En los años sesenta, la atleta se convirtió en una líder por la igualdad racial y los derechos laborales a la que el régimen militar persiguió y condenó al olvido.
«Durante la dictadura no podíamos hablar mucho, pero Irenice era contestataria. Contestaba siempre», recuerda su compañero de entrenamientos.
El documental Procura-se Irenice, estrenado en la Muestra Internacional de Cine de Palencia, recupera las hazañas de esta luchadora olvidada.
Por Víctor David López para Desalambre
Irenice Maria Rodrigues es considerada una de las mejores atletas latinoamericanas de su generación, la de mediados de los años sesenta. Pero de nada sirvieron sus medallas y sus récords en un Brasil sumido en plena dictadura militar (1964-1985). Su militancia, su pertenencia a los movimientos huelguistas y antifascistas, su clase social y su color de piel incomodaban a las autoridades del régimen, denuncia un reciente documental. La relegaron al olvido.
La leyenda de Irenice, campeona y plusmarquista suramericana de 400 y 800 metros, se está reconstruyendo en su país natal gracias al filme Procura-se Irenice (‘Se busca a Irenice’), estrenado en la Muestra Internacional de Cine de Palencia. La cinta, dirigida por Marco Escrivão y Thiago B. Mendonça, se centra en las represalias de los estamentos deportivos de la época, dirigidos por militares, contra el creciente liderazgo de una estrella mujer, pobre y negra, así como su polémica expulsión de la delegación brasileña en los Juegos Olímpicos de México en 1968, tras ser acusada de haber agredido a una compañera.
La voz de esta deportista nacida en Itabirito (estado de Minas Gerais), siempre sobresalía por encima del resto. Pasó los mejores años de su vida en Río de Janeiro, donde formó parte de los más laureados clubes cariocas. Y, a pesar del clima militarizado, siempre luchó por los derechos de los deportistas, desde los más básicos –como las equipaciones, el alojamiento o el pago de las dietas–, hasta los más universales, como la igualdad racial y la justicia laboral.
«Sentía que el club estaba fallando en el apoyo que debería dar a sus atletas», comentaba de su época en el equipo Botafogo. «Nunca me olvidaré de que el día en el que conquistamos el tricampeonato, no había ningún director en la sede para felicitarnos», apuntaba.
El poder de movilización que acumulaba Irenice provocó que tanto las autoridades del régimen como los clubes fueran retirando poco a poco los mínimos detalles que tenían con ella y sus compañeros. Sin embargo, Irenice no perdía la ocasión de denunciarlo en público, lo que aumentaba su fama de rebelde. «Poco después llegaron a quitarnos hasta el almuerzo tras los entrenamientos, que ya era tradición», criticaba.
El comportamiento, la filosofía y la actitud de la atleta estaba en la onda de aquel momento histórico, 1968, el año del mayo francés, la primavera de Praga, las revueltas estudiantiles en México DF previas a los Juegos y el black power, la p rotesta por los derechos civiles de las personas negras en EEUU que tomó el podio de las Olimpiadas.
Cuando tuvieron lugar estos dos últimos hitos –las protestas universitarias del 2 de octubre que acabaron en masacre por parte del Gobierno y el Ejército mexicano y el gesto del ‘poder negro’ de los estadounidenses Tommie Smith y John Carlos –, Irenice ya estaba de vuelta a Brasil: los militares habían aprovechado la primera excusa para cerrarle el paso a la gloria.
Expulsada de la delegación olímpica brasileña
La atleta mineira llegó a los Juegos Olímpicos de México en el punto de mira de las autoridades por sus manifestaciones y sus convocatorias de huelgas. Suspendida temporalmente por indisciplina en alguno de sus clubes, llegó a competir por libre en campeonatos internacionales.
