Por Roberto Pizarro
¿Qué confianza le puede dar al país un Presidente que no tiene ética como empresario? ¿Cómo se atreve Piñera a proponer una reducción de impuestos si sus propias empresas se verían beneficiadas con una decisión de esa naturaleza? Pero a él no le preocupan los conflictos de intereses.
Existe una vieja polémica que vale la pena recordar, considerando los acontecimientos recientes que vive el país. ¿Debiera la política someterse a patrones éticos? En Aristóteles la ética y la política aparecen vinculadas estrechamente. La forma más elevada de la vida se alcanza socialmente y, por tanto, las decisiones políticas tienen una inevitable connotación moral. En cambio, con Maquiavelo, la política es una actividad ajena a la moral, en la que los valores éticos no tienen aplicación y lo único importante es alcanzar el poder, conservarlo y acrecentarlo.
Piñera está más cerca de Maquiavelo que de Aristóteles. Ha acrecentado su poder económico eludiendo cualquier tipo de consideración ética. Desde luego, los 2.700 millones de dólares de su patrimonio los ha convertido por arte de magia en una declaración de intereses de sólo 600 millones. Con justificaciones poco creíbles y traspasos de dinero a su esposa e hijos engaña a la ciudadanía. Y así busca dar un salto, nuevamente, a La Moneda.
La confusión que quiere generar con su patrimonio no debe sorprender. Piñera tiene una larga historia de procederes oscuros. Está el caso EXALMAR, aún en curso en la Justicia. Pero también hay que recordar que en el año 2007 compró acciones de su propia empresa LAN con información privilegiada, conociendo previamente el estado de los balances. Actuó sobre seguro, sin riesgo, eludiendo una competencia leal con resto de los compradores. Se ganó 700.000 dólares en veinte minutos, mientras el resto de los accionistas confiaban en la transparencia de su empresa. La Superintendencia de Valores y Seguros lo multó. Además, en septiembre del 2009, el informe de Transparencia Internacional destacó la operación de Piñera como un caso de corrupción empresarial.
Existen otros casos poco claros en las operaciones financieras del candidato presidencial de la derecha: el pago de coimas de LAN en Argentina; las triangulaciones para pagos en Chilevisión, a través de SQM y Aguas Andinas que, entre otros, afectaron a Jaime de Aguirre; el escándalo bursátil de Chispas, con la venta de acciones de Enersis a Endesa España; los aportes ilegales del Grupo Said y SQM a su campaña presidencial; y, el conocido caso del fraude del Banco Talca, hace más de treinta años, que tuvo a Piñera prófugo de la Justicia durante un mes.
Pinera no conoce la responsabilidad social empresarial. La verdad es que pocos empresarios la conocen en Chile, pero Piñera es el paradigma. Eso le ha significado enemistades incluso con muchos de sus colegas dedicados a los negocios. Es que tiene una pasión irrefrenable por el dinero y utiliza métodos oscuros para obtenerlo.
¿Qué confianza le puede dar al país un Presidente que no tiene ética como empresario? ¿Cómo se atreve Piñera a proponer una reducción de impuestos si sus propias empresas se verían beneficiadas con una decisión de esa naturaleza? Pero a él no le preocupan los conflictos de intereses.
En los dos últimos años ha quedado de manifiesto el control que ejercen los grandes empresarios sobre la clase política. El poder económico se ha multiplicado gracias a un modelo caracterizado por los abusos e injusticias; y, en cambio, se ha debilitado el poder político gracias a una Constitución que limita el accionar del Gobierno y del Parlamento y niega toda iniciativa de participación a la ciudadanía. Así, ha crecido el peso político de aquellos que controlan la economía. Ello explica que un operador de bolsa, como Piñera, pretenda encargarse directamente de las riendas del país.
Tanto se han debilitado la política y el Estado que, en vez de servir para compensar las desigualdades que caracterizan a nuestro país, se han convertido en instrumentos de ampliación del poder económico. Ha llegado la hora de sanear la política y reivindicar el rol del Estado. Es probable eso sea posible gracias a esa juventud que busca caminos alternativos frente a los administradores de la transición.
La pasión irrefrenable de Piñera por el dinero pone en duda su voluntad efectiva para separar la política de los negocios, lo que cuestiona su transparencia para presidir los destinos de Chile. Las dudas se multiplican cuando un empresario rentista, convertido en político, renuncia a someterse a los mismos patrones éticos de todos los chilenos.