Por Javier Castaño
Si el Proceso de Paz que fue aprobado a la brava en Colombia necesita de una nueva dinámica de participación e inclusión, por qué su prensa sigue anquilosada, repitiendo las historias y los personajes. Una orgía informativa de crimen, corrupción y poder.
Vivo en Nueva York hace más de 32 años y he aprendido a ser más latinoamericano que colombiano. Fue un proceso de búsqueda de varios años. Nunca me he distanciado demasiado de Colombia, mi familia y amigos, aunque en los últimos años he preferido ver a Colombia desde la distancia y usando un lente gran angular para no pederme en los detalles regionales y personajes inverosímiles.
Este año decidí con mi esposa puertorriqueña acudir al Carnaval de Barranquilla. En nuestro viaje de Bogotá a Cartagena compré algunas publicaciones para enterarme de las noticias más destacadas y así tomarle el pulso a Colombia.
Vaya sorpresa.
La revista Semana, la más importante en Colombia, no ha avanzado. Sigue con el mismo esquema noticioso de los años ochenta cuando acudía a la Facultad de Comunicación Social de la Universidad Externado de Colombia.
Los artículos de la revista Semana siguen siendo publicados sin firma. He escuchado que no llevaban el nombre del autor por seguridad, para que no amenacen o maten al periodista. Pero esa excusa no es válida en este nuevo siglo y con un Proceso de Paz que obliga a sus ciudadanos y medios de comunicación a ser más transparentes.
El problema de la revista Semana es que algún director o editor le sigue dictando los textos a los periodistas. No sólo le dice a los periodistas qué deben escribir, sino qué dirección debe llevar la información. Por eso la mayoría de los artículos no tienen citas y hay conclusiones en el texto que no tienen lógica alguna. Es la lógica amañada de la clase dirigente.
Hay muchos ejemplos de esa manipulación que no ayuda a informar y mucho menos a aproximarse a la verdad que sacude a Colombia. “Para muchos en el gobierno, Martínez sobredimensionó la supuesta confesión del exsenador”, es un ejemplo de cómo se manipula la realidad sin piso periodístico alguno. Es un cuento inventado para crear imaginarios y controlar la opinión.
Eso sucede porque los medios de comunicación en Colombia siguen bajo el control de unas pocas familias adineradas o de grupos de poder económico y social. Los mismos apellidos de marras. No hay medios de comunicación alternativos de importancia que puedan generar opinión, ni tampoco hay propietarios de medios de comunicación que practiquen el pluralismo, la inclusión y el balance informativo. No se arriesgan a hacer cambios por un mejor futuro informativo de Colombia.
Cuando obtuve la maestría en periodismo de Columbia University en la ciudad de Nueva York, el concepto más importante que aprendí fue “do not say it, show it” (no lo diga, muéstrelo), pero la prensa colombiana hace todo lo contrario: editorializa.
Además, no existe el periodismo local en la prensa colombiana, incluyendo el periódico El Tiempo, que tampoco ha podido escaparse del enfoque informativo de la violencia y los políticos de siempre. Siguen publicando las fotografías de los políticos de turno, exaltando la corrupción, entrevistando a mujeres divinas y destacando historias insulsas.
La tendencia a nivel mundial es el fortalecimiento del periodismo local y el uso de las nuevas tecnologías, incluyendo las redes sociales. La práctica del periodismo local no existe en las publicaciones colombianas y por eso van a pagar un alto precio, aunque no quieren reconocerlo. Se han desconectando de sus lectores.
La manipulación y maquillaje de la información a favor de la politiquería, además de la editorialización y el menosprecio del periodismo local, no ayudan a crear una sociedad informada. Esta superficialidad se aprecia muy bien en la revista Diners, salpicada de viñetas informativas seudo-culturales y muy poca identidad nacional.
El cubrimiento informativo del Proceso de Paz también está enredado en la politiquería y el seguimiento de los corruptos, dejando a un lado la perspectiva del pueblo colombiano. “Políticos corruptos montando ahora campañas anticorrupción… increíble”, se escucha en la calle.
El tema de la paz despierta emociones en Colombia, pero dónde están las voces de los campesinos, los humanistas, las madres y los grupos minoritarios que son parte vital del cambio que necesita esta nación. En lugar de citar a tantos expertos internacionales y políticos mañosos y trasnochados, la prensa colombiana debería de buscar nuevas fuentes de información. Para la prensa colombiana es mejor entrevistar a un político de dudosa reputación que a un padre de familia que ha sido desplazado. Los periodistas son valorados por sus conexiones con la politiquería y su capacidad de cuentistas.
Una nueva estrategia informativa, de participación e inclusión que acompañe el Proceso de Paz, ayudaría mucho a desenmascarar las conexiones de Odebrech y desnudaría a tanto político corrupto que se esconde bajo la frase “la política es dinámica” y cuyo único interés es aprovecharse de la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP). En Colombia, quienes han robado o asesinado están buscando trinchera.
La mayoría de los columnistas colombianos hace un gran esfuerzo por orientar la opinión de los colombianos, algunos son excelentes, directos y desafiantes, pero es más fuerte el peso de la historia de ostracismo de la prensa colombiana que la visión progresista de algunos escritores.
Hay dos conclusiones de esta visita. Primero, Colombia necesita nuevas voces, gente que mire la realidad con otro cristal, que se aparte de la politiquería y que busque alternativas locales de información. Quizás los colombianos que hemos vivido en el exterior podamos contribuir a oxigenar a Colombia. Segundo, la mayoría del pueblo colombiano no está preparado para el Proceso de Paz porque está acostumbrado a la violencia y a pensar que los políticos tienen la solución.
En las noches, agotado de caminar y lidiar con los trancones de Bogotá, enciendo la televisión. Más políticos trasnochados, telenovelas, fútbol y violencia.Comentaristas de pacotilla. Cierro los ojos y me imagino una Colombia mejor. Pesadillas.