Seguramente pocos se habrán sorprendido por el reciente bombardeo sobre Siria ordenado por Trump. Si ya estábamos acostumbrados a la permanente intervención militar de USA en todo el planeta, con un bravucón como flamante presidente era previsible que el imperio decadente redoblara su apuesta. La excusa esta vez fue el criminal uso de armas químicas por parte de Assad, provocando la muerte de civiles. Para castigar tal crimen USA disparó sus misiles Tomahawk, asesinando a más civiles por supuesto, y tensando aún más la cuerda de las relaciones internacionales en un veloz retroceso hacia los tiempos de la guerra fría.
Pero no tendríamos que alarmarnos, porque tal como se nos enseñara en la escuela primaria, el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, creado después de la segunda guerra mundial para garantizar la paz en el mundo, se ocupará del tema…¡Cuánta hipocresía!
Una semana atrás tuve oportunidad de estar en New York para presentar el libro “Encrucijada y futuro del ser humano”, en el cual precisamente dedico un capítulo al tema de las Naciones Unidas y la contradicción de un Consejo de Seguridad controlado por los mayores productores de armas del mundo. También tuve oportunidad de ingresar a la sede de la ONU y presenciar las jornadas para el tratamiento del proyecto de prohibición de armas nucleares; encomiable intento apoyado por más de 130 países, aunque claro está, boicoteado por todas las potencias nucleares, por los países de la OTAN, y algunos otros cómplices de la hipócrita parodia del orden internacional, incluida la vergonzante negativa de Japón para apoyar este proyecto.
Quienes se rasgan las vestiduras cuando otros violan la prohibición del uso de armas químicas; quienes en reiteradas ocasiones han utilizado ese pretexto, con pruebas o sin ellas, para bombardear civiles e invadir países; al parecer no consideran que las ojivas nucleares también son armas de destrucción masiva, y por lo tanto no es necesario prohibirlas. Ponen como excusa la necesidad de la disuasión, ya que en ese selecto club nuclear siempre habrá algún díscolo que podría usar sus armas, y entonces los miembros más “responsables” del club lo disuadirían con su propio arsenal. Mientras tanto el resto del mundo debe convivir con la permanente espada de Damocles del exterminio global, sin saber en qué momento algún imbécil prepotente y criminal de cualquier bando desencadenará el desastre.
Es obviamente claro que las armas nucleares tampoco han servido para disuadir y evitar confrontaciones con armas convencionales, las que se han multiplicado en las últimas décadas, principalmente a instancias del bandolerismo de las potencias militares, y de los negociados del complejo militar-industrial-financiero. El terrorismo ha sido engendrado por ese mismo monstruo, y no será con más armamentismo que se detendrá la violencia.
La firma de un tratado de prohibición de armas nucleares será sumamente útil, aunque no lo apoyen las potencias armamentistas, porque pondrá más aún en evidencia la hipocresía de quienes pretenden manejar las Naciones Unidas a su antojo, y tal vez eso ayude a la concientización de las poblaciones, para que resten su apoyo a gobernantes belicistas, y no sigan siendo cómplices, ni de las bravuconadas de unos ni del seguidismo de otros.
Tampoco podemos dejar afuera del escenario de la hipocresía global a los medios de comunicación, que permanentemente sesgan la información demonizando la violencia de un solo bando, para así bendecir la “espada justiciera” del otro. Manipulan a la opinión pública para que algunas víctimas de la violencia aparezcan en toda su dimensión humana, provocando la repulsión y el rechazo generalizado hacia los victimarios; mientras que las víctimas del otro bando terminan siendo una simple estadística, un efecto colateral.
Hay que apoyar firmemente la iniciativa de prohibición de las armas nucleares, y tal vez en ese camino algún día se puedan prohibir todas las armas. Pero también habría que desplegar una fuerte campaña contra la hipocresía. La de los poderosos, la de los gobernantes, la de los intereses económicos. La de los criminales del terrorismo y de los ejércitos convencionales, que matan en nombre de la justicia y de la paz. La de los medios de comunicación que pretenden mostrarse como neutrales e independientes, mientras manipulan a la opinión pública al servicio de los intereses del poder. Pero también habrá que advertir sobre la cuota de hipocresía del ciudadano medio, que mientras no se siente afectado directamente, apoya explícitamente o por omisión a gobernantes que alimentan la violencia global; hasta que algún día la violencia le tocará de cerca, y entonces ya será demasiado tarde para reaccionar.
Por eso, antes de que sea demasiado tarde, reaccionemos frente a la violencia que hay afuera, pero también frente a la que hay dentro de cada uno, porque está en riesgo la especie humana, y frente a eso la indiferencia y la hipocresía también son armas de destrucción masiva.