Estamos gobernados por irresponsables o por cobardes, a menudo por ambos. Si fuera de otro modo, los pueblos no habrían padecido las dos guerras mundiales. Porque la guerra no es una fatalidad, aunque haya factores y actores que la impulsan.
Hace tres años que conmemoramos la guerra 1914-1918. La conmemoramos mecánicamente, porque la compasión se convirtió en un comportamiento de circunstancia. Conmemoramos sin consecuencia. ¿Dónde están los coloquios, los libros, los debates que debieran interrogar las causas de esta terrible carnicería que engendró una segunda aún más espantosa? ¿Dónde están los análisis de los errores políticos cometidos por los distintos gobiernos?
Estoy consternado por la facilidad con la que usamos la palabra “guerra”. Por cierto, el vocabulario guerrero que utilizan los políticos con frecuencia sirve muy bien al deseo de hacer creer que son hombres poseedores de orden y autoridad. Así hemos visto un candidato de las elecciones primarias del partido socialista preocupado por mostrar su imagen de jefe, afirmar sin risas que Trump le había “declarado la guerra a Europa”. ¿Y por qué no, ya que estamos, retomar los dichos de Churchill y anunciar sangre lágrimas?
Hay palabras que tendríamos que usar con cuentagotas, y esa que designa la peor de las calamidades, la guerra, es una de ellas. Hasta el terrorismo, que provoca tanto sufrimiento, no es en nada comparable a lo que es la guerra tal como la conocimos en sus dimensiones mundiales o como la que ocurrió en Vietnam y sigue ocurriendo en el Medio Oriente.
Y ya hemos visto las consecuencias catastróficas de los conflictos provocados por los aprendices de brujo que sumieron a Afganistán, Irak, Libia en el caos, que causaron centenares de miles de víctimas.
¿No es inquietante ver cómo creció la popularidad del jefe de Estado cada vez que se erigió en “jefe de guerra”?
El exceso en los dichos no es más que el arte de los bufones y de los payasos. ¿Acaso no son bufones y payasos, por lo demás bastante peligrosos, los que provocaron la peor de las calamidades? Bufones siniestros como Guillermo II, Hitler, Saddam Hussein, Gadafi; pero, frente a ellos, payasos peligrosos como Asquith y Viviani, Chamberlain y Paul Reynaud, G.W. Bush y Sarkozy.
El uso de un vocabulario belicista puede conducir a comportamientos consecuentes con ello. La paz se ha transformado en un verdadero tema de preocupación.