Por Marco Antonio de la Parra*

Publicamos acá la intervención completa de Marco Antonio de la Parra en el Seminario «Crisis valórica en la política: causas y propuestas de superación», organizado por la Academia Parlamentaria, dependiente de la Cámara de Diputados de Chile, en el que tomara parte en su primer Panel sobre la crisis de la política en un contexto global.

«Seré breve, muy personal y tal vez reiterativo.

La cosa es que de pronto se nos desmoronó la confianza en la política.

Así, como en un alud, fueron arrastrados figuras, principios, propuestas.

Ni la demagogia, resistente como las cucarachas, quedó en pie.

De repente da manotazos de ahogado, rebrotando como sucedáneo de la política verdadera, la sana, la escasa o devaluada.

En medio de la modernización y enriquecimiento del país se produjo eso de “en arca abierta hasta el justo peca”.

Y aunque sean una dolorosa minoría, un número sorpresivo de políticos se manchó las manos con dineros mal habido en prácticas sospechosas.

La postmodernidad hizo también lo suyo.

Se demolieron los discursos totalizadores, nada abarcaba el proyecto universal de los viejos tiempos.

La política perdió sustancia.

No sólo en nuestro país.

Los años 90 vivieron la bonanza social demócrata del estado de bienestar en Europa y entre nosotros el auge del neoliberalismo concertacionista, crisis del 97 incluida.

Dejamos de ser el país endeudado permanentemente, con una inflación galopante que los más jóvenes ni siquiera imaginan.

Pero terminó el siglo XX.

Se carcomió el proyecto de la derecha, reducido a ajustes del sistema neo liberal y se mancilló hasta la agonía, la idea de una centro izquierda.

El siglo XXI interrogó a las generaciones anteriores politizándose a ultranza de una manera curiosa, la democracia directa, en la calle, desconfiando de la democracia indirecta del voto.

Cada cual incendió su neumático.

Las encuestas y las manifestaciones se comieron la convocatoria a elecciones.

Los jóvenes miraron a sus mayores con cruel desconfianza.

O votaste con Hitler o sobreviviste a él”, dijeron en Alemania.

Cambien Hitler por Pinochet y verán que todo aquel que sobrevivió al “régimen militar” (me encantan los eufemismos) se convertía en pinochetista ante una mirada tan de fines de siglo XX o directamente de este siglo.

Mi generación está manchada de pólvora y de sangre aunque no hayamos hecho nada o tal vez, justamente por no haber hecho nada.

El Golpe (la dictadura y la UP) son nuestra Troya. Como los griegos hablaremos décadas, vamos al medio siglo, de hecho.

Duelen las preguntas que se nos hacen.

Estamos implicados.

¿Somos nosotros los cómplices pasivos?

¿Dónde estaba la DC el día del golpe militar?

¿Qué responsabilidad tuvieron el PS y los grupos armados en el fracaso de la Unidad Popular?

¿Por qué tendríamos que adoptar un invento socioeconómico de los Chicago Boys?

¿O por qué no? ¿O por qué sí?

En medio de la pérdida de criterio que de pronto se dispara en tiempos de crisis, algún jovenzuelo dice que estamos en una dictadura.

Y no hay Museo de la Memoria suficiente que lo ayude a tener más claras las cosas.

Los rostros de esta tragicomedia que ha sido la historia de Chile del siglo XXI se han repetido mucho y algunos quieren seguir repitiéndose, añoranza de regímenes presidenciales fuertes y racionales, administradores potentes en tiempos que hay una añoranza entre los jóvenes del ideario inflamable de la UP.

No hay partido sin mancha.

El PC trata de pasar desapercibido pero se enreda en su historia internacional.

Aparecen como callampas nuevas agrupaciones que tienen que pisar con pies de plomo y encima sobre huevos.

La crisis del capitalismo (que no es ninguna novedad, está en su misma esencia) es anunciada como una especie de fin de la historia tras la cual no sabemos bien lo que viene y se propone.

Ya no es cosa de soñar y dejarse llevar por un sueño vívido hacia un mundo de libertad, igualdad y fraternidad.

El país arde, metafórica y realmente.

Los humoristas, en un país en que hay poco de humor y mucho de escarnio y odio, se convierten en tribunos.

Los políticos se convierten en piñata, se les ve como bufones.

Los payasos piden limosna en las esquinas.

El circo nos rodea.

La farandulización social cae también sobre la política.

E irrita.

La derecha o algún fragmento de ella, visita implicados en torturas y muertes.

La izquierda, o lo que queda de ella, se dispersa buscando aire fresco.

El capitalismo neo liberal con su sociedad de mercado se ha instalado echando raíces en todos los barrios bajo los centros comerciales, torres, plazas, malls.

La mayoría no tiene ganas de cambiar tanto.

Pero el entusiasmo, siempre peligroso con su cóctel molotov en la mano, quiere brindar por un cambio radical.

Los empresarios son odiados y los suben a la piñata.

Son el Rey Feo del carnaval.

También han manchado algunos sus negocios.

Tentados por la colusión, una de las tantas maneras de conseguir dinero fácil.

Se desconfía del rico. Se le envidia y se le supone ladrón y delincuente.

Se desconfía de quien quiera un sistema económico más controlado y no desee cambiarlo todo.

