Esta nota contiene parte de lo que siento y pienso en relación con lo que está sucediendo en Ecuador, el país que elegí (porque esa suerte tenemos algunos, no precisamente las mayorías) para vivir, para aportar, para aprender, para construir familia y movimiento, para trabajar por la noviolencia activa. Es solo una parte.
Ojalá sirva para reflexionar, para generar diálogos respetuosos, para revisar posiciones y, tal vez, para decidir con perspectiva histórica, tan escasa en nuestras vidas y la de nuestras sociedades. Echaré mano de algunas frases que han circulado ampliamente después de la primera vuelta y que, desde mi punto de vista, dicen más de lo que es obvio.
Manabí, provincia costera del Pacífico ecuatoriano, vivió el 16 de abril un terremoto arrasador del que el mundo entero tuvo conocimiento. Los habitantes de esta provincia le dieron el 53.82% de sus votos para presidente a la fórmula oficialista, Moreno-Glas, frente a un 17.96% para la fórmula de la alianza SUMA-CREO, la fórmula Lasso-Páez. La reacción de los seguidores de esta fórmula contra el pueblo manabita no se hizo esperar. Los llamaron brutos, ignorantes, les desearon que otro terremoto los castigara.
¿Por qué Manabí votó contundentemente por Alianza País? Quizás porque es la primera vez (al menos desde los 25 años que vivo en Ecuador), que un gobierno se preocupa por esa provincia y sus habitantes. Tal vez porque en la última década Manabí existe, más allá de ser destino turístico de la sierra ecuatoriana. Probablemente porque, con todos los seguros errores cometidos, el compromiso con la reconstrucción de la provincia continúa. Tal vez es por eso y no porque el pueblo manabita sea ignorante o bruto.
El #DevuelvanElAtún, en alusión a la ayuda enviada en el momento del terremoto sintetiza de modo cruel la vigencia de la discriminación, el racismo, el clasismo y todo aquello que pervive en lo profundo de nuestra sociedad. De todo aquello que impide, definitivamente, la construcción de una sociedad genuinamente democrática. De aquello que explica, en buena medida, la intolerancia y la imposibilidad de debate político serio, que fue la marca de la campaña electoral desde todos los costados.
Pero esta no es la única frase cuya profundidad merece ser observada. También está el “Fuera Correa fuera”, en el que bien vale la pena detenerse un poquito, entre otras cosas porque claramente Correa se va. Cabe preguntarse entonces por el sentido que tiene esa consigna. Seguramente se puede explicar de muchos modos.
Yo elijo dos. El primero que, efectivamente, las formas altisonantes e impositivas del presidente saliente y lo que se siente como su omnipresencia, ha generado un profundo rechazo particularmente en las capas medias y altas de ciudades como Quito o Ambato.
El segundo, claramente, es que nos es aún muy difícil distinguir los proyectos de las personas, los procesos, de los liderazgos. La Revolución Ciudadana es Correa y Correa es la Revolución Ciudadana. Así ha sido posicionado. La poderosa sombra de Correa tiñe todo el proceso y opaca al candidato Moreno, quien claramente muestra un tono de apertura, de conciliación y búsqueda de consensos, del que ya todo el país se había olvidado y que, sin duda, es necesario recuperar.
Entonces surgen argumentos como “La gente no votó por Lasso, votó en contra de Rafael Correa”. Y yo no puedo más que pensar en cómo es posible que no se dimensione que el voto no es contra Correa sino a favor de un representante del neoliberalismo extremo, de una élite a la que le interesa abrir las compuertas para todos sus negocios, de un sector social que, ni por un segundo (y así lo ha dicho el candidato Lasso), considerará mantener la inversión en el sistema de salud y educación públicas porque creen, y de verdad lo creen, que el que necesite curarse o educar a sus hijos, tiene que pagar por ello o, en el mejor de los casos, ser objeto de caridad y no sujeto de derechos.
Dicho lo anterior dejo claro que la Revolución Ciudadana tiene muchas deudas aún, con muchos sectores del país. Por supuesto. Tiene aún deudas enormes con el campo, con la diversidad sexo-genérica, con los jóvenes, con la niñez y la adolescencia, con las mujeres, con el combate frontal a la corrupción, con los territorios y los pueblos ancestrales, con el Sumak Kawsay, el buen vivir en el que creímos y con el que seguimos soñando.
Pero, ¿de verdad se cree que Lasso va a pagar esas deudas pendientes? Yo no lo creo. Al contrario, las deudas se profundizarán, las brechas de la desigualdad aumentarán, los índices de pobreza volverán a subir, la corrupción será aún mayor, los pueblos indígenas no serán reivindicados y el extractivismo continuará.
Lo que sí sucederá, también lo ha dicho el candidato Lasso, es que se eliminarán impuestos y ese es un discurso muy atractivo para quienes más tienen y quieren tener todavía más. Para los que se olvidan que la política pública más efectiva para redistribuir la riqueza es, justamente, una política fiscal fuerte que haga que, efectivamente, quienes más tienen paguen más y que esos dineros vayan a políticas que apunten a eliminar la brecha de la inequidad. Cualquier otra idea es una falsa esperanza y con falsas esperanzas no se construyen luchas ni transformaciones.
Y por eso no quiero dejar de mencionar la frase de un dirigente indígena nacional afirmando que “es mejor un banquero que un dictador”, porque esta frase esconde más de una falacia y varias falsas esperanzas que anidan en un sector de la izquierda del país. La falacia es llamar dictador a Rafael Correa. Bajo ningún concepto riguroso se puede afirmar que Ecuador vive una dictadura. De plano, ni las elecciones ni la segunda vuelta serían una realidad, de tener a un dictador por presidente, así que, no me detendré en ello.
Pero en la falsa esperanza oculta sí me detendré porque es aquella que he oído ya en varios espacios sociales y académicos según la cual, es mejor que gane Lasso porque así, los movimientos y organizaciones sociales se volverán a fortalecer. Algo muy raro hay en esa reflexión. ¿Qué significa? ¿Que como todo se va a poner más duro y peor, se unirán todas las resistencias? ¿Qué no ha sido suficiente con lo vivido y que es necesaria más mano dura para que se fortalezcan los movimientos y las organizaciones sociales? ¿Que cuanto peor nos traten más propositivos seremos? No sé qué significa pero yo me niego a aceptar que para transformar la realidad, necesitamos pasarla peor. Yo, al menos, no quiero eso ni para mí, ni para nadie en nuestro país ni en nuestro continente.
Así que, si alguien tiene que pagar las deudas pendientes, es la propia Revolución Ciudadana. Si a alguien tenemos que exigirle la corrección y superación de los principales defectos de este proceso, es a quienes lo han representado y conducido. A ellos corresponde hacer de ella una verdadera revolución y a nosotros, los ciudadanos, hacer de nosotros los verdaderos protagonistas.
Es el camino de la crítica seria, de la propuesta clara, de la exigencia transparente, el que puede significar cambios más profundos hacia un país de justicia y dignidad. Ese camino no se lo podremos exigir a la fórmula Lasso-Páez, porque ese no es su camino. Tenemos que exigírselo a la fórmula Moreno-Glas para que, sin oscuridades, avancemos. #Devuelvan el atún, definitivamente, no es el futuro que soñamos.