Gabriele del Grande, periodista independiente, blogger y autor de artículos también para Pressenza, finalmente fue puesto en libertad anoche. A las 10.15 aterrizó en el aeropuerto de Bolonia, Italia.
Para todos nosotros es una gran noticia; saber que está libre de nuevo, sabiendo que esta vez las cosas no han sido peores, nos consuela y nos da esperanza.
La liberación de Gabriele, que se celebra con gran entusiasmo y al mismo tiempo nos da la fuerza necesaria para llamar aún más la atención pública sobre el deterioro súbito y cresciente de las libertades personales y los derechos humanos.
La libertad de expresión y de buscar otras verdades, otros puntos de vista sobre lo que está sucediendo en el mundo que no son sólo aquellas publicadas por los grandes medios de comunicación, la libertad de ir directamente a verificar el estado de los derechos individuales, la libertad de ser informado, la libertad para que la información circule sin tener que arriesgar la vida, la tortura, la venganza, o en el mejor de los casos, la detención ilegal e injustificada, como fue para Gabriele.
Un vacío de la libertad, del derecho a la información, una brecha que en este momento preciso de la historia, con gran dificultad, periodistas independientes, blogueros, enviados a lugares de guerra donde buscan la información de modo directo. Periodistas como Gabriele, y como tantos otros colegas, que hacen periodismo a riesgo propio, a menudo cubriendo sus propios gastos en los lugares de guerra, donde se producen conflictos, o donde los derechos humanos no se respetan, donde hay que denunciar la explotación y el sufrimiento del «otro», un tipo de periodismo hecho por amor y movido por la pasión de ser capaz de transmitir un punto de vista diferente sobre lo que está sucediendo en nuestro mundo.
Queremos recordar, ahora, una frase significativa Gabriele del Grande, de una carta abierta enviada el 6 de febrero pasado, dirigida a nuestro Primer Ministro, Paolo Gentiloni: «Ministro Gentiloni, detenga las guerras, no a las personas».
Nos reconocemos también en las palabras expresadas el 14 de abril del año pasado: «Va a ser mañana o dentro de veinte años, pero un día terminará todo esto. Sólo entonces, poco a poco, millones de personas regresarán a sus hogares en todo el mundo. Y aquí vamos a seguir atrapados en nuestros mapas y nuestro egoísmo. Atrapados entre los muros que hemos construido para mantenernos a salvo y cuyo significado profundo comprenderemos sólo cuando al otro lado de la alambrada estén nuestros propios hijos. Porque la historia es una rueda que gira y no siempre perdona «.
Y hablando de guerra, actualmente alimentada en todas las formas posibles, llamada de tantas maneras distintas que ha llegado incluso a perder el verdadero sentido de la palabra: los que la han visto, los que han sentido el olor, el ruido, los efectos en las personas, en los hogares, en todo el mundo, saben que nada es más exacto sobre la guerra que lo que Gabriele dijo: «Cuando se ha visto la guerra, no es fácil vivir con lo que se sabe. No hablo de secretos o de primicias. Estoy hablando de historias, emociones y dolor. Al final, uno tiene que hacer algo, tiene que tomar posición. Tal vez sobretodo por uno mismo, para no ser aplastado por el peso de ese dolor. Más aún si la guerra que se conoció sale fuera de sus contextos y llega hasta la propia casa».
Gabriele había ido a Siria, a la frontera con Turquía, para recoger testimonios directos de las personas que están sufriendo a causa de la guerra, con el propósito de escribir un libro «Un combatiente me lo dijo». Un trabajo bien documentado, no basado en rumores, sobre esta guerra sucia, maldita, sobre los enormes intereses que hay detrás de ella, sobre quién financia a «quiénes» y qué cosa.
Es por eso que al menos hoy celebramos con fuerza la liberación de nuestro amigo y colega.
Gabriele ¡bienvenido de regreso!