Crímenes de Lesa Humanidad: entrevista a Dora Seguel.
Newenken, territorio mapuche.- “Hay que estar cada día diciéndote a vos misma: ‘no van a poder conmigo, no les voy a permitir que me arruinen la vida’. ¡Es difícil salir de eso! ¡No es fácil! Por ahí vas de ‘diez’. Vas en patinetpa por la vida, con el viento en la cara. Todo rosa y perfumes de primavera. Y de repente la cosa más insignificante te trae recuerdos. Yo mucho tiempo no soporté que me hablaran al oído. ¡Me ponía histérica! ¡Porque ellos me hablaban al oído!” Dora Seguel, es sobreviviente de la última dictadura cívico militar en la Argentina y víctima de delitos sexuales por parte de la policía de Cutral Co (Kvtral Ko: fuego de agua, en lengua mapuche) y las fuerzas represivas de Bahía Blanca. Su testimonio nos permite indagar un poco más cómo permanece en el cuerpo de la víctima el daño producido a través de un abuso sexual, y cómo este daño trasciende –como si se tratará de un gen colonizador– a otros espacios y cuerpos, siempre con un único y determinante fin: “no vas a servir para nada, no vas a poder volver a mirar a nadie a los ojos. No sos nada, sos una mierda”.
“En los campos de concentración de la Marina, el sometimiento sexual de las mujeres era síntoma de ‘recuperación’. Dejar de desear intimidad sólo con sus compañeros, con quienes tenían afinidad ideológica, similares valores y un compromiso con la militancia política y hasta con la lucha armada, para acceder a una ‘relación’ o un contacto físico sexual con los oficiales del grupo de tareas implicaba una ‘recuperación’ de los valores occidentales y cristianos.
“Putas y guerrilleras” – Miriam Lewin y Olga Wornat.
Miércoles 24 de mayo de 2017, 19: 13 hs.
Con Dora nos debíamos encontrar en Cutral Co. “Es importante que podamos documentar la ciudad y su lógica como ciudad petrolera y conservadora. Por alguna razón o por muchas, las referencias más directas que tenemos son los casos y escenarios de Buenos Aires, donde posiblemente los victimarios eran seres anónimos. En esta clase de ciudades (chicas) de las provincias del país, todos se conocen.” Aunque en Neuquén los juicios se vienen realizando hace un par de años (2008), aún resulta complejo reflexionar sobre los Delitos de Lesa Humanidad en contextos tan reducidos como fueron las ciudades pequeñas de las provincias. Dora, sus hermanas y el padre de ellas conocían a los victimarios y cómplices que las marcaron y secuestraron. “Yo vivía a una cuadra y media de la comisaría, o sea que yo cruzaba todo el tiempo por ahí.”
Finalmente con Dora Seguel nos reunimos en Neuquén, en un teatro llamado Ámbito Histrión. Pedimos dos cafés y charlamos por más de una hora, mientras de fondo se escuchaba a Charly (García) y un grupo de poetas habitúes del espacio, que reunidos alrededor de una mesa, debatían ideas y consignas literarias. Dora tiene una armonía particular en su voz y en su relato, como si nada de lo que le ocurrió le hubiese ocurrido. Dora se ríe. Tiene una risa sincera que logro capturar mientras preparo la cámara. Dora mira hacia la sala que es pequeña, toma su café. Yo acomodo la cámara en el trípode, bien cerca de ella. Hay poca luz, y dentro del café circulan personas que entran y salen. Necesito captar las frases de Dora, como necesito captar su sonrisa. Estoy en esas épocas en la que ya no tengo más memoria virtual. Las he ocupado todas: las de la cámara, las de la computadora, inclusive he usado las del grabador de voz y el celular. ¡Las condiciones de producción no son las esperables! ¡Casi nunca lo son! Pero es necesario no posponer más este encuentro. La segunda parte seguro la realizaremos en Cutral Co, recorriendo el barrio donde se crió Dora, y en el que aún vive, pese a todo. “Tenés que decirte todos los días: no van a poder conmigo”. Con esta frase comenzamos a hablar.
