Por Patricio Zamorano
Trump está más solo que nunca. Quien sabe cuál es la visión desde el planeta, pero el Trump real se percibe un poco más de cerca desde las calles de Washington DC. Un Trump que navega políticamente solitario, pese a las legiones de allegados a su poder que lo acompañan en cada segundo de su existencia. También aparece solitario en su conducta de redes sociales: uno puede imaginárselo inmensamente solo con sus fantasmas (es extremadamente obsesivo con su imagen pública), en el silencio de las 3 de la madrugada, hora en que se enfrasca con sus enemigos políticos desde su cuenta de Twitter.
¿Qué sentirá la personalidad narcisista de Trump al ver el resultado de sus primeros 3 meses en la realidad fría de las encuestas? El presidente-millonario enfrenta la humillación de ser el peor presidente evaluado durante la “luna de miel” tras las elecciones. Según la reciente encuesta de NBC/Wall Street Journal, Trump tiene un 55% de desaprobación, y sólo un 40% de aprobación, la peor cifra en la historia de ese sondeo. Hay que aclarar que el Wall Street Journal es un diario conservador cuya línea editorial representa muchos de los valores de Trump, para aquietar el juicio de quienes creen que hay manipulación editorial en estos resultados. Lo más clarificador: sólo un 25% de los encuestados concuerda en que Trump es “honesto y confiable”. Muy por debajo del porcentaje comparativo que votó por él (un poco más del 46% del voto popular, y valga el dato, por debajo de Hillary Clinton, quien ganó con un 48% de los votantes reales).
Trump se autopercibe como un guerrero en permanente monólogo, como un lobo solitario enfrentado al mundo, que quiere morder, aniquilar, conquistar, pero donde las presas, advertidas desde hace más de un año de campaña electoral muy directa, cruda y simplista en mensajes, se han encapsulado en un aura protectora. Han fortalecido una defensa que es al mismo tiempo un ataque permanente a cualquiera de sus iniciativas polémicas. Incluso desde su propio Partido Republicano. Soledad política frente a su propio partido.
Mayoría de derecha, que no le sirve
Se cumplen 100 días de gobierno, esa fatídica cifra que da más riesgos que éxitos. ¿Por qué los políticos insisten en promover en sus campañas un factor de suicidio político como ese? Varios asesores comunicacionales deberían ser despedidos inmediatamente.
En 100 días Trump ha roto los rituales habituales del poder, no hay duda. Pero como pasa en todos los temas de imagen, ese quiebre tiene una contracara que puede resultar más costosa que los resultados de corto plazo. Primero, Trump, como pocos en la historia, tiene todo un Congreso de mayoría republicana, controla el Senado, controla la Casa de Representantes (diputados), logró una mayoría conservadora en la Corte Suprema con el nombramiento polémico de Neil Gorsuch (los republicanos no respetaron el quórum tradicional y lo aprobaron “a la fuerza”), y también controla toda la estructura del gobierno federal y las agencias. Al otro lado de la balanza, Trump no controla los medios de comunicación, no controla la expresión callejera, no controla las encuestas, no controla el presupuesto nacional.
En este juego de ecuaciones, ¿cuál es el saldo tras 100 días caóticos? Fracaso tras fracaso en el plano legislativo. No le ha servido absolutamente de nada la mayoría republicana. El punto más simbólico de unión de la derecha estadounidense, el sinsentido de destruir el sistema subsidiado de salud creado por Obama, de manera increíble ni siquiera pudo llegar a ser votado. Y eso es lo único que ha estado siquiera cerca de ser tratado en el Congreso, pues ni hablar de la reforma tributaria, recién en pañales, ni la reforma migratoria, ni ninguno de los cambios fundamentales que anunció con bombos y platillos en sus discursos electorales.
Avance de gobierno “a dedo”
Todo lo que ha podido avanzar ha sido por decreto, a dedo. Pero en esa área, las dos medidas más fundamentales de su agenda conservadora han sido detenidas dramáticamente por las cortes. Sus dos decretos consecutivos que pretendían prohibir la entrada de visitantes, turistas y refugiados de siete países musulmanes, ya han sido dejados sin efecto dos veces. El decreto que lanzó para eliminar los fondos a las ciudades “santuario” que no colaboren en el arresto y deportación de inmigrantes indocumentados, también fue detenido por las cortes de justicia, por ser considerado inconstitucional.
Ha tenido éxitos, sin embargo. En una medida magistral, en el momento más cúlmine del escándalo de su cercanía con el enemigo número uno de EEUU, Rusia, decidió apretar el botón rojo y bombardear Siria y Afganistán. La opinión pública se desvió inmediatamente. En ese acto, rompió una de sus mayores promesas de campaña (no involucrar a EEUU en Siria) y le dio la razón a una de las personas que más critica (se cansó de atosigar a Obama y su estrategia de guerra en esa zona del Medio Oriente).
En lo económico, las cifras positivas son resultado de la tendencia que venía ya establecida desde antes de su presidencia. Por lo tanto, no puede obtener crédito de ellas. El desempleo estaba y está bajo control, y el país va en franca recuperación, con o sin Trump.
