de todo a través del cambio de uno.
Quizá la mayor utopía es una humanidad que sólo consume lo necesario porque, sabemos, qué es considerado necesario, para unos, para otros.
Recordaba al anarquista decimonónico Rafael Barret que enseñaba a ser pobres, pero no miserables. Gran diferencia.
Mi reclamo al autor es en su insistencia en la parte económica como base del cambio y de la esperanza. Dedica muchos apartados a las vías políticas y económicas y unas cuantas líneas a la cultura.
Sinceramente, no creo que la búsqueda del bien común, de una nación humana vengan de los organismos internacionales o de los ministerios de economía y finanzas. Junto a Barret, a Líber Forti y al proletariado ilustrado de las minas bolivianas sostengo que la libertad y la fraternidad, la ternura y la solidaridad, sólo tienen una trinchera en el globo: el arte.
Como escribían los delegados en sus congresos culturales, queremos aumento salarial y la escala móvil, pero también queremos mejores películas en el cine del campamento, clases de ajedrez y veladas literarias.
La última noche de museos acá en La Paz, con sus 250 mil personas caminado lentas, amables, de local en local, mostró que lo mejor de las utopías es que son posibles.