La famosa comisaría de Cutral Co y la canción de cumbia
“Mi papá era enfermo alcohólico. Entonces había días en que tenía mucha agresión. Se tornaba muy agresivo. Era imposible tranquilizarlo, entonces teníamos que recurrir a la comisaría. O sea que yo me crié con una imagen de ellos como salvadores, porque venían, se lo llevaban, lo detenían por unas horas a mi papá. Y luego él volvía. ¡Ellos nos rescataban de esa violencia familiar! Mi papá los conocía a todos, y nosotras, por lo tanto, conocíamos la comisaría por ir, no te digo dos por tres, pero sí una vez al mes alguna tenía que salir corriendo. Así que los conocíamos a los oficiales. En Cutral Co éramos las chicas de Seguel. Todo el mundo nos conocía”.
Y este hecho es significativo y debería ser significativo judicialmente. Había en las ciudades, específicamente en este caso y en este escenario, una “familiaridad comunitaria”,debido a que Cutral Co durante la década del 70’ era una ciudad muy pequeña, con pocos habitantes –aún sigue siendo una ciudad pequeña. Sin embargo la policía, según el relato de Dora, demostró apropiarse rápidamente de la impunidad que proponía la dictadura, para expresarlo durante el inicio del proceso, durante y luego de concluido. “Después que nos liberan, fue terrible. Nosotros seguimos viviendo en el mismo lugar. Yo vivo de donde vivía mi papá, a media cuadra. Quedé en el mismo barrio. Y era cruzarlos todos los días. ¡Todos los días! Y había uno que cantaba cada vez que me veía. Me seguía dos o tres cuadras y me cantaba. Y a veces hacía chistes machistas hablando de mi cuerpo, junto con algún otro oficial, ambos uniformados. Me cantaban una canción que estaba de moda en esa época, tipo cumbia: ‘sacate la ropita mi negra, sacate la ropita’, algo así decía el estribillo. Y bueno, me los banque hasta los 18. Donde me los encontraba empezaban de nuevo con lo mismo. Después se les pasó. Pero fue algo con lo que tuve que convivir hasta esa edad”.
Intentando buscar este tema musical que citó Dora, me encontré con que los autores pertenecen a una banda que se llama “Katunga” –que aún sigue haciendo música– y que entre los varios discos que grabaron, musicalizaron las películas “Así no hay cama que aguante” (Alberto Olmedo, Jorge Porcel, Moria Casán) y “El manosanta esta cargado” (Alberto Olmedo). Y estas implicaciones, entre actores y banda, no son casuales. Por un lado tanto Olmedo como Porcel participaron en la década del 70’ en películas donde se reivindicó la labor de las fuerzas militares en un tono jocoso: “Los colimbas se divierten”, por citar sólo una de estas películas. Así también fueron grandes difusores a través de sus películas –como líderes de opinión–, de la ideología de la cosificación, la misoginia y el machismo más rancio.
Pero el acoso callejero por parte de los policías (civiles) fue uno de los actos que Dora tuvo que padecer. También estuvo, como ya advertí, la decepción de tener que estar dentro de la comisaría y enterarse que la policía fue la que colaboró en todo. “Cuando pasa esto de la detención, que ahí mismo, en ese lugar, ellos que muchas veces nos rescataron de esa violencia (familiar), sean los que en el interrogatorio, cuando me hacen el ingreso en la comisaría, me insultan, me agredan, ¡fue terriblemente violento! Muy violento. Porque no es algo que yo esperaba. No de ellos. Sí de los militares, pero no de ellos. Porque me crié con esa imagen de la policía como servidor público. ¡Un grave error! Grave error porque ellos participaron directamente de las detenciones, dando direcciones, porque los demás no tenían ni idea donde vivíamos. Ellos aportaron esa información. Ellos eran los que señalaban casas, acompañaban las detenciones. A mí me saca de mi casa un oficial de la comisaría. Mi papá estaba en el celular, los reconoció a todos. Eso fue violento para nosotros. No sólo para mi, para mi papá por ejemplo, que los conocía. ¡Cómo ellos se atrevieron a participar de esa manera! ¿Podían negarse? Yo creo que sí, porque por algo se instalan en la comisaría de Cutral Co y no en la de Plaza (Huincul). Eso sí me pegó bastante. De la gendarmería que participó o de la Federal no, porque en Cutral Co no existe un destacamento de la Policía Federal ni de gendarmería. Entonces para mí eran todos anónimos. Todos extraños. Esperamos de ellos lo que hicieron”.
