Por Federico Larsen
En un año electoral crucial para toda Europa, el progresismo se muestra cada vez más desorientado y sin poder salir de las instituciones. Sin una izquierda sólida, la derecha gana terreno.
La ruptura del Partido Democrático (PD) italiano es sólo la última de una serie de eventos que demuestran la desorientación de la socialdemocracia europea. La victoria del “NO” en el referéndum constitucional de diciembre, terminó con el gobierno de Matteo Renzi y con la cohesión del partido socialdemócrata más grande de Europa.
El ex primer ministro resistió tres meses al frente del PD. Pero las internas desatadas por la crisis política lo obligaron a la renuncia como secretario, a aceptar la ruptura por izquierda de 20 diputados y 13 senadores y alistarse para las elecciones primarias del próximo 30 de abril. Allí se decidirá cuál será la conducción de lo que queda del partido en medio de un debate en el progresismo que trasciende por completo el panorama italiano. Una crisis que se desata también en el campo -quizás el único- que más parece importarle al centro izquierda europeo: el de la disputa institucional.
En un año adonde la mitad de los miembros de la Unión Europea (UE) tendrán elecciones generales, regionales o legislativas, los partidos de la socialdemocracia, que tanto éxito tuvieron en los años ’80, buscan desesperados, por primera vez en mucho tiempo, sostenerse entre las primeras fuerzas de sus países, más que pelear para llegar a cargos ejecutivos.
El primer país en renovar su gobierno este año será Holanda, el próximo 15 de marzo. Allí, el histórico Partido Laborista Holandés (PvdA) estaría logrando un misero séptimo lugar en la mayoría de las encuestas previas. La decisión de participar en el gobierno de coalición que lidera el conservador Mark Rutte podría llevarlos a perder más de la mitad de sus escaños, obligando a las fuerzas hoy en el poder a ensanchar su marco de alianzas para sostener la mayoría parlamentaria. Un panorama ideal para la derecha xenófoba de Geert Wilders, favorito en las encuestas y espectante ante la debacle de las fuerzas tradicionales.
Una situación muy similar es la que vive el Partido Socialista (PS) Francés de cara a las elecciones presidenciales del 23 de abril. Allí la favorita para ganar la primera vuelta es otra representante de la derecha xenófoba europea, Marine Le Pen. El PS ni siquiera llegaría a una segunda vuelta.
Emmanuel Marcón, ex ministro de economía de Francoise Hollande y líder de En Marcha, grupo escindido del PS hace pocos meses enfrentaría a la extrema derecha en mayo, mientras que Benoit Hammon, el candidato presidencial del oficialismo quedaría relegado al cuarto lugar. Referente del ala más izquierdista del PS, sostenedor de la legalización del cannabis, de la renta básica universal por ciudadano -vieja reivindicación del autonomismo y la izquierda social europea-, y crítico de la política migratoria de Hollande, Hammon ha sido una sorpresa en la política francesa.
El quinquenio de Hollande estuvo claramente muy por debajo de las expectativas. Endurecimiento de las políticas de seguridad, suspensiones de derechos civiles y restricciones migratorias no han impedido la seguidilla de atentados y sólo fomentaron el ascenso de grupos nacionalistas y xenófobos. A eso se le suman la represión a sindicatos y movimientos estudiantiles, los recortes en los derechos laborales y las críticas a las políticas sociales desde el seno mismo de su partido.
Jeremy Corbyn es otro de los líderes del progresismo europeo en apuros. Su Partido Laborista inglés deberá enfrentar las elecciones locales del 4 de mayo en medio de las tensiones internas por las duras críticas a la conducción. Sobre sus espaldas pesan una campaña “tibia” -según sus detractores- en contra del Brexit, una clara derrota de su corriente partidaria en la elección del nuevo alcalde laborista de Londres, y la pérdida de escaños que el partido mantenía desde hacía 80 años en las últimas elecciones regionales.
Así y todo, existen dos países adonde el centro izquierda parece haber recobrado cierto protagonismo. El primero es Portugal. Desde su llegada al poder en 2015, la -por lo menos- extraña coalición entre el Partido Socialista, el Bloco de Esquerda y el Partido Comunista Português ha puesto en marcha un programa social que ha logrado captar el interés y el apoyo de una nación hostigada por los organismos internacionales de crédito y en la mira de los poderosos de Europa desde hacía años. Si bien la cuestión de la deuda sigue siendo muy espinosa, el alejamiento de la ortodoxia liberal permitió un claro mejoramiento de los indicadores sociales.
El desempleo se redujo al 10,5%, se ha subido el salario mínimo, las jubilaciones, los sueldos públicos, se redujo la semana laboral a 35 horas, se priorizó la inversión pública en salud y se frenaron las privatizaciones previstas por los gobiernos anteriores. Un programa progresista que ha sido posible por la situación del PS, obligado a un pacto con la izquierda con tal de mantener la mayoría parlamentaria, y que podría entrar en discusión tras las elecciones de septiembre próximo.
El otro partido que resurgió de sus cenizas en los últimos meses es el histórico SPD alemán, y su incipiente repunte tiene nombre y apellido: Martin Schultz. El ex presidente del parlamento europeo dejó su mandato en medio de las primarias para ser el candidato a enfrentar a la poderosísima Angela Merkel en las elecciones del 24 de septiembre. El secretario del partido, Sigmar Gabriel, parecía tener todo preparado para una campaña que todo el progresismo daba por perdida, hasta que Schultz se presentó como alternativa y decidió patear el tablero.
Desde 2003 el SPD había hecho de la Agenda 2010, la propuesta elaborada por el ex canciller Gerhard Schröder, su única base programática a pesar del rechazo claro de sus bases. Esa política había permitido flexibilizar el empleo y favorecer al empresariado, una receta neoliberal exitosa en sus primeros años pero cada vez más dura con jóvenes, migrantes y la clase trabajadora. En sus primeros meses de campaña, Schultz no sólo se opuso al dogma de su partido sino que apareció junto con obreros y familias afectadas por su ejecución. El candidato, un ex alcohólico sin estudios universitarios que llegó a lo más alto de las instituciones europeas, se puso del lado de los pobres. Y la campaña del SPD pegó un salto inesperado.
Es que la socialdemocracia europea parece perdida cuando sale de los palacios del poder. La voluntad transformadora, el cuestionamiento expresado por amplios sectores de la sociedad la asusta. Su institucionalización y su simbiosis con sectores importantes del poder económico y financiero de Europa la ha hecho desaparecer definitivamente de las calles, donde la izquierda no logra afianzarse en tiempos de rápidos cambios y ánimos acalorados -muchos sostienen ya que la capitulación de Alexis Tsipras ante el diktat alemán en 2015 ha sido la tumba de las aspiraciones de la izquierda de crear una Europa social y solidaria-, y la derecha crece a un ritmo sorprendente.
No es de extrañar que las últimas elecciones a las que han sido llamados los europeos se hayan dirimido entre opciones vinculadas a la extrema derecha y el neoliberalismo pro-UE. Porque, al fin y al cabo, entre esas dos opciones se debate hoy el futuro institucional de Europa. Habrá que prestar mucha atención a lo que sucede afuera de los palacios del poder, donde los socialdemócratas no hacen pie, para entender qué rumbo tomará la política continental.