Llegando a la redacción y, con mucho gusto, publicamos un comunicado de prensa de Francuccio y Michele Gesualdi, los estudiantes de la Escuela de Barbiana, que quiere ser una respuesta indirecta a quienes, en los últimos días, se aproximan groseramente Don Lorenzo Milani.
Este año, en el que se recuerda el quincuagésimo aniversario de su muerte, sentimos la necesidad de expresar lo que, a nuestra manera de ver, es la forma correcta de aproximarse a Don Lorenzo Milani, respetando su espíritu.
Creemos que, frente a una persona como él que ha dejado una huella en la historia, la única actitud correcta es entender lo que todavía tiene de importante para decirnos, asumiendo así nuestras responsabilidades. Es decir, preguntarnos cómo aplicar en nuestro tiempo su propuesta atemporal.
Don Lorenzo dedicó su vida a devolver la dignidad a los campesinos y trabajadores, que debido a la propia inferioridad cultural, fueron humillados, oprimidos y saqueados por los empresarios, terratenientes y todo tipo de especuladores.
Su dedicación a aquellos que el Papa Bergoglio define como «descartados», fue total. No queriendo nada más que el bien de sus alumnos, incluso su amor fue total. Hasta llegar a olvidarse de sí mismo. Aunque se crió en el ambiente de clase media rodeado de cultura, don Lorenzo no cultivó intereses personales, hizo lecturas para su propio placer, no estudiaba para su propia erudición. Vivía sólo para nosotros: leía con nosotros, escribía con nosotros, acogía a los huéspedes con nosotros. Con un objetivo: elevarnos culturalmente para vernos crecer libres. Él constantemente se preguntaba cómo podía dar respuesta al problema particular que presenta cada uno de nosotros. En particular, los más atrasados. Quería tan intensamente nuestro propio bien, que se vio obligado a admitir en su lecho de muerte: «Los he querido mucho más a ustedes que Dios.»
Teniendo un respeto sagrado por el tiempo, la gente y el pensamiento, detestaba la superficialidad, los juicios temerarios, hablar y escribir con el mismo fin, perseguido con el único propósito de dar a conocer la propia persona o para servir a los propios intereses. Él nos enseñó a usar el conocimiento para nuestra dignidad personal, de ejercer soberanía junto con otros, para hacer triunfar el bien común.
Concebía las ideas y experiencias como procesos colectivos de búsqueda de la verdad, no atribuibles a una persona en concreto. Por esta detestaba todas las formas de personalismo, tanto en la forma del culto a la personalidad como de la denigración. Convencido de que las ideas y experiencias son siempre el resultado de caminos colectivos, de encuentros entre personas, culturas, historias, su deseo era desaparecer como persona. La verdad no es propiedad privada de nadie, ni requiere méritos especiales para ser perseguida.
Frente a un hombre delante de este calibre, que ha demostrado ser auténtico hombre de Dios iluminado por el Evangelio, la única actitud posible es el respeto y la investigación minuciosa. Cada etiqueta lejana a él, que se atribuyen en frases dispersas y fuera de contexto, es un delito, no solo contra él, sino sobre todo contra la honestidad intelectual.
Francuccio y Michele Gesualdi
21 de abril de 2017