Por más que se intente minimizar el rol jugado por Agustín Edwards en su calidad de dueño de la cadena de medios de comunicación escritos encabezada por El Mercurio, es un dato de la causa que su influencia en el devenir nacional chileno no se puede soslayar.
En la primera parte de este análisis se enfatizó su incidencia en la formación de economistas, que promovió con singular entusiasmo abriéndoles espacio en sus columnas para que difundieran las ideas del neoliberalismo. Estos economistas, formados inicialmente en la Universidad Católica, y posteriormente en la Escuela de Chicago de la mano de Milton Friedman, debieran estar prendiéndole velas ahora a Agustín.
Pero no bastaba la difusión del ideario neoliberal, además era preciso conquistar el poder político para que las empresas pudieran desenvolverse sin las ataduras que imponía un sistema donde el poder sindical se fortalecía, inhibiendo la libertad de actuación de los dueños del capital.
El respaldo a la candidatura de Alessandri en 1970 apuntaba en esta dirección. Su derrota ante Allende forzó a activar un primer plan conducente a impedir su proclamación. La constitución de entonces estipulaba que si ninguno de los candidatos obtenía la mayoría absoluta, el Congreso Nacional en pleno –diputados y senadores- debía optar por una de las dos primeras mayorías. En esos tiempos no existía la segunda vuelta electoral. En consecuencia, la decisión estaba en manos de los congresistas. Las presiones, desde la cadena mercurial comandada por Edwards, no se hicieron esperar.
No era primera vez que ninguno de los candidatos presidenciales había logrado la mayoría absoluta, y la tradición señalaba que el Congreso avalaba la primera mayoría que había emergido de las urnas. Sin embargo, en esta oportunidad, la derecha, de la mano de Agustín y sus medios de comunicación, se la jugaron para que las cámaras se inclinaran a favor de la segunda preferencia, Jorge Alessandri.
Las presiones sobre los congresistas demócratacristianos no se hicieron esperar. Para tentarlos se les aseguró que una vez proclamado Alessandri, éste renunciaría para convocar a nuevas elecciones, en las que se podría presentar el mismísimo Presidente saliente, Eduardo Frei Montalva. Opción que se encontraba inserta en la legalidad vigente, pero era políticamente impresentable.
La idea de que asumiera Allende, un socialista marxista, quitaba el sueño al director de El Mercurio y sus boys. Desde sus páginas encabezó la cruzada aludiendo a la necesidad de defender la democracia y las libertades que veían amenazadas. La bancada demócratacristiana, no obstante estas presiones, resistió la oferta de la derecha y resolvió respetar la voluntad ciudadana mayoritaria expresada en las urnas.
En este contexto, el general Schneider, comandante en jefe del Ejército, consultado una y otra vez por la conducta que adoptarían las FFAA, sostiene firmemente que el Ejército respetaría la legalidad vigente y que, por tanto, acataría la resolución del Congreso.
En su desesperación, un comando de derecha, resolvió secuestrar al general Schneider, como una forma de impedir la proclamación de Allende por parte de los parlamentarios. El secuestro, fallido, culmina con la muerte del general, fracasando la intentona por evitar que Allende asumiera la primera magistratura.
Si se le consultara a Agustín cuál fue el mayor fracaso en su vida, lo más probable es que su respuesta sería del siguiente tenor “no haber podido evitar que Allende condujera los destinos del país”. Y si se le preguntara cuál fue el mayor éxito de su vida, la respuesta sería “haber logrado derrocar a Allende de la mano del innombrable para instalar un modelo político, económico y social que ni sus más feroces adversarios han podido desmantelar”.
Con estos antecedentes, no cabe duda que no faltarán quienes inicien gestiones conducentes a su canonización por los servicios prestados y quienes escucharán su voz proveniente del más allá.