La tres hermanas, la presencia de las mujeres en la calle y el silencio
“Mi participación en la militancia fue escasa”, afirma Dora y justifica: “yo empecé al principio del 75’, y me estaba preparando, leyendo mucho. Aprendiendo a hacer una lectura profunda de lo que eran las noticias. Era religioso leer el diario en mi casa por mi papá, pero aparte ahora lo hacía desde otro punto, desde otra perspectiva. Y más todo lo que era la lectura compartida con los compañeros. En esa época no se veían mujeres en la lucha de las calles. ¡Veías hombres! Veías hombres en las huelgas, en las manifestaciones. Principalmente hombres, más en una zona petrolera. Así que mi participación fue bastante escasa, más bien fue un crecimiento propio dentro de la militancia. Fue profundo en términos de convicciones. ¡Yo sabía!. No es que por snob me metí y decía ‘bueno leo esto’… Fue una decisión compartida; lo decidimos las tres. Mi hermana mayor ya estaba militando desde antes. Realmente para mi fue la mejor decisión de mi vida”.
Y el caso de Dora no es menor, rompe con varios paradigmas o está enmarcado en varios paradigmas discutidos en la actualidad. Se trata de tres hermanas que osaban militar en una ciudad conservadora, machista y petrolera. Una ciudad atravesada por los dólares, el negocio extractivo, los prostíbulos y la cocaína. Desde el momento en que uno ingresa en esta ciudad puede percibir que existe un submundo paralelo que se ejecuta en la soledad del anonimato; pero un submundo que se sirve a su vez de la corrupción existente dentro de las instituciones del Estado. Policías, jueces, abogados y médicos conviven –cuando no son los verdugos– con las consecuencias de la trata, los femicidios, los accidentes cerebrovasculares (ACV) y el cáncer –producto del consumo de cocaína y la presencia de torres de petróleo cerca de la ciudad. Es imposible no pensar en la trata cuando se habla de violaciones en Cutral Co y la zona petrolera de la región mal llamada patagónica. Y este no es un intento para igualar o colocar al mismo nivel las violaciones que se ejecutan en los prostíbulos que cubren el territorio con explotaciones extractivas, con las violaciones ocurridas dentro de los distintos centros de detención ilegales que funcionaron dentro de la última dictadura cívico militar en la Argentina; mucho menos se trata de hacer una balanza para ver cuál pesa más o cuál es más nociva que la otra. Ambos casos son diferentes, se ejecutan/ron en diferentes contextos y escenarios. Pero podríamos decir que existe una continuación de algunas prácticas propias de la dictadura en la actualidad, y que se profundizan en ciudades en donde la presencia de los medios de comunicación están reducido al mínimo. Se crea entonces un silencio atónito que recae siempre sobre los perseguidos de la historia: la clase pobre y los descendientes de los pueblos originarios que aún resisten en el territorio y en la oscuridad de las periferias urbanas. La ciudad del gas y el agua de fuego no tiene luz en sus calles, y como mecanismo de defensa sus habitantes han aprendido, como muchos ciudadanos de muchas ciudades de la provincia de Neuquén, a reproducir la cultura de la opresión y la tortura. Viven las violencias como un mal que no les incumbe, pero dependiendo el caso no dudan en señalar y crear falsas teorías y prejuicios sobre las víctimas, estigmatizándolas, persiguiendo y hasta apoyando la posibilidad de que éstas sean judicializadas.