El oscuro vínculo ruso
Pese al tiempo que ganó con los bombardeos, el escándalo Rusia-Trump sigue avanzando inexorablemente. Esta semana, congresistas incluso republicanos han aumentado la presión, descubriendo que el ex general Michael Flynn aceptó dinero de organizaciones rusas, un crimen que se paga con varios años de cárcel. El escándalo ya está tocando al yerno de Trump, Jared Kushner, que se une a la larga lista de asesores que tendieron lazos políticos con el gobierno de Putin. En este caso, con un banco que está bajo las sanciones de EEUU, en momentos en que el gobierno de EEUU a manos de Obama ejercía esas sanciones contra Rusia por su expansionismo militar en Ucrania y el asesinato de opositores.
En el “mundo Trump” de estos 100 días, América Latina casi no existe, excepto por las acciones lideradas por el senador republicano Marco Rubio, que lleva adelante informalmente la política exterior de la Presidencia hacia la región, especialmente contra Venezuela y Cuba.
Ha habido varias sorpresas en estos primeros 100 días que minimizan en cierta forma la imagen exitosa y poderosa que creó Trump durante la campaña. El principal mito destruido es su legendaria capacidad como “negociador”, que le ha permitido sobrevivir a múltiples demandas judiciales, negocios turbios y bancarrotas, pero que se ha mostrado totalmente ineficiente ante los congresistas de su propio partido.
Un vendedor profesional tratando de hacer política
Ha cometido errores garrafales también en lo comunicacional, que dejan en claro que su estilo se basa peligrosamente en la improvisación, en el instinto comercial (absolutamente no relacionado con el necesario espíritu político), y en la creencia de que enviando mensajes por Twitter o apareciendo en mítines aún de aire electoral le permitirán sobrevivir a las múltiples polémicas en que se encuentra. Su política comunicacional de choque y simplista de mensajes solamente ha logrado cimentar el porcentaje duro de sus seguidores, pero no lo ha hecho crecer ni siquiera un punto entre los independientes y no convencidos. Al contrario, las encuestas demuestran que está perdiendo ex votantes al ritmo de sus polémicas.
Un resumen “eterno” de escándalos
La verdad es que la cantidad de mini-escándalos en estos 100 días, la mayoría de una ingenuidad pasmosa, supera varias veces la cantidad de páginas de este análisis.
Resumen mínimo: ha usado su cuenta de Twitter para defender los negocios de su hija Ivanka, y no despidió a su asesora Kellyanne Conway por hacer lo mismo en televisión; promovió su club privado en Florida a través de un sitio web manejado por el Departamento de Estado; defendió al conductor de televisión estrella de Fox News, Bill O’Reilly, acusado de acoso sexual por decenas de mujeres y despedido hace pocos días; ofendió al gobierno de Australia por el tema de los refugiados sirios; acusó falsamente a Obama de infiltrar electrónicamente la Torre Trump; ha puesto a ex agentes de “lobby” a cargo de las mismas agencias a las que solían presionar para hacer negocios; ha dejado fuera del Consejo de Seguridad Nacional a militares de alto rango; el nuevo secretario de Salud Tom Price está siendo investigado por haber transado acciones de bolsa usando información privilegiada en compañías… ¡de salud!; golpeó hasta el cansancio a todos los medios de comunicación por un año con el mensaje de que eliminaría el NAFTA, que reclamaría a China por su política monetaria “manipuladora”, y calificando a la OTAN como obsoleta. En un cambio escandaloso de puntos fundamentales de su campaña electoral, ahora dice que “reestudiará” el NAFTA, no le dijo nada al presidente chino Xi Jinping cuando se reunió con él, llamando a eliminar del léxico la frase “manipulación cambiaria”, y en una voltereta “trumpera” que se hace más típica cada día, ahora llama a la OTAN “relevante”. Un dolor de cabeza para sus asesores de imagen.
Los escándalos en la era Trump surgen diariamente, en una explosión picante para los sentidos. Cien días delirantes, profundamente excéntricos, con costos concretos (las bombas en Siria y Afganistán sirvieron de advertencia de fuego contra Corea del Norte que se ha crispado como un gato amenazado, sentado sobre un fuerte arsenal nuclear), y con el drama humano de miles de inmigrantes que están siendo cazados en las ciudades de EEUU. Trump, con sus decisiones contradictorias, su desdén por las normas éticas que gobiernan la oficina presidencial, sus conexiones secretas con el gobierno ruso, el misterio profundamente sospechoso de las declaraciones de impuestos que se niega a publicar… Trump es lo que más se parece a esos generales bananeros de la América Latina clásica de mediados del siglo XX, encerrados en su propio laberinto de poder, profundamente solos pese a las hordas de aduladores que pululan soñando con capturar por lo menos una brizna de su poderío. Cuando llegue la debacle, cuando la Torre Trump se desplome por el peso de los escándalos como un castillo de naipes, la soledad quedará en evidencia como un duro golpe al ególatra más grande de las Américas.