Derechista se le dice. Facho. Reaccionario.

Pero esto cabalgando un caballo sin cabeza que no sabemos dónde va.

No hay propuesta alternativa.

Si hay que leer a Marx de nuevo, es pensándolo en un sistema con redes sociales, internet, spotify y amazon y alí express. Donde la gente se relaciona por Tinder y los más jóvenes beben hasta el aturdimiento.

A ver qué queda.

El silencio de Dios, el silencio de las élites no solo es chileno.

No nos hagamos ilusiones.

Tal como exportamos el neo liberalismo recién estrenado y las AFP y todo el sistema, dejamos de ser excepción y nos convertimos en regla.

¿Chavismo? ¿PODEMOS? ¿Evoístas? ¿Corea del Norte? ¿Kirchnerismo?

¿Cómo se reinventa la confianza cuando se ha roto como un cristal?

Se precisa una revalorización de la política, que realmente re-pre-sen-te a los electores.

Que den ganas de ir a votar y no sólo por el mal menor.

Hay que combinar el entusiasmo sanguinario con la experiencia machucada (y no vendida, como la suponen ciertos jóvenes)

Hay que instalar un sistema de tolerancia cero con todo aquel que viole las reglas del juego.

El capitalismo, como las cucarachas, es capaz de sobrevivir a una bomba atómica.

Revisar salud, educación y transporte, áreas donde siempre se ha sabido que el Estado tiene que meter sus manos.

Pero tampoco tanto que controle la libertad individual y la constriña.

¿Cómo ser inclusivos sin dejar caer un corsé educacional, por ejemplo, en una sociedad en la cual cada día más, crece la diversidad?

Diversidad en todos los campos.

Es decir, tolerancia,

Es decir, democracia.

Soy partidario radical de la melancolía.

Saber que no seremos el ideal de nadie, que seremos transacción y sería feo ser campo de batalla.

Que el país tiene muchos rostros y deben estar limpios para poder aceptar su diversidad como un acto generoso de convivencia.

El camino es quizás ser un sutil conservador escéptico de izquierda.

Con una ética del tamaño de un transatlántico.

Implacables con los que se tienten en manejos oscuros de lo que sea.

Implacables con los sueños demagógicos carentes de sustancia.

Implacables con los que creen que se debe imponer una sola vía de lo que sea.

Bajo la crisis surgen pequeñas ideas dictatoriales.

Cambiar el país de cabo a rabo.

Arrancar de raíz el sistema económico.

Y no estudiar melancólicamente las señales de esperanza que son pocas y por eso mismo requieren cuidado, amor, cultivo.

Somos muchos y pensamos distinto.

A veces muy distinto.

Y vamos en el mismo barco.

Y hay que tener cuidado con el deseo de aniquilamiento del adversario.

Bajo ese deseo late la muerte y la dictadura.

La vivimos cruel.

Hay quienes aseguran tener las manos diáfanas. Se han bañado en el elíxir de la eterna juventud. Entran al campo de la política supuestamente sin mancha.

Hay quienes exhiben como prueba de inocencia las huellas de la tortura, la prisión o el exilio.

Pueden decir yo no voté por Pinochet ni me quedé callado.

A más de 40 años del golpe aún no se conversa en voz alta de cómo inventamos entre todos a Pinochet.

Pinochet, lo he dicho en muchas partes, sigue siendo nuestro maestro del mal.

Nos enseñó que podíamos ser crueles y viles.

¿Pero esa la única opción: pinochetistas o revolucionarios?

¿Qué hacemos con la gran vieja mayoría?

La que no tiene partido, la que dice que no en las encuestas o más, dice no sé o no me parece o no me interesa.

Hay que invitarlos y escucharlos. Y no en un focus group.

Hay que reconquistar su voto.

Pero ese replantearse la política y que no se convierta en un oficio sino en un, vaya palabra, servicio público.

Y sólo será posible por el camino de la melancolía.

Que no es tristeza, es realismo.

Es el vaso medio vacío y también el vaso medio lleno.

Esto somos.

Esto es lo que hay.

Limpiar de verdad y partir sin querer matar a nadie ni aplastar nada del todo.

Los analistas de verdad están tapados por el bullicio de los neumáticos ardiendo, los camiones ardiendo, los ciclistas furiosos, los que esperan colmar el transantiago o el metro y no saben qué podría mejorar las cosas, los que van al colegio a aprender a responder pruebas SIMCE y mejorar el NEM y la PSU con el propósito de entrar a un sistema universitario donde gran parte de las carreras están saturadas en sus posibilidades de empleo. Y no hablo de la salud porque me da gripe al instante.

Y todo esto se siente. Se cuelga de las bolsas del súper o de la tienda en boga el habitante que siente que está bien en su casa pero mal en la calle.

Soluciones. Sólo para melancólicos.

Salvarán el mundo los que sepan que hay algo que perder si se quiere ganar.

El futuro, si lo hay, no será de los fundamentalistas ni de los fanáticos.

Me tachan de revisionista y yo sigo escribiendo de revoluciones fallidas.

Tragedias en la Unión Soviética, en Cuba, en Chile.

Y me baño en melancolía cada vez que puedo.»

* Marco Antonio de la Parra es un psiquiatra, escritor y dramaturgo chileno, miembro de la Academia de Bellas Artes.