“Vuelve a salir todo a la luz cuando yo declaro en el 2008, en Bahía Blanca, en donde hago la primera declaración ante un tribunal. Y ahí sí pude ver la visión de los demás. ¡Fue terrible! Porque yo fui, declaré en Bahía y volví, pero salió en los diarios. Entonces cuando yo llego me encontré con gente que agachaba la cabeza en la calle para no verme a la cara. Yo no sé si era ‘¡ésta en que habrá andado!’ y otra vez el estigma. Porque antes era por miedo que no te saludaban o los que se cruzaban de vereda, pero ahora en el 2008 ya no podía ser por miedo. Entonces entran los prejuicios: ‘¡ésta en que habrá andado que le pasó eso!’. O de repente querer consolarte… esos abrazos en los que perdías la posibilidad de poder respirar, porque eran esas ganas de contener tantos años de silencio. Las dos cosas eran fuertes. Ahora ya no, ahora mejor. Fue bueno poder declararlo, poder decirlo y que se visualice, pero así y todo muchos detenidos y detenidas no han denunciado la violación. ¡Es mucho el dolor! Pero yo no se los voy a perdonar. Porque si yo me callo, entro en el juego de ellos: ‘de esto no se habla’, como me dijeron a mí. ¡De esto sí se habla, porque es un delito! Y un delito que no era para hacerme hablar, ni para ayudar al interrogatorio, buscaban aniquilarme como ser humano”.
En las ciudades de la provincia de Neuquén, como en el resto del país, hay signos significativamente exacerbados que denotan el apoyo (presente y reconocido) a las acciones cometidas durante la última dictadura militar. Además los ciudadanos de estas ciudades buscan hasta el hartazgo el lugar y las dádivas del ser petrolero; se premia la vida individual y consumista, mientras que se criminaliza la labor militante, el trabajo comunitario y las consignas contemporáneas sobre, por ejemplo, el aborto legal, seguro y gratuito, la violencia de género o la criminalización de la protesta social; es decir, prácticas y consignas que puedan colocar en riesgo el status quo de la noción de familia y comunidad impuestas en la sociedad. Y el lector se preguntará, ¿es necesaria esta caracterización? Entiendo que sí, principalmente porque los casos de Delitos de Lesa Humanidad ocurridos en la región de Neuquén no son los más difundidos, y en segundo lugar, porque estos escenarios, atravesados drásticamente por las economías extractivas, fueron –y siguen siendo– los escenarios donde se ejecutó la Campaña Expedicionaria del Desierto, un genocidio que aún no ha tenido el juicio correspondiente-; el mismo escenario en el que el Ministro de Educación de la Nación Esteban Bullrich se animó a decir: “esta es la nueva Campaña del Desierto, pero no de la espada sino de la educación”, en referencia al “aniversario” por los 200 años de la independencia argentina, pero dando a entender también que los tiempos cambian, que el proyecto (invasor) sigue siendo el mismo pero actualizado, adaptado, edulcorado. Las implicancias y relaciones entre el genocidio sobre el pueblo mapuche ejecutado a partir de 1879, las víctimas de la última dictadura militar cívico militar que operaron en la mal llamada Patagonia argentina y el escenario en donde se expande en la actualidad el negocio extractivo, deben ser materia de análisis y de articulación. Y por ninguna razón el análisis de un escenario debería omitir o suprimir a otro. Pensemos que por ejemplo la familia Martínez de Hoz, estuvo presente tanto en el genocidio mapuche como en la última dictadura militar, obteniendo como “recompensa” tierras en la parte sur del país.