El 30 de septiembre de 1968, la velocista se vio inmersa en una disputa que le arruinó la vida cuando una discusión terminó en su expulsión tras ser acusada de haber agredido a una compañera. Ella siempre sostuvo que estaba convenciendo al personal de seguridad del estadio donde entrenaban para que su compañero Nélson Prudêncio pudiera practicar su triple salto, aunque estaban fuera del horario establecido. Cuando ya casi había logrado su objetivo, asegura, su compañera de delegación, Maria Conceição Cipriano, intervino acusando a Prudêncio de haberse saltado los controles de la instalación, y ambas comenzaron a discutir.
La noticia que firmaba aquel día Camel Rufaiel, enviado especial del diario O Globo a México DF, decía: «Irenice regresa y Brasil pierde una esperanza». En el cuerpo del artículo, escribió: «A su regreso, Irenice dice que fue la agredida y no la agresora de Conceição. La desvinculación de la atleta brasileña Irenice Maria Rodrigues de la delegación brasileña, determinada por el presidente del Comité Olímpico Brasileño, (…) acabó prácticamente con las oportunidades de Brasil de conseguir una clasificación en la prueba de los 400 metros lisos de atletismo».
«Irenice explica la pelea», decía otro de los titulares en la prensa brasileña. «Ningún dirigente estaba esperando a Irenice Maria Rodrigues cuando ayer regresó de México después de ser apartada de la delegación brasileña de los Juegos Olímpicos». Según ella, el jefe de la delegación olímpica conoció su versión de primera mano. «Incluso le enseñé los chichones que Maria Cipriano me hizo en la cabeza, esperando que el asunto fuese cerrado con una advertencia, cuando me sorprendieron con esta expulsión de la delegación», explicó.
«Si hubiese habido buena voluntad se podría haber solucionado todo lo ocurrido en México. Ya habían sucedido cosas incluso más desagradables otras veces sin que se adoptaran medidas como las que se adoptaron conmigo», cuenta la propia Irenice en el documental.
«Se busca a Irenice»
Hoy todo indica que los militares lograron finalmente, de manera sutil, zancadillear a la campeona. A partir de entonces, Irenice fue de sanción en sanción. Y cuando no estaba sancionada, seguía al frente de la lucha por el progreso en las condiciones de los atletas. Ya a principios de los setenta, en Lima, en un acto de protesta contra el sistema establecido salió andando en una de las carreras, junto a Silvina Pereira.
«La Confederación Brasileña de Deportes acusa a Irenice y a Silvina de no querer competir», titulaba O Globo entonces. «Nuestro pobre atletismo, que hasta hoy ha vivido de los resultados de algunos deportistas excepcionales (Ademar Ferreira, José Teles, Nélson Prudêncio), finalmente ha encontrado la manera de corregir el paso: mano dura para todos los atletas», añadía.
Esa «mano dura» hizo el resto. Cuando se propuso competir por libre y ganaba y establecía records, la organización de las competiciones no la tenía en cuenta en los resultados oficiales. Sus éxitos se desvanecieron de los libros y las pocas veces que su nombre aparece viene acompañado de un asterisco. Por indisciplinada.
Escrivão y Mendonça, de la productora Memoria Viva y directores del documental, se toparon con un vacío informativo tan enorme respecto a la vida personal y profesional de Irenice que, para poder concluir los trabajos de documentación, tuvieron que recurrir a radios locales para hacer un llamamiento con el fin de localizar, si era posible, a familiares de la atleta que pudieran aportar algún dato.
«La época era difícil», recuerda Carlos Lancetta, su compañero de entrenamientos. «Durante la dictadura militar no podíamos hablar mucho, pero Irenice era contestataria. Contestaba siempre». Cuando falleció, en 1981 en un accidente de moto –según la versión oficial–, la dictadura aún estaba allí. En su lápida no hay ninguna identificación, para evitar males mayores, por decisión de sus más allegados. «A Irenice no le importaba lo que pensaran los demás respecto de su persona, su figura y su raza. Ella era auténtica», concluye en el vídeo, más de 30 años después, su familia de Itabirito.