Dentro del teatro siguen circulando personas de forma silenciosa y respetuosa. Las oscuridad de la noche llega hasta las mesas. Necesitamos de mucha luz, aunque con Dora logramos concretar un pequeño mundo confidente. Ella se emociona en repetidas ocasiones, yo atino a cambiar la cámara de lugar. Sigo retratando su entereza, su dignidad y fortaleza. Por supuesto, luego de esta entrevista uno ya no es el mismo. “Cuando estábamos dentro del furgón yo sentía los golpes, sabía que estaba siendo violada, pero tenía que resistir porque sabía que eso le podía pasar a otra persona”.Dora fue violada, primero en un furgón de la policía, en Cutral Co. Luego en una celda individual de Bahía Blanca. Pero nunca lo confesó ni siquiera a su hermana que también había sido secuestrada. Y a su vez su hermana nunca se le confesó a ella que también había sido abusada. “Cuando nos liberan ninguna de las dos hermanas hablamos al ver la realidad que había en mi casa: mi mamá destruida, mi papá sosteniendo como podía la situación. Les dijimos que nos habían cacheteado, que nos habían golpeado, pero no contamos la violación. No contamos nada hasta en el 78’; nos enteramos que venían de la ONU (Organización de las Naciones Unidas) y que se iba a poder blanquear todo esto y sacar al exterior. Y es ahí cuando agarro a mi hermana y le digo: ‘mira, a mí me paso esto’. Y ella me respondió: ‘yo te notaba tan cambiada. ¿Cómo no me contaste?’ Y a ella también le habían hecho lo mismo. Y era una forma de protegerla también. Aparte nos faltaba Arlene. Ante la ausencia de ella, lo nuestro pasó a un segundo plano. Y seguimos adelante gracias a Dios. No nos quedamos en el dolor. Seguimos luchando. Y no es que dejó de doler. Lo dejamos a un lado. Entonces continuamos con eso. Y es ahí que se enteraron mi papá y mi mamá. No mis hermanos. Pero es a partir de ahí que mis padres pueden ir a hacer las denuncias a Buenos Aires. Yo no fui.”
La continuación del daño permanece en el cuerpo de la víctima y se extiende, como un gen colono, sobre nuevos cuerpos y espacios
“Como estábamos en un partido clandestino, yo no conocía a las compañeras y las compañeras no me conocían a mi. Yo recién ahí (2008) empecé a interactuar y conocer en los juicios. Y cuando comenzamos a hablar y pudimos compartir: ‘y vos estabas en aquel, y yo en este’. Se de compañeras que no han podido formar una familia, no pudieron hacerse cargo de sus hijos, porque tuvieron hijos, pero el sólo hecho de verlos les traía recuerdos y no pudieron afrontar esa situación. Hay que estar diciendote cada día: ‘no van a poder conmigo, no me van a quitar la vida”.
¿Cuántos espacios e hijos fueron invadidos por el daño que padecieron sus madres y padres –porque los hombres también fueron víctimas de violaciones y abusos? ¿Cuánto silencio, dolor produjo el daño ocasionado? ¿Cuántas personas en la sociedad fueron atravesadas por un inmutable silencio paralizante que incapacita hasta trascender el tiempo y los espacios? ¿Cuántas de nuestras abuelas fueron víctimas de violación dentro de los campos de concentración mapuche y en las distintas estancias donde fueron entregadas como mano de obra esclava? ¿Cuántas de estas mujeres transitaron sus vidas con nombres e identidades cambiadas? ¿Dónde están las hijas y nietas de estas abuelas?
En otro contexto, y escenario –aunque cercano a la red de prostíbulos existente en la región petrolífera– instalados en la mal llamada Patagonia argentina, Alika Kinan, sobreviviente de la trata con fines de explotación sexual, señala: “mi psicóloga no sólo me confirmó que para el delito de violación no hay reparación, sino que mis hijas muy pronto también deberán comenzar un tratamiento”.
“Es por eso que de esto hay que hablar, es por eso que yo pedí que fuera tenido en cuenta como Delito de Lesa Humanidad”, afirma Dora.
El daño producido sobre las víctimas de Delitos Sexuales trasciende el escenario del crimen, trasciende el cuerpo de la víctima, incluso también trasciende el tiempo y el momento histórico en el que